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Alberto Javier Tapia Hermida

El retrato del Koldomatón

La sociedad española está moralmente obligada a garantizar que todos los Koldos sean castigados con el peso de la ley ("dura lex, sed lex").

La sociedad española está moralmente obligada a garantizar que todos los Koldos sean castigados con el peso de la ley ("dura lex, sed lex").
Fotografía de archivo, tomada el 05/08/2019, de Koldo García (d) junto al entonces ministro de Fomento, José Luis Ábalos (i). | EFE

Si la sociedad española no logra que este espectáculo de corrupción zafia y trágica conduzca al justo castigo de los culpables, quedará retratada para la posteridad como una sociedad éticamente enferma. Si no se consigue que las presunciones clamorosas de culpabilidad se transformen en certezas judiciales, la sociedad española habrá fracasado como nación.

Por eso, la memoria de los miles de compatriotas fallecidos por unas mascarillas defectuosas destinadas a su destrucción —al igual que las vacunas falsamente publicitadas que han sido o serán en breve pasto de la basura— y que solo han servido para convertir en millonarios a sujetos que solo hubieran servido de proxenetas nos clama justicia. En caso contrario, nuestra sociedad estará destinada a repetir la infamia de arrastrar su dignidad y pasar a la memoria de las futuras generaciones como una sociedad cobarde que permitió que su presente y su futuro fueran hipotecados por una banda de políticos que practicaron con fruición una avaricia asesina. Nuestros 120.000 muertos —recordemos que España ha sido el país europeo con mayor número de fallecidos en la pandemia del COVID— reclaman justicia.

Es justo y necesario que las salpicaduras de la caída en la miseria del tal Koldo, de la que nunca debió salir, asciendan en la jerarquía de infames a la que pertenece y lleven ante la Justicia a sujetos tales como el secretario de organización del partido y famoso político griego Apóstolos Gorrinos, el Maquiavélico montaraz y rural que parece que le fichó en algún lugar de Navarra de cuyo nombre no querrá acordarse; o al antiguo ministro con aspecto de macarra de playa levantina.

No podemos ni queremos olvidar que, mientras los españoles permanecíamos confinados por Decretos declarados inconstitucionales, esta tribu de impresentables practicaban con pasión la avaricia asesina y su imagen nos muestra hoy —como los esperpentos Valleinclanescos del Callejón del gato— la imagen deformada de nuestra nación. No podemos lanzar el baúl de nuestra memoria los meses confinados soportando los sermones televisivos de Narciso y viendo cómo la Reina de los Afterhours baleáricos se saltaba las limitaciones que sufríamos el resto de los mortales.

Conviene no olvidar que Koldomatón —el pelele (definido por la RAE como la "figura humana de paja o trapos que se suele poner en los balcones o que mantea el pueblo en las carnestolendas") gigantón y barrigudo— es la punta del Iceberg apestoso de la corrupción asesina de las mascarillas que esconde, bajo su apariencia estrambótica, los muchos otros koldos y koldas que integraron la trama delictiva de las mascarillas y que pretenderán que Koldo sirva de chivo expiatorio de sus crímenes. Papel para el que la propia apariencia estrafalaria del sujeto le convierte en idóneo. Y así intentará que la ciudadanía olvide en cuestión de días la infamia con el bombardeo de cientos de noticias disparadas desde los medios de comunicación amigos con la amistad del dinero. En definitiva, ya están queriendo y continuarán intentando tapar la luna de la corrupción que comienza y acaba en el Corrupto Máximo con el dedo de Koldo mostrado a la sociedad aborregada con la ayuda de los medios de comunicación adeptos vía subvenciones mil millonarias y también corruptas.

Aun cuando la memoria del pueblo español ha logrado depurar los recuerdos trágicos de la época del COVID, ese ejercicio de limpieza psicológica colectiva imprescindible para seguir transitando por el difícil camino de la vida nunca debe arrumbar en el polvo de olvido a tantos seres queridos fallecidos por las mascarillas defectuosas que nos llegaron de la mano de la avaricia asesina de unos políticos corruptos que llegaron a realizar inversiones inmobiliarias millonaria estando los cadáveres calientes.

Por todo ello, no debemos renunciar a exigir justicia y a que se cumpla la máxima clásica del Derecho Romano: "dura lex, sed lex". Y, visitando a los clásicos, no nos resistimos a compartir con Ustedes dos brevísimas reflexiones que nos parecen oportunas. Una nos viene de la mano de Séneca y nos dice que "nada se parece tanto a la injusticia como la justicia tardía" Y otra nos la regala Cicerón que nos susurra al oído: "La vida de los muertos está en la memoria de los vivos". Que así sea.

Por último, los lectores de este diario pueden consultar la entrada del blog de mi discípulo Javier Fernandez Alen del pasado día 22 sobre las "KOLDORILLAS: Las mascarillas de Koldo. Un nuevo espectáculo de Korruzafia (corrupción zafia)". Además, si algún lector está interesado en la historia de las vacunas y de las mascarillas nos permitimos recomendarle nuestra novela Coronación. La conspiración del Coronavirus.

Alberto J. Tapia Hermida

Catedrático de Derecho Mercantil UCM

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