A decir de los expertos, la Numancia rediviva de José Luis en el Grupo Mixto tiene poco que ver con la dignidad herida de un fiel vasallo injustamente orillado por su señor y sí bastante, en cambio, con la perentoria necesidad de liquidez que le impone una abultada agenda doméstica de gastos corrientes. Puede ser. En el asunto de José Luis y de su compadre Koldo resalta un evidente problema estético, esa sobredosis de cutrez a granel que en su día ya se constató en el caso de los ERE, que deja entrever una carencia mayor. Y es que lo en verdad sorprendente no debiera ser tanto que alguien con el perfil del compañero Koldo estuviera siempre a la que salta.
Lo que tendría que haber llamado a asombro es que un tipo así pudiese haber ocupado empleos de responsabilidad en el entorno del Consejo de Ministros. Y no sólo Koldo. Porque tampoco el currículum profesional —dejemos aparte el vital— del propio José Luis se corresponde con lo que se esperaría de un gestor público de máximo rango en un país europeo. El uno y el otro, Koldo y José Luis, ilustran en sus respectivas personas el subproducto acaso más nocivo de ese populismo transversal que reina en España desde mucho antes incluso del 15-M.
Un populismo que excita el resentimiento social de los de abajo —y de los de no tan abajo— por la vía de señalar constantemente a los representantes políticos electos como culpables de todos los males. Y de ahí que hoy nadie de un cierto nivel académico y profesional quiera dedicarse a la vida pública en España. Por eso la inflación de Koldos y Joseluises en las altas instancias de los tres niveles de la Administración pública. Porque el problema no es que Koldo hiciera caja con el covid. El problema es que la futura élite rectora de la cuarta economía del euro se seleccione a estas horas en una sede de las Nuevas Generaciones del PP y en otra de las Juventudes Socialistas. El problema es la rebelión de los mindundis.