
Lunes santo. Cielo sospechoso. Frío de Guadalquivir, que dicen los idiotas que no es frío. Es mucho más, como una glaciación irreverente. Es frío funeral, una pelúa, no como la de la cabra del copión de Bergamín (antes lo recogió el inmenso Francisco Rodríguez Marín), sino esa estocada polar, ese frío equivocado, que tenía que ser calima pero que hiela al cielo desde los tuétanos. No se quita ni con agua caliente ni con agua bendita. Es un frío a lo grande, de la Siberia, que diría Bécquer.
El domingo de Ramos había llovido con generosidad, casi con sadismo. Cofrades y comerciantes se abrazaron y rezaron al escrutinio meteorológico pero el agua lo descompuso todo. Hasta los ademanes. Brillaron las facas de la crítica en algunas Hermandades y los artistas del policromado y los palios se aprestaban a calcular los daños bajo los drones de vigilancia (Moscú está bien cerca) y la alerta era elevada por obligada. Se esperaba al lunes como una bendición.
Como soy un descreído, hasta de mi pasado, voy a saltarme el incienso y la cera y me voy a quedar de pronto frente a la Hermandad de San Gonzalo, que procesionó, de un blanco de nieve copando las apreturas de la calle Sierpes y desembocando en la histórica plaza de San Francisco. Hay otra Hermandad sevillana, la Hermandad Santa Genoveva, que tenía que haber salido ese mismo lunes pero que fue atrapada por las nubes oscuras del mediodía y decidió quedarse en su casa del barrio del Tiro de Línea. Lo militar se sobreentiende.
No hace mucho se exhumaron e incineraron los restos de Gonzalo Queipo de Llano y su esposa, Genoveva Martí Tovar, de la tumba de la basílica de la Macarena. ¿A que riman algunos de estos nombres de forma consonante total? La memoria histórica hemipléjica que nos ha invadido no es una buena memoria ni una mala memoria, que son las únicas memorias personales que hay. Es una memoria enferma. Cuando sólo se recuerdan algunos hechos, los que convienen, y se ocultan otros, los que no deben conocerse, estamos ante la peor memoria. La buena, es la que lo recuerda todo, lo amable y lo reprobable, y aprende, y saca consecuencias, adquiere experiencia para evitar lo dañino.
A Queipo de Llano y, por extensión, a su esposa, lo odiaron multitudes, sobre todo las que perdieron la guerra civil que animaron a desencadenar. Y lo temieron bastantes –no era época de miramientos– porque la guerra era la guerra y en la guerra mataron todos, y fueron numerosos los que lo aplaudieron y ensalzaron. Ciertamente ordenó la muerte de enemigos, con más o menos justicia si es que tal cosa existe en una guerra. Otros ordenaron otras muertes, que el terror rojo existió en toda Andalucía, incluida la provincia de Sevilla. Un ejemplo. Cuando el general llegó a Málaga en febrero de 1937, los milicianos ya habían liquidado sin juicio a 3.400 personas. Contó Gerald Brenan en El País que 512 personas de derechas fueron arrojadas por el Tajo de Ronda.
No hace falta ser un lince para comprender que no es casual que haya dos hermandades en Sevilla con el nombre de san Gonzalo y santa Genoveva. Ambas tuvieron que ver en sus orígenes con Queipo de Llano y su esposa. La primera en Triana, al final casi, y la segunda en un barrio militar de nueva construcción tras el Parque de María Luisa.
Lo que no entra en la cabeza es que en la historia oficial de la Hermandad de San Gonzalo no aparezca siquiera el nombre de Queipo de Llano ni se mencione la relación que el barrio de San Gonzalo y la Hermandad tuvieron con el personaje. Que ese tipo de amnesia selectiva sea aplicada por los comisarios de la memoria de la izquierda sectaria, es terrible pero es su carácter. Ni siquiera se destaca el nombre del cardenal Segura, monárquico antifranquista, que estuvo en sus orígenes. Sin embargo, en la historia oficial de la Hermandad Santa Genoveva se dice lacónicamente, pero se dice: "Toma su nombre de la esposa del general Queipo de Llano".
Cualquier persona, de la creencia política o religiosa que sea, habrá de convenir, si es honrada, que durante la Guerra Civil la matanza de religiosos, sacerdotes, católicos y cualquiera que tuviera relación con la Iglesia fue tal (casi 7.000 asesinados) que cabe deducir que si Queipo de Llano no se hubiera hecho con la ciudad de Sevilla desde casi el principio, la iglesia de esta ciudad hubiera sido masacrada y su patrimonio artístico y cultural aniquilado. Vamos, que esta Semana Santa que ahora sale libremente a las calles no existiría.
Mucho frío. Muchos tambores, trompetas y bandas de música. Mucho incienso y muchos palermos. Mucho de todo y, sobre ello, mucha memoria falsa y mucha ingratitud. Decía Nietzsche en sus Consideraciones intempestivas: "En los hombres alcanza su punto culminante este arte de fingir; aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la farsa, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, la escenificación ante los demás y ante uno mismo…". Sí, qué frío.
