
El destino ha querido que el hombre que defendió en las Cortes del franquismo la Ley de Reforma Política, madre de nuestra Constitución, se muriera el mismo día que el presidente del Gobierno actual, elegido democráticamente con arreglo a esas normas, anunciara el mayor ataque a aquel régimen de libertades y derechos cuya inauguración apadrinó Fernando Suárez. La coincidencia permite comparar la elocuencia de éste con la pobre gramática de quien hoy nos gobierna; la inteligencia y sabiduría del catedrático con la osada ignorancia del falso doctor; el altruismo y la generosidad de aquellos hombres, que Suárez encarna casi mejor que el otro Suárez, con el rencor y el revanchismo de los gobernantes socialistas de hoy. Fernando Suárez representa el abrazo al adversario y Pedro Sánchez la coz a quien no se humilla ante su mandato.
En su discurso de este lunes, Sánchez apelaba a la Transición española, que asombró al mundo, para justificar la liquidación que se propone del régimen que aquélla alumbró. Fernando Suárez está entre las pocas personas directamente responsables de aquel asombro. Y es una fúnebre casualidad que se haya muerto justamente este lunes, dos veces de luto, por su muerte y por la liquidación de las libertades que él ayudó a traer a este pobre país por el que de nuevo vuelve a cruzarse la sombra errante de Caín.
Fernando Suárez fue ministro de Franco. No lo fue por pertenecer a ninguna familia de posibles, ni por bailarle el agua a ningún poderoso, ni por arrimarse interesadamente a nadie, sino por ser un brillante catedrático de derecho del Trabajo. Ese derecho del Trabajo que hoy precisamente sigue en muchos sentidos vigente porque la protección laboral que la dictadura instauró estaba tan bien armada que nadie se ha atrevido a liquidarla por muy franquista que fuera. Simplemente, el PSOE se apropió de la protección social que heredó del franquismo para hacerla suya, como si la Seguridad Social la hubiera inventado Felipe González. Y habiendo llegado tan joven a tan alto puesto, Fernando Suárez siempre supo que aquello tan sólo tenía como fin el ir liquidando el régimen de Franco para implantar una democracia europea como la que disfrutaban nuestros vecinos. Hubo cosas que hizo el otro Suárez que a él no le gustaron. Y hubo otras que él habría hecho, pero no se implantaron. Pero, en lo esencial, estaba de acuerdo con lo que se hizo, como lo estuvieron tantos y tantos hombres inteligentes y brillantes desde distintas trincheras, unas cavadas en la oposición al franquismo y otras abiertas en las entrañas mismas del régimen. Entre todos hicieron de España una democracia que mal que bien ha servido para que podamos convivir en paz y prosperar sin más enemigos que los terroristas de ETA y los golpistas de Junts y Esquerra Republicana, que son quienes hoy sostienen a Sánchez.
El destino ha querido que el mismo día que un socialista megalómano y autoritario ha anunciado que se propone liquidar ese régimen se muriera una de las personas que más hizo para traerlo. Nadie, a derecha o izquierda se lo reconoció en vida. Quizá tampoco lo hagan ahora, que se ha muerto. Pero lo hizo. Vaya que si lo hizo. Descanse en paz quien además fuera un gran señor.
