
Mecachis qué guapos somos todos y qué suerte tenemos de vivir en un país tan democrático y tan progre como el nuestro, punta de lanza del heroico combate feroz contra la ultraderecha, y no por ejemplo en terruños de tercera como Estados Unidos, capaces de meter en la cárcel a un pobre hombre como Julian Assange sólo por filtrar información clasificada secreta, también militar, al enemigo. Ojo, no nos pasemos de triunfalismo. Todavía estamos lejos del ideal democrático que ya impera en Venezuela, China o Irán. Pero poco a poco, todo se andará.
Qué suerte tenemos con un presidente como Pedro Sánchez que nos va a librar de todo mal y pseudomedio de comunicación. Tiene mérito que, habiendo en España una ley de prensa franquista, que hace años que no se aplica en su total extensión, pero previsoramente ya contemplaba profundas necesidades democráticas como la censura previa o poder dar y quitar carnets de director de periódico, radio o TV, pues eso, que en lugar de tirar perezosa y cansinamente de lo que ya se tiene, el jefe del gobierno se arremangue para hilar mucho más fino aún. ¿Haría bien la oposición de derechas, tan torpona y acomplejada ella, en tomar ejemplo y aprender de Sánchez? La mejor defensa de la libertad de prensa ¿es un buen ataque a la misma, sólo que desde el otro lado?
Quien dice aprender de Sánchez, dice de los indepes. Quien esto firma, criada a los pechos del catalanismo, vivió en un sombrío mundo donde los catalanes eran Bambi y se dejaban hacer y decir de todo por españolazos repletos de mala uva. Ah, pero eso va a cambiar. Está cambiando ya. En las universidades de la gloriosa Cataluña independiente del futuro se estudiarán con orgullo hazañas políticas y comunicativas como la de haber colgado carteles electorales de los hermanos Pasqual y Ernest Maragall, avisando a la población de que si votaban al segundo, les gobernaría el alzheimer del primero. Eso es astucia: marcarse un gol en propia puerta para despistar al enemigo y de paso al votante, que sin duda mucho agradece ir a votar a ciegas, sin saber de dónde vienen los golpes, ni si al final van a mandar los que ganan, los que pierden, o todo lo contrario. Por el mismo precio vas a las elecciones y al bingo.
Bromas aparte: ¿esta es la gente que nos tiene que garantizar la libertad de voto, de prensa, de pensamiento y de respiración? Siempre ha habido un ligero abismo entre lo que se informaba, lo que se sabía que ocurría, pero mejor no informar de ello, y las consecuencias de todo junto. Pero nunca había sido un abismo tan pavoroso como el que hay ahora. A este paso, las acciones de nuestros gobernantes, de todos ellos, van a ser más impredecibles e inescrutables en democracia que en dictadura. Cualquiera les adivina las coaliciones y las intenciones. Lo que tenga que ser, será.
Una vez más, Cataluña va en cabeza. En una sola semana se han celebrado en Barcelona dos vibrantes debates sobre el futuro en este país del periodismo político (que otro parece que no hay). A uno, organizado por Eldiario.es y protagonizado por el director del mismo junto con el director de La Vanguardia, la directora del Ara y una exdirectora de El País, yo, que ya no milito en ningún partido, pero alguna gente muy de derechas me considera demasiado de izquierdas, y algunos de izquierdas como demasiado de derechas, tuve el inmenso honor de ser invitada a asistir como público. Al otro, moderado por el representante del PP en el Ayuntamiento de Barcelona, Dani Sirera, me invitaron como ponente. Saquen sus conclusiones. Yo ya saqué las mías. En el debate donde sí fui invitada a tomar la palabra, lo estaban también los delegados de El Mundo y El Debate en Cataluña y firmas ilustres de El Independiente y Voz Populi.
Sinceramente creo que un periodismo libre e independiente es más necesario y más difícil de ejercer que nunca. No ayuda nada la cada vez más descarada y descarnada falta de transparencia del poder. Tampoco la creciente indiferencia o pachorra de un público que se deja adormecer por consignas cada vez más burdas y hooliganismos más básicos. No es cuestión de y tú más. Sino de qué menos que te cuenten la verdad, toda la verdad, nada más que la verdad, y a partir de ahí ya cada uno opina, decide y vota. Dos pistas: la buena información no es gratis. Al contrario, es muy cara. Pero infinitamente más cara sale la desinformación. Eso sí que no hay dinero en el mundo para pagarlo. Ni para soportarlo.