El segundo intento de asesinato de Trump ya es página pasada en el libro de la actualidad española. La rápida evacuación de este asunto hay que ponerla en contraste con el prolongado despliegue de entusiasmo por la candidatura de su rival. No votamos aquí al próximo inquilino de la Casa Blanca —por qué no poner unas urnas de juguete para hacernos la ilusión de participar—, pero Kamala es nuestra candidata y nuestra gran esperanza, lo cual explica posiblemente la diferencia en el interés. Aunque puede explicarse alternativamente por la diferencia entre un intento de asesinato y un asesinato. Llevamos sesenta años hablando del asesinato de John F. Kennedy y no parece que se vaya a agotar nunca el tema. Pero no pongamos el mito a la altura del barro. Si Trump cayera en uno de estos intentos, se hablaría del suceso sólo el tiempo imprescindible. Y, básicamente, para culparlo.
Culpar a Trump de que lo intenten asesinar es fácil. Establecida su monstruosidad, lo demás llega por sí solo. Cuando después de dos intentos, se insiste en que la fuerza motriz de Trump es la indignación, y que la instiga tanto a su favor como en su contra, se está diciendo que él mismo pone en marcha el proceso que, en alguna mente desequilibrada, puede llevar a coger un arma y a dispararle. Cuando se subraya, tras los atentados, que la figura de Trump incita a la gente a lanzar amenazas tanto a su favor como en su contra y que su discurso está permeado del lenguaje de la violencia, se está sugiriendo que es él quien prepara el caldo de cultivo de los intentos de asesinarlo. En realidad, desde que se dice que el discurso de Trump es el discurso del odio, queda ya dicho que la causa de que intenten matar a Trump es el discurso del odio de Trump.
El discurso contra el discurso del odio permite atizar el odio diciendo que se está contra el odio. Es un artefacto político enormemente útil, porque instiga el odio y después, manos fuera, se quita toda responsabilidad. Si hay alguna mala consecuencia para los odiosos a los que se incita a odiar, los culpables están señalados de antemano. Son los que han sembrado los vientos y recogen las tempestades. Son aquellos a los que se acusa de discursos del odio. Quienes estimulan el odio contra el odio no se reconocen ni se sienten culpables de nada. No reconocen, para empezar, que odian ciegamente. Ven su odio tan justificado que no lo ven. Ni siquiera lo ven cuando se personaliza, cosa que ocurre siempre. El discurso contra el discurso de odio es el discurso de la cancelación. Y hay cancelaciones radicalmente definitivas.
A falta de la definitiva cancelación de Trump, constatemos lo que más ha molestado al común de la opinión progresista. Molesta tener que calificar de intento de asesinato de Trump un intento de de asesinato de Trump. Y molesta que estos desagradables sucesos le den protagonismo. ¡Lo peor de que le disparen a Trump es que se habla de Trump! Con lo bien que se está hablando de Kamala.