Un día tenemos que sentarnos a hablar seriamente de la inmensa responsabilidad intelectual y humana contraída por todos aquellos que justifican la feroz escalada antisemita occidental disfrazada de antisionismo. Como si quedara un solo antisionista que no trabaje activamente por la destrucción física del Estado de Israel y de toda la gente que contiene. Árabes incluidos. Los de Palestina en primera fila, por cierto: del mismo modo que la feroz guerra de 1948, lejos de pretender "liberarles", sólo ansiaba anexionar sus territorios a determinadas potencias árabes, hoy si hay que convertir Gaza en una tuneladora y en un matadero perpetuo, pues se convierte. Lo importante es no renunciar a borrar Israel de la faz de la Tierra. O intentarlo.
Nada de lo que sucede puede entenderse negando esta mayor. El antisionismo no es una mera crítica o incluso antagonismo legítimo hacia la política de Israel. Es una negación radical de su derecho a la existencia. De su derecho a la defensa ya ni hablamos. Para ese afán, vale todo: desde la propaganda más insultante y más abyecta, hasta libros de texto utilizados en las escuelas de la UNRWA, la agencia "humanitaria" de la ONU para los refugiados palestinos.
Incluso a día de hoy, la ONU goza de cierto prestigio para los incautos. Para los que no se quieren enterar de que, más allá de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad que, con todas sus carencias, algo son y algo representan, empieza un magma de agencias y de comités de oscuro e incontrolable pelaje, no precisamente autosuficientes desde el punto de vista financiero. Viven de quien más y mejor les subvenciona. Así hemos podido ver algún que otro pasmoso informe sobre la cuestión catalana pagado a escote por la Generalitat indepe, con el dinero de todos. Y alguna fulminante recolocación de exministras de Zapatero (no las más brillantes, por cierto) a golpe de talonario.
En el tema de Oriente Medio cabría pensar que la enorme visibilidad del conflicto debería impedir al mundo comulgar con según qué ruedas de molino. Error. Es como si hubiera muchedumbres enteras ardiendo en deseos de lanzarse a un abismo de hipnosis colectiva.
Ha pasado estos días por España Marcus Sheff, director general del Instituto para el Monitoreo de la Paz y la Tolerancia Cultural en la Educación Escolar (IMPACT-se), armado de unos papeles y de unos datos que da miedo mirar. Dio una charla en una librería de Barcelona (con los Mossos d’Esquadra blindando la puerta) para describir el currículo educativo de las escuelas palestinas. Hiela la sangre echar un vistazo. En esos planes educativos, Israel no existe excepto como la encarnación del mal. No ha habido nunca acuerdos de paz ni esfuerzos para lograrlos. Los judíos son asesinos congénitos de niños y de todo lo que se mueve. Deben ser eliminados sin más. Hasta las ciencias y las matemáticas se estudian con planteamientos tales como despejar cuántos "mártires" y "heridos" hay en la ecuación de determinada "masacre sionista", teniendo en cuenta que un valor quintuplica al otro. Para aprender física, se enseña a calcular la aceleración de una piedra lanzada por una niña palestina contra soldados israelíes. Y así todo el rato.
Quizás la peor enseñanza de todas no sea ni siquiera esa, la del odio puro —tanto de letras como de ciencias—, como la de no sentir ningún amor por la vida. Ni siquiera por la propia: las escuelas palestinas adoctrinan no en la búsqueda del progreso personal sino en la de la inmolación, ya que no cabe mayor gloria que morir matando. A cuantos más judíos, mejor.
Lo peor de todo es que eso se enseña en escuelas de la UNRWA, usadas con desparpajo como cuarteles generales volantes de Hamás, y con empleados de la agencia acreditadamente involucrados en sus actividades. La demostración de esto último bastó para que Estados Unidos y algunos países de la UE se plantearan recortes drásticos en sus aportes financieros a esa agencia. No es el caso de España, cuya contribución se ha disparado un 332,7% desde 2017, cuando ya ocupaba el puesto 20 entre los mayores donantes mundiales. En 2023 llegó a ser el número 11 después de doblar la aportación de 2022, plantándose en casi 34 millones de euros. En marzo de 2024, España abogó por aumentar en 20 millones la financiación de la UNRWA, que se sumaban a los 3,5 millones extra ya entregados el mes anterior. El pasado mes de abril, nuestro gobierno condecoró con la Real Orden de Isabel la Católica al máximo representante de la agencia en cuestión.
Ante semejante panorama me pregunto yo: ¿es creíble a estas alturas tanta ceguera, y tan fanática? ¿O lo que ocurre en realidad es otra cosa? Vamos a ver. Si uno se quiere convencer de que la UNRWA hace "lo que puede", alegará que, si no existieran ni esta agencia ni los fondos internacionales que recibe, la educación de los niños palestinos podría ser peor todavía. O ni siquiera existir. Es evidente que si la UNRWA o la madre que la parió no se doblega a la visión del mundo imperante en los territorios donde pretende actuar, sería expulsada sin miramientos. Pasa en las mejores familias y en los peores países, ¿no va a pasar en el mismísimo infierno, allí donde la vida humana no vale nada, donde un padre cuelga en redes sociales un vídeo falso con su hijo pequeño en brazos, pretendidamente "asesinado" por Israel, mientras la criatura pone todo de su parte para hacerse la muerta, pero, criatura al fin, no puede evitar rascarse la pierna que le empieza a picar a media grabación? No quiero ni pensar en los motivos del padre. ¿Por dinero? ¿Para que no le rajen el cuello allí mismo los de Hamás?
Hay países, hay países complicados y hay entidades criminales, como las que hace muchos años gobiernan o, mejor dicho, desgobiernan, la parte de Palestina no civilizada por Israel. Cualquier funcionario de la ONU, "experto" internacional, cooperante aficionado o lo que sea que quiera trabajar allí, es decir, vivir de los muchos fondos internacionales que la UNRWA sigue recibiendo a día de hoy, tiene que hacer como el padre palestino del vídeo: poner todo de su parte para perpetuar el statu quo. Como se les ocurra decir que las cosas son o podrían ser de otra manera, unos tendrían que salir por patas y los otros, buscar trabajo.
El moderno antisemitismo no es sólo una seria amenaza existencial para Israel. Es un negocio que da de comer a mucha gente. Una mafia. Una red de crimen organizado que nada tiene que envidiar al tráfico de armas o de drogas. El tráfico humanitario es una de las mayores estafas de nuestro tiempo, y de las más crueles.
Costó mucho, pero negar el Holocausto acabó siendo declarado delito en varios países. A ver cuánto va a costar no ya dejar de negar lo que de verdad pasa ahora en Oriente Medio, sino dejar de colaborar con ello. ¿Hasta cuándo seguiremos financiando con nuestros impuestos esta Cueva de Alí Babá "humanitaria"?