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México, un Estado fallido

Mientras esta nación, como dijo Octavio Paz, no acepte que su padre fue Hernán Cortes, será un Estado fallido.

Mientras esta nación, como dijo Octavio Paz, no acepte que su padre fue Hernán Cortes, será un Estado fallido.
Europa Press

La utilización política de la historia siempre es molesta. Desagradable. Enerva a las personas con sentido común y sobre todo genera resentimiento en el ciudadano medio. Y, sin embargo, nadie se engañe, del uso perverso de la historia, en verdad, de la negación genuina de la Historia con mayúscula, viven ciento de naciones en el mundo. El caso de México en nuestro tiempo es paradigmático. El nacionalismo mexicano, a diferencia de los arrogantes y supremacistas de los grandes imperios, fue, es y será siempre victimista y xenófobo. Es muy parecido al de los separatistas catalanes…, o sea, de casta le viene al galgo… Por cierto, fue Luis Villoro, nacido en Barcelona, uno de los mejores ideólogos que tuvo el nacionalismo indigenista mexicano de la segunda mitad del siglo XX. El libro dedicado a su maestro, José Gaos, transterrado en México, después de haber sido el rector de la Universidad Central de Madrid durante la Guerra Civil, titulado Los tres momentos del indigenismo, contiene muchas claves de la que se ha nutrido el putrefacto y populista nacionalismo mexicano.

Pasados los años Villoro hizo una autocrítica severa de esa obra, pero ahí está vivita y coleando, publicada de nuevo en edición digital por El Colegio de México. Pues, sí, el exilio español del 39 en México, aunque nos disguste, alimentó ese nacionalismo… También los supuestos libros científicos de Miguel León Portilla, especialmente los estudios dedicados a Bernardino de Sahagún y el titulado El reverso de la conquista, han sido fuentes venenosas de la ideología nacionalista mexicana desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy.

He ahí sólo dos ejemplos, entre otros miles, para mostrar la fortaleza intelectual e ideológica del nacionalismo indigenista. No está sólo en la barbarie nacionalista el gobierno saliente de México. Andrés Manuel López Obrador y su sucesora, Claudia Sheibaum, son los últimos representantes de una corriente política muy importante en México, desde mucho antes de la independencia del virreinato de Nueva España de España, hasta hoy. Los grandes momentos del indigenismo son para tomarlos en serio, insisto, porque ha tenido una base ideológica, en el peor sentido de esta palabra, muy potente a lo largo de los siglos. Pocos movimientos políticos contemporáneos han tenido tanto respaldo "intelectual". Por eso, precisamente, es menester abordar con prudencia política y, sobre todo, con rigor intelectual el actual episodio del gobierno saliente mexicano, que ha prohibido la asistencia del Rey de España a la toma de posesión de la sucesora de López Obrador.

El debate, pues, tiene múltiples enfoques, aunque creo que ninguno de ellos puede prescindir del reconocimiento de un hecho insoslayable: uno puede esperarse cualquier acción atrabiliaria y sin-sentido del gobierno mexicano que, hoy por hoy, es la imagen de un Estado fallido, imposible de entender sin el indigenismo, cuya renovación y revitalización fue posible con la presencia de las "ideas" del comunismo marxista de finales del XIX. Son muchos los analistas que consideran el episodio de López Obrador como una caricatura mala de la ideología indigenista. Es cierto. Pero el gesto contra el Jefe del Estado de España sigue revelando lo esencial. México casi siempre ha vivido del tradicional y pervertido nacionalismo: victimista, antiespañol y antigringo. Mientras esta nación, como dijo Octavio Paz, no acepte que su padre fue Hernán Cortes, será un Estado fallido.

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