Me acuerdo del mundo pre-Internet. Para los periodistas, sin ir más lejos, todo era mucho más duro y exigente que ahora. No podías ir a ningún sitio sin los deberes hechos. La opción de mirar en el último minuto en Google quién era quién o qué había dicho o hecho en las últimas horas no existía. O sabías ciertas cosas porque te habías preocupado de saberlas, o no las sabías y volabas a ciegas.
Internet nace como una red de intercambio de información para uso militar y de repente da el salto a lo cotidiano, para bien y para mal. Desde entonces se han multiplicado los defensores y los detractores.
Uno de los defensores más interesantes que conocí era el añorado filósofo Antonio Escohotado. Era la última persona que según quién se podía esperar que defendiera Internet a capa y espada. Digamos que, a su nivel intelectual, lo "propio" era abominar de un amasijo de información incontrolada viajando a la deriva, como hacen millones de toneladas de plásticos por los océanos. Digamos que Escohotado pertenecía al equivalente contemporáneo de las antiguas castas de los "escribas", custodios de un saber que no estaba al alcance de todos, y que era lógico no querer compartir con quien no estaba preparado para ello. O, al menos, mirarlo con mucha prevención.
En cambio, Escohotado y yo resultamos estar de acuerdo en lo que a los dos nos parecía lo esencial de este asunto: cuánto más sepas o puedas saber, mejor. Si luego lo usas con las posaderas y no con el cerebro, es tu problema. Pero la oportunidad de acceder universalmente a una cantidad de información, conocimiento, etc, como nunca antes en la Historia, no tiene precio.
Otra cosa es saberlo aprovechar. Cuando yo por ejemplo digo que el peor periodista es siempre mejor que un bloguero cualquiera, lo que quiero decir es que un periodista puede no saber de nada. De hecho, es bastante habitual. Es estremecedoramente exigua la carga de formación de la carrera de Periodismo en España; como no te hagas tu cultura general por tu cuenta, vas listo y tus lectores van vendidos. Ah, pero un buen periodista, incluso si es un ignorante, tiene y puede ofrecer algo muy importante. Un periodista sabe saber. El oficio consiste precisamente en la capacidad de empaparse de información y, con suerte, contrastarla, contextualizarla y analizarla antes de compartirla.
Es precisamente la segunda parte de ese proceso la que me interesa valorar hoy, y ponerla en relación, primero con Internet, segundo con el más reciente auge de la inteligencia artificial. La tan cacareada y temida IA.
Decía Escohotado, y suscribo yo, que la información y el conocimiento mejor que sobren que no que falten. Mejor nadar en la abundancia que en la carestía. Por supuesto una impone exigencias muy diferentes de las que impone la otra. Cuando la información cae con cuentagotas, el reto es buscarla. Cuando cae en tromba como las cataratas del Niágara, el reto es filtrarla.
Siendo yo por ejemplo era corresponsal de un importante periódico español en Nueva York, enseguida descubrí que mi trabajo no consistía tanto en obtener noticias como en separar el grano de la paja de la avalancha de información que a diario me pasaba por encima. Recuerdo por ejemplo cuando estalló la crisis financiera de 2008 y los medios de comunicación y las redes se llenaron de mensajes apocalípticos clamando por el rescate masivo del sistema financiero, al grito de que, de lo contrario, la caída en picado de la economía ficticia arrastraría al abismo a la economía real. Cruzando cuidadosamente todos los datos y mensajes, llegué a la por entonces transgresora conclusión de que esto no era así. No era verdad. Se lo dije incluso al director de mi periódico: "Están forzando entre todos un rescate en falso del sistema financiero con fondos públicos y sin contrapartidas de ningún tipo bajo la amenaza de que si no, no habrá crédito para los negocios y tendrán que cerrar; pero si se hace así como se está diciendo, seguirá sin fluir el crédito y seguirán cerrando negocios". Exactamente así sucedió. Pocos meses después, un cariacontecido Barack Obama aterrizó en helicóptero (literalmente) en Wall Street para regañar enérgicamente a los bancos que se habían gastado las ayudas públicas en enjugar sus activos tóxicos y su morosidad, sin abrir ni lo más mínimo la mano del crédito. La bronca de Obama no tuvo ningún efecto a corto plazo porque a buenas horas.
Es sólo un ejemplo. Podría poner muchos otros de cómo el mundo de Internet era y es un mundo de secretos a la vista de todo el mundo, que es a veces la manera más difícil de descubrirlos. Es tan simple como que el superpoder de la superinformación comporta una super-responsabilidad: darle una vuelta bien dada a todo lo que te llega. Ver de dónde te llega, de quién y por qué. La información en bruto es desinformación. El conocimiento que no se piensa se desconoce.
Y llegó la IA. Una vuelta de tuerca que acelera sensiblemente la cantidad de información y de conocimiento al alcance de cualquiera. ¿Escohotado estaría más contento o menos? Por desgracia ya no se lo puedo preguntar. Pero, si me preguntan a mí, diré que estoy ilusionada por la creciente multiplicación de nuestras posibilidades de saber cosas, y algo preocupada porque perdamos cada vez más el control de las mismas.
Yendo a lo más básico, y pensando de nuevo en la función pública y social del periodismo: tirar de Google estaba y está bien si no te conformabas ni conformas con la primera "entrada" que te sale al paso cuando buscas en un buscador. Uno de los mayores servicios que los periodistas podemos ofrecer hoy a nuestros lectores, oyentes y televidentes es ayudarles a cribar profesional y honestamente. Distinguir las fuentes fiables de las no tan fiables. Buscar contradicciones, puntos ciegos y hasta mentiras puras disfrazadas de verdades. Encender las alarmas.
Hasta ahora hemos vivido en un mundo donde los tentáculos de Internet, por poderosos que fueran, eran siempre visibles. Google te dice de dónde "saca" las cosas. No es lo mismo, pongamos, unas declaraciones sobre lo que pasa en Venezuela si las hace Leopoldo López que si las hace José Luis Rodríguez Zapatero. O ver qué dicen de Oriente Medio Benjamin Netanyahu, un portavoz de Teherán o Irene Montero.
La IA puede o pretende darnos hecho hasta eso: le preguntas sobre algo y te da la respuesta sin precisar de dónde la ha sacado. Sin revelar sus fuentes. Entonces, puedes hacer dos cosas: quedarte con eso y ya, o tomarlo como punto de partida de un proceso de averiguación y comprobación mucho más detenido y personal. Sin perder de vista nunca un norte tan básico y a la vez olvidado como el sentido común. Contar hasta diez, y hasta cien si es preciso, antes de dar nada por bueno.
La IA nos encamina a un mundo mucho más cómodo en muchos sentidos, ya que nos puede liberar de muchas tareas mecánicas por ejemplo a la hora de editar vídeos o de rastrear información pública. Todo dependerá de no confundir comodidad con pereza. Es en el fondo muy sencillo: aproveche la IA y todo lo que venga para esforzarse más, no menos. No intente ser inteligente a ciegas. Si dedicamos en el mundo IA el mismo esfuerzo que antes a informarnos y enterarnos, podremos adelantar mucho. Si nos convertimos en borregos a los que estresa hasta tomarse la molestia de dar tres clics en vez de uno, nos comerá la estulticia. No harán falta bulos ni pseudomedios, porque viviremos en una era de pseudomentes. Vivimos un poquito en ella ya.