
El 7 de octubre de 2023 fue un día que marcó un antes y un después en la vida de todos los ciudadanos de Israel. Las atroces imágenes de la barbarie perpetrada por el grupo terrorista Hamás permanecen grabadas en la memoria de todos nosotros. Además, en lugar de poder sanar y reconstruir, Israel se encuentra sumido en una guerra que se libra hasta en cinco frentes. El anhelado "día de después", en el que podamos mirar hacia el futuro con esperanza, aún parece lejano.
En los días y semanas posteriores al ataque, la sociedad israelí demostró un nivel de solidaridad y compromiso civil que pocos países en el mundo podrían igualar. Aquellos que no habían sido llamados a incorporarse como reservistas en el ejército se lanzaron a la acción con infinidad de iniciativas. Una de las imágenes más impactantes de esos primeros días fue la de las largas filas de ciudadanos en todo el país, dispuestos a donar sangre para las víctimas del ataque y para los soldados que, inevitablemente, iniciarían la incursión militar en Gaza.
A medida que pasó el tiempo, y a pesar del constante lanzamiento de misiles, la vida en Tel Aviv comenzó poco a poco a florecer de nuevo. Durante las primeras seis semanas de la guerra, vivíamos entre tres y cuatro alarmas diarias por ataques de misiles. Poco a poco, y conforme las alarmas se volvían menos frecuentes, se intentó volver a la rutina, aunque de una forma que podría describirse como una falsa sensación de normalidad, que persiste hasta hoy. En el centro del país, las cafeterías se llenan, la gente ríe y socializa. Sin embargo, esta apariencia de normalidad oculta una realidad más compleja y dolorosa.
Por un lado, surge un sentimiento de culpa: ¿cómo podemos disfrutar de un café mientras otros permanecen atrapados en túneles en Gaza o luchando en el frente? Es difícil caminar más de diez metros en cualquier ciudad de Israel sin toparse con carteles que muestran las fotografías de los más de 100 israelíes que siguen secuestrados en la franja de Gaza, convirtiéndose en personas cercanas. Y las decenas de miles de familiares de los soldados fallecidos y heridos, o aquellas que viven el temor de que le comuniquen la terrible noticia de que sus seres queridos han caído en el frente.
La situación en el sur es aún más preocupante, con miles de ciudadanos que aún no han podido regresar a sus hogares; y en el norte, donde más de 50.000 personas llevan un año desplazadas por los ataques de Hezbolá que han convertido la situación en toda esa parte del país en un infierno. Irán por primera vez ha atacado de forma directa a Israel, primero el pasado mes de abril y más recientemente con los 181 misiles balísticos, llevando a más de la mitad de la población civil de Israel a los refugios.
El pasado mes de julio, los hutíes llevaron a cabo un ataque en Tel Aviv utilizando un dron explosivo, que trágicamente se cobró la vida de un ciudadano que dormía en su casa. Esa noche, yo me encontraba en un bar y vi la explosión a lo lejos. En ese momento, ni siquiera imaginé que se trataba de un ataque, pocos minutos después las noticias confirmaron la terrible realidad. Imagínense estar en un bar un fin de semana y ver, a solo unos cientos de metros, la explosión de un dron lanzado por uno de los grupos proxis de Irán.
Tel Aviv es una ciudad vibrante y cosmopolita, con una escena culinaria y una vida nocturna más ricas que las de muchas capitales europeas. Sin embargo, esa vitalidad convive con la constante amenaza de misiles, drones y ataques terroristas. Es una realidad tan compleja que resulta difícil de imaginar.
Y pesar de todo, también persiste un profundo sentimiento de que "esto también pasará" y de que, si dejamos de vivir, ellos habrán ganado.
