Cuando veo a la jauría humana persiguiendo a alguien, disfrutando con las dentelladas, enfervorizada por la pasión de hacer sangre, sea la presa a la que se persigue culpable de algo o no sea culpable de nada, todos mis instintos se rebelan contra el instinto sanguinario de la especie en masa, azuzada por demagogos o por quien sea, y la tensión que esto me produce me pone enferma. Valga este apunte como descargo. Tomo la pluma, pero quizá me fallen las fuerzas. Un preámbulo que completo recordando que a la jauría se la ha convocado estos años más de una vez bajo la bandera —falsa— de la defensa de las mujeres. Fue así tras la primera sentencia de La Manada. Lo fue con el asunto de Rubiales. Lo es ahora con el caso de Errejón, un instigador de la jauría, hoy víctima de ella. Y hubo también, por el medio, alguna jauría, menos numerosa pero igual de repulsiva, contra un grupo de mujeres que firmamos, en 2018, un manifiesto que rechazaba la victimización permanente de la mujer.
El más grave de los efectos de las jaurías convocadas bajo la bandera feminista y lo más grave que han logrado imponer esas feministas en una parte de la sociedad española y en todo el arco político es que a las mujeres se las considere, en un país con igualdad ante la ley, como seres de una vulnerabilidad extrema, incapacitadas para caminar por sí solas por los riscos de la vida y necesitadas de una extraordinaria protección. Y en lo específicamente sexual, como un ser pasivo, que sufre con íntima repugnancia el constante acoso de los desmedidos apetitos sexuales masculinos. El irónico logro del intenso activismo feminista de estos años es que la mujer sea vista como un ser débil y que se hayan aprobado leyes que parten de esa condición de fragilidad y la confirman y perpetúan.
Ni igualdad ni fortaleza, ni autonomía ni independencia. Lo que han hecho estas corrientes ideológicas, que primero se plasmaron en la Ley contra la Violencia de Género y más tarde en la Ley del "sólo sí es sí", supone un retroceso histórico y maligno para las mujeres, aunque muchas crean que necesitan o que les convienen la victimización y la sobreprotección. He dicho en todo el arco político porque es así. La izquierda lo propulsa, como si fuera algo revolucionario, y la derecha lo asume por lo contrario. La mujer débil es el resultado de esta doble estupidez. Estupidez, sí, pero de la que todos extraen beneficios. Todos, con gran paternalismo, compiten por ver quién sobreprotege más a las incapacitadas.
Las esperpénticas denuncias contra Errejón reflejan, mejor que nada, el corrosivo resultado de haber debilitado y fragilizado a la mujer. Más aún, cuando las denunciantes son o parecen mujeres imbuidas del dogma neofeminista. En esas denuncias vemos a mujeres que se quedan paralizadas cuando un tipo como Errejón, que no es Mr. Músculo, hace algún avance sexual y no logran rechazarlo. Al contrario, van y siguen con él. Vemos a mujeres que se aterran por su mirada amenazante, pero quedan con él para encuentros sexuales, aunque le reprochan, eso sí, que no contribuya a pagar los zapatos de tacón. Vemos a mujeres que cuando el tal les pone una mano en el culo, no le dan un hostión o pegan un grito, sino que, inermes, susurran con las amigas y llaman a no sé quién. Vemos a mujeres que quieren tener una historia de amor preciosa con el interfecto y se sienten agraviadas cuando ven que sólo quiere tocarles el cuerpo: ¿quién dijo que ya no había mujeres que quisieran amores platónicos? Se pueden entender la confusión y la frustración. Pero nada de lo que cuentan muestra a mujeres fuertes, autónomas, sabedoras de lo que quieren y de lo que no. Y estas son las acólitas del feminismo, su producto, por así decir. Lo que sí saben, en consecuencia, es denunciar. Todo es agresión sexual.
Mujeres jóvenes que pueden hacer amplio uso de una libertad sexual como no ha habido nunca, en vez de sacar el mejor partido de los hombres con los que deciden relacionarse (el problema es que no parecen capaces de decidir nada), se ponen el cinturón de castidad ideológico, lo cierran con la llave del "sólo sí es sí" (hay que derogar esa ley, por lo que es y por lo que significa) y luego denuncian al tipo, no se sabe bien si por lo que hizo o por lo que no terminó de hacer. Pobres bobas, dentro de diez años ya no podrán juguetear y dentro de treinta serán como las otoñales envidiosas que les dictan que no pueden divertirse con los hombres. Nunca llamarán a las puertas del cielo.
Entretanto, la jauría contra Errejón no hace más que fortalecer los dogmas represores del feminismo radical. Los suyos le destrozan porque deben castigar al acólito transgresor para defender el dogma y la inquisitorial cárcel en la que meten las relaciones de hombres y mujeres. Los otros se suman a la retaguardia de la jauría —hay que aprovechar— y renuncian a dar la batalla contra esos dogmas, esa cárcel y esa inquisición: es complicado, vaya, y que no se diga, oye, que no protegen a las incapacitadas tanto como el que más. Nunca os podremos perdonar que nos hayáis convertido en "sexo débil". Idiotas.