Tiempo habrá, nos dicen, de depurar responsabilidades de lo que ha pasado en Valencia: ahora es el momento de arrimar el hombro y de encarar con unidad institucional una tragedia cuyas dimensiones todavía da miedo concebir. Eso es lo que nos dicen. Pero resulta que no se lo cree nadie.
El caos tiene distintos nombres y apellidos dependiendo de con quién hables. La nefasta gestión y peor comunicación de los primeros compases de la crisis por parte de la Generalitat valenciana centra las denuncias de la izquierda. Desde la derecha replican que vale, pero que el Estado podía y debía implicarse desde el minuto uno, y si había que tirar de artículo 155, pues se tiraba. Que para eso está. Desde la izquierda te contrarreplican que eso no es tan fácil, que en el Senado el PP tiene mayoría, y te recuerdan que el Tribunal Constitucional tumbó el segundo Estado de alarma decretado por el gobierno Sánchez cuando la COVID por una denuncia de Vox, y que a ver si les van a acusar de recentralizar el Estado por la puerta de atrás. O de nacionalizarlo, como proponía Podemos cuando Pablo Iglesias, siendo vicepresidente del Gobierno, se saltó el confinamiento obligatorio por estar infectada de COVID su mujer, la también entonces ministra, para echarle un pulso a Pedro Sánchez porque su idea de atajar aquella crisis consistía en la sovietización de la economía y en que la Sanidad pública expropiara la privada. Que Amancio Ortega se meta sus donaciones por donde le quepan, vamos. Como cuando en el 36 comunistas, anarquistas y republicanos "del montón" se sacaban los ojos y los hígados, dudando entre hacer la guerra o la revolución. Por cierto, que ahora Podemos le mete casi más caña al PSOE (y por supuesto a Sumar) que al PP. Pablo Iglesias no ve el momento de errejonear primero (con su cuerpo de asalto "feministacash", como la guardia femenina que acompañaba a Gadafi a todos lados…) y sorpassear después a Yolanda Díaz, y la legislatura puede que se le esté haciendo más larga aún que a Alberto Núñez Feijóo. A quien algunos quieren echar la culpa de que Carlos Mazón no se coordinara antes y mejor con Pedro Sánchez. Pedro Sánchez dice que Mazón pida, y se le dará, pero que el mando único no se lo coge. Mazón pide entonces que se pongan ministros a las órdenes de sus consellers, en lo que también hay quien no deja de calificar de 155 al revés, o sea que ya veremos.
Y siguen apareciendo cadáveres. Mientras la consellera valenciana de Turismo abronca a sus deudos y luego sale a pedir perdón. Los voluntarios, cabreados porque les mandan a limpiar centros comerciales cuando ellos querían ir a los pueblos, luego los que van a los pueblos se intoxican, porque el tema es más serio de lo que parece, y nos enteramos de que es en el parking de ese centro comercial al que no querían ir, precisamente, donde pueden hallarse más víctimas mortales sin contabilizar aún. La ciudadanía, desesperada, al límite, llamando "asesinos" a los políticos y tirándoles barro, y sólo los Reyes consiguen hacerles de escudos humanos, aunque a duras penas esta vez. La visita del 3 de noviembre a Valencia es lo más duro y valiente que ha hecho la Corona desde el discurso de Felipe VI sobre Cataluña un 3 de octubre de hace siete años.
Visto precisamente desde Cataluña, que está al lado de la Comunidad Valenciana y que los indepes consideran que es el mismo "país", todo este lodazal, el literal y el político, tiene derivadas particulares e interesantes. El presidente de la Generalitat catalana, Salvador Illa, discreto pulmón del socialismo en toda España —ni se mete con Sánchez, ni caerá cuando caiga él— reaccionó rápido y con mesura. Fue de los pocos que logró transmitir una imagen de seriedad y de solidaridad, que contrasta con la imagen de una Cataluña egoísta y depredadora de la caja común que es el baldón que nos queda del procés, y que tardaremos años en sacudirnos. No es que el friquismo haya quedado ni mucho menos atrás. Ahí están por ejemplo las declaraciones de la líder de Aliança Catalana, Sílvia Orriols: "Un Estado capaz de movilizar barcos de piolines (el nombre despectivo que los indepes dan a policías nacionales y guardias civiles desde el aciago 1 de Octubre…) para pegar a un pueblo es incapaz de movilizar eficazmente los servicios de emergencia para salvarlo". Tampoco ha faltado quien no tenía nada mejor que hacer que quejarse porque Carlos Mazón no haya hecho "ninguna declaración institucional en catalán" desde que empezó la DANA.
En los ambientes indepes, que te llamen autonomista es casi el peor insulto. Se lo llaman a veces a Illa. También le critican por hacerse "demasiadas" fotos con el Rey. Pues oigan, visto lo visto, aspirar a gestionar el Estado de las Autonomías decentemente, desde el Estado y desde las Autonomías, ahora mismo es para nota. Y llevar la Corona bien puesta, también.