Todos los que defendemos el derecho de Israel a existir y a defenderse; los que estamos además convencidos de que el atroz ataque del 7 de Octubre perseguía cargarse los Acuerdos de Abraham, impulsados por la anterior Administración Trump para superar el fracaso de los de Oslo, y que llevó a Emiratos Árabes, Baréin, Sudán y Marruecos a sentarse a una mesa de potencias árabes interesadas en las ventajas de la moderación, de la paz y de normalizar Oriente Medio; todos los que, en fin, creemos que la cuestión palestina nunca se podrá resolver hasta que alguien tenga el valor de vaciar el saco de mentiras sobre el tema procedentes de Irán y de la izquierda woke (especialmente bochornosas cuando ignoran o hasta niegan la brutal violencia sexual de Hamás contra sus víctimas); todos los que llegado este punto no han dejado de leer este artículo para colgar un tuit llamándome hija de puta y fascista, ¿debemos alegrarnos del resultado de las elecciones americanas? ¿O debemos esperar y ver, wait and see?
Hemos visto al premier israelí, Benjamin Netanyahu, felicitar efusivamente a Donald Trump por su apabullante victoria. Pero también le vimos felicitar a Joe Biden cuando ganó (para gran cabreo de Trump, que se lo tomó como una ofensa personal) y, sobre todo, le hemos visto poner la directa en las semanas previas. En Gaza, en Líbano y en el mismísimo Teherán.
Le hemos visto cesar a su ministro de Defensa sin ni esperar a que se abrieran las urnas en Estados Unidos. Y la misma efusividad en la celebración del éxito electoral del "amigo de Israel" parece contener un punto de sobreactuación. Como si Netanyahu pensara que más le vale marcar territorio y dejarle claro al nuevo inquilino de la Casa Blanca lo que espera exactamente de él. Ponerle muy alto el listón de la decepción.
Repasemos un poco la Historia, esa que los wokes no leen, o nos cuentan tan mal. La autoproclamada progresía da por hecho que, sin Estados Unidos, Israel no existiría. Eso no es cierto. Fue bastante más decisivo el apoyo inicial de la Unión Soviética para que Ben Gurion pudiera fundar su Estado sobre el filo de la navaja del reparto de Palestina fijado por la ONU. En los terribles meses que van desde ese reparto hasta el final de la batalla campal de 1948, cuando las cinco potencias árabes invasoras (no para liberar Palestina, por cierto, sino para quedarse su territorio, que todos ellos, sobre todo el rey de Jordania, entendían que los británicos les habían prometido a ellos…), los judíos no habrían resistido sin los aviones y las armas que tenían que comprar clandestinamente, en el gigantesco outlet post-Segunda Guerra Mundial. Su primer proveedor estaba en la entonces Checoslovaquia.
Es verdad que Golda Meir llegó a Estados Unidos con diez dólares y regresó con 50 millones. Pero se los dio la comunidad judía, no la Casa Blanca. El presidente Truman intentó varias veces ponerse de perfil y hubo que presionarle y presionarle y presionarle para que se "mojara" y acabara, primero, prohibiendo a los británicos que armaran a los árabes —bajo amenaza de retirarles el apoyo estadounidense para la reconstrucción— y luego, reconociendo el Estado de Israel a los catorce minutos exactos de su proclamación.
Pero que todo esto iba y fue del canto de un duro, lo demuestra el tremendo sufrimiento sobre el terreno. Faltó muy poco para que los judíos de Jerusalén perecieran por hambre cuando los ingleses abandonaron Latrún y desde allí los árabes impedían el paso de convoyes con alimentos. Para evitarlo, se abrió literalmente a martillazos y bajo feroz fuego enemigo una ruta alternativa que, partiendo de los alrededores del kibutz Hulda, llegaba hasta la Ciudad Santa. Cada noche, una riada humana similar a la que hemos visto en Valencia, pero arriesgándose a llevarse un tiro en cualquier momento, salía en fila india de Tel Aviv con sacos de harina a la espalda. A pie hasta que los jeeps pudieron pasar. El esfuerzo fue tan titánico y arriesgado que lo llamaron la Ruta de Birmania, como la carretera de más de 1.000 kilómetros de longitud excavada a través de las montañas para unir Birmania y China.
Es sólo un ejemplo de cómo el apoyo americano a Israel, un espaldarazo gigantesco en la imaginación calenturienta de los wokes, ha sido y es siempre más pequeñito y dubitativo en la práctica. En Estados Unidos existen muchos lobbies, no sólo el judío. El lobby saudí, por ejemplo, no es moco de pavo. A los sucesivos presidentes americanos les ha gustado más hacerse fotos de acuerdos de paz que garantizar su efectivo cumplimiento. Al en otros aspectos añorado Barack Obama le faltó tiempo, según tomó posesión, para enfriar relaciones con Tel Aviv, entibiarlas con Teherán y promover todas esas primaveras árabes que en seguida se vio que eran un churro, y que en gran medida nos han llevado hasta aquí. Los americanos no ven el momento de descargarse de responsabilidad en Oriente Medio sin que se note demasiado. Su indescifrable hipocresía en estos asuntos es sólo una de las cosas que le han pasado factura a Kamala Harris.
¿Y Trump, qué va a hacer en Tierra Santa? Pues lo que sea, será interesante de ver. Se ha pasado la campaña prometiendo que él se ve capaz de acabar esta guerra en dos meses. Pues debe ser un genio. Sobre todo, si pretende lograrlo con un programa aislacionista, reduciendo los compromisos militares de su país con el resto del mundo y, en fin, llevando hasta las últimas consecuencias su plan de America First (y los demás, que espabilen).
No más Planes Marshall ni más OTAN gratis para Europa. Y a Israel, ¿qué le espera? Como decíamos, Netanyahu lleva semanas asegurando todo lo posible el perímetro de la seguridad de su país, descabezando a Hezbollah y a Hamás, atreviéndose incluso a golpear en Irán, sabiendo que pasar así a la ofensiva le obligará a comerse algunos goles en propia puerta. Políticos y no sólo, ya que la Cúpula de Hierro tampoco es Dios, tampoco puede con todo. Tan tranquilo y tan confiado en que su "amigo" Trump se lo va a solucionar no debía estar cuando se ha preocupado de llegar al 5 de noviembre con su propia Ruta de Birmania hecha. Igual que Ben Gurion, hace 76 años, tenía claro que todo lo que no consiguiera asegurar antes del alto el fuego, estaría escrito en hielo.
¿Se puede ser una gran potencia mundial estando sólo pendiente de los aranceles? Trump ha ganado porque la gente se empieza a hartar de las mentiras woke, pero eso no le va a librar de sus propias contradicciones. Y en Tierra Santa, las contradicciones sobre todo de los británicos, pero también de franceses, rusos y americanos, hicieron mucho daño en el pasado, lo siguen haciendo en el presente y ya veremos qué nos depara el futuro. Wait and see.