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Los Ministerios del Príncipe

El Príncipe gobierna "tribalizando" a sus súbditos y creando divisiones entre quienes, a lo largo de la historia, han ido construyendo un proyecto de nación.

El Príncipe gobierna "tribalizando" a sus súbditos y creando divisiones entre quienes, a lo largo de la historia, han ido construyendo un proyecto de nación.
Pedro Sánchez. | EFE

"Si vis pacem, para bellum". Como en la lógica y las tácticas del Príncipe el fin justifica los medios, y éstos se convierten en fines, ya no sabemos a qué objetivos apunta cuando propone programas con nombres rimbombantes, pero tan vacíos como las pompas de jabón que sopla un vendedor ambulante al paso de los niños en medio de una feria. ¿Qué significa y en qué terminó el anunciado apoyo a la "Alianza de las Civilizaciones"? ¿Alguien podría explicar qué se entiende por civilización europea, islamista, o americana, y quién tendría la legitimidad para identificar o representar a cada una de estas "civilizaciones"? Tal vez se lo podríamos preguntar al Ministerio de la Paz anunciado por George Orwell en su novela de 1984.

O podríamos recurrir a su Ministerio de la Verdad para arreglar el "ecosistema informativo" y con suerte nos ilustraría sobre el color del fango arrastrado por la última DANA de Valencia… ¿Qué se pretende con la proclama y la aprobación de un "Plan de regeneración democrática", cuando al mismo tiempo se hace un asalto político a los Tribunales Constitucional y Judicial, a la Universidad pública, o se usan las instituciones gubernamentales como el Ministerio del Interior, el CIS o la RTVE para cubrir la corrupción de intereses privados, hacer publicaciones tendenciosas o generar cortinas de humo? Lo que parece, más bien, es un plan para generar un ambiente de desconfianza, de duda y de manipulación, eliminando todo vestigio de verdad y libertad.

El Príncipe gobierna "tribalizando" a sus súbditos y creando divisiones entre quienes, a lo largo de la historia, han ido construyendo un proyecto de nación. Abandonando la idea de reforma, ha asumido una política de ruptura de nuestra comunidad española. En especial del equilibro logrado durante la Transición gracias a la Constitución de 1978. Para lograr sus oscuros objetivos no sólo exagera las diferencias y particularidades históricas de cada comunidad, sino que además alimenta las ambiciones de sus socios, los cálculos egoístas y las envidias de los protagonistas, en un ejercicio revuelto de populismo, independencia y aparente proteccionismo. A través del Ministerio de la Abundancia se presentará como su salvador, pero sólo para quien le pida su ayuda, tenga su sello en la frente, le aplauda desde la ventana y le rinda la debida pleitesía.

Cuando hay esperanza, se está dispuesto a dar la vida. El hijo del hombre ha entregado la vida por todos, incluso por sus enemigos. El Príncipe, en cambio, está dispuesto a quitar la vida a quien sea, especialmente si pone en riesgo su poder. Puesto que es el padre de la mentira, intentará sembrar desconfianza y confundir toda posible investigación de cualquier atentando, negligencia o intervención, eliminando cualquier pista que apunte hacia su autoría. O directamente acusará a su adversario de haber provocado el caos, las reyertas y las inhibiciones de sus responsabilidades. Desde el Ministerio del Amor, alimentará el odio y la división. Aprovechando las heridas y los fantasmas del pasado, proclamará leyes de memoria histórica o de cancelación que amordacen a los testigos incómodos y convoque a los que le permitan inventar una nueva narrativa torticera de la historia.

La iglesia católica no ha necesitado proclamar el dogma del pecado original. Como bien afirmaba el recientemente canonizado Cardenal John Henry Newman en la Apología pro vita sua: "Si hay un Dios —y, en efecto, lo hay— el género humano está envuelto, desde su origen, en una terrible calamidad. Está en desacuerdo con los designios de su Creador. Esto es un hecho, y un hecho tan cierto como el de su propia existencia. De ahí que la doctrina que se llama teológicamente el pecado original, resulte para mí casi tan cierta como el que el mundo existe o como la misma existencia de Dios". Pero no temamos; cuando se escuche que ya no existe el amor y que no hay esperanza, "levantaos, alzad la cabeza; se acerca vuestra liberación" (Lc 21, 28).

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