
El comisionista Aldama ha hablado ante el juez después de un tiempo de silencio y un tiempo de cárcel, y su declaración satisface a priori todas las expectativas que despierta la acción de tirar de la manta, que el diccionario define como "descubrir un caso escandaloso que otro u otros tenían interés en mantener secreto", y que es mucho menos frecuente de lo que se espera y desea. El panorama que ha puesto al descubierto con el tirón no se limita al caso escandaloso de la trama Koldo-Ábalos, aunque ha añadido ahí nombres de receptores de comisiones, cantidades y lugares de entrega, entre los que no falta el típico bar (junto a la sede de Ferraz). Su declaración es un recorrido por las altas esferas del Gobierno socialista, con las que presume de contactos para proyectos y negocios, de trabajos cuasi diplomáticos, como en la visita frustrada de Delcy, de recibir el agradecimiento personal de Sánchez e incluso de mantener reuniones con la mujer del presidente.
De inmediato, ministros, partido y Sánchez han contraatacado diciendo que todo eso es mentira, para empezar, y que un presunto delincuente no tiene ninguna credibilidad. Vayamos por partes, que la mezcolanza sirve para confundir. De establecer si todo es mentira o todo es verdad o si hay parte de verdad y parte de mentira se encargará la investigación judicial. Pero la credibilidad de Aldama y la credibilidad de lo que ha contado no se fulminan apelando a su condición de presunto delincuente. Hay presuntos y no presuntos que dicen la verdad. La dicen porque les conviene o porque ya que caen, no quieren caer solos, como pardillos. El asunto de la credibilidad no se solventa tan fácil y demagógicamente como pretenden los socialistas. Más aún cuando quienes quitan toda credibilidad al presunto, tienen ellos mismos la credibilidad por los suelos. Y no contribuye a aumentarla que todos los gubernamentales, sin excepción, hayan salido ahora a decir las mismas frases, como autómatas programados. Que el coro socialista declame que la declaración de Aldama debe desecharse porque es una "estrategia de defensa" también es una estrategia de defensa y así se percibe.
La estrategia defensiva del PSOE y del Gobierno incide en la delincuencia de Aldama porque si uno se imagina a un delincuente no se imagina a un señor de traje y corbata que circula por los salones reservados del poder como Pedro por su casa (es la expresión, qué vamos a hacerle). Pero aquí ya ha habido de todo y no cuesta tanto imaginarlo. Si un Koldo llegó adonde llegó, cómo no iba a llegar un Aldama. No es raro que fuesen socios de aventuras ni que el triángulo se completase con Ábalos, que hoy parecerá un don nadie, pero lo fue todo. El partido es así: hay unos que van de señoritos distinguidos y hay otros que hacen esas cosas que mejor se quedan debajo de la manta. División del trabajo. Pero ni las comisiones ni los contactos ni lo de Delcy inquietan tanto a los socialistas como la foto. La foto de Aldama con Sánchez, en febrero de 2019, en el teatro de La Latina, les pone los pelos de punta. Se tomaron tan a pecho la aparición de la foto del presidente arrimado al delincuente, que hicieron todo tipo de tonterías en las redes sociales para reducirla a uno de esos selfies que se hace la gente con el famoso de turno. Y degradaron al empresario que se movía por ministerios y sedes a la condición de tonto fan anónimo, el desconocido con el que jamás había cruzado una palabra el excelentísimo señor presidente: "nunca, fin de la historia, no hay nada más que rascar", dijo la refinada portavoz Esther Peña. Creen demasiado en el poder de la imagen. Y ahora Aldama les ha hecho trizas la imagen del poder.