
Hay que reconocer que Broncano es un tipo creativo. Lo que se le ha ocurrido a él esta semana, a nadie se le había ocurrido antes: levantar el visillo, como la vieja de los chistes, no para ver lo que pasa fuera, sino lo que pasa dentro. Para que la gente se entere de lo que valen un peine y una entrevista exclusiva.
No sé ni me importa demasiado cómo fue exactamente el caso concreto de la no-entrevista al campeón Jorge Martín en La Revuelta. Tal y como lo cuentan desde El hormiguero de Pablo Motos, parece que sí había un contrato de exclusividad, o de prioridad. Si esto es así, tendrían razón. Pero otras veces no se tiene y pasa lo mismo. Los programas de más audiencia, o de más presupuesto, o ambas cosas, ponen sobre la mesa de los entrevistados un plato de lentejas, y las toman o las dejan. Ellos sabrán lo que les conviene.
Si yo les contara cuántas de estas he visto. Personajes en mitad de un escándalo político que ya tenían un pie en una radio y recibían una llamada advirtiéndoles de que, si no iban primero a la radio rival, el grupo de comunicación asociado a la misma iba a publicar papeles comprometedores contra ellos. Cabeceras de periódico muy importantes pidiendo explicaciones a ministros de por qué determinada exclusiva la había podido publicar, pongamos, una pringada como yo en un medio mucho más pequeño. Vetos cruzados.
Es un tipo de guerra sucia que tiende al oligopolio, por no decir a la oligarquía. La cantidad prevalece sobre la calidad: no se pelea en buena lid, que todo el mundo entreviste a quien le dé la gana y que gane el mejor, sino que se procura que la competencia no tenga ni acceso a determinadas personas o a determinados contenidos. Que haya un techo de cristal, o de cemento armado, del que determinados medios o periodistas no pasan, da igual lo buenos que sean. Así se manda a la audiencia (que se desconoce cautiva) el mensaje de que lo que de verdad interesa y vale la pena sólo está en muy pocas manos, pantallas o micros. La práctica está tan extendida, créanme, que me cuesta mucho creer que Broncano haya llegado donde está sin haberla aplicado él mismo alguna vez. Ahí lo dejo.
Cuando le reconozco una inusual creatividad por cómo ha manejado todo este asunto, lo que quiero decir es que ha hecho un movimiento que hasta ahora no estaba en ningún manual de supervivencia. Hasta ahora, cuando el enemigo te hacía pupa llevándose los mejores temas o entrevistas, por las buenas o por las malas, la tendencia era a disimular. A hacer como el hidalgo de Lazarillo y salir a la calle hurgándose los dientes sin haber comido. Se temía que, de lo contrario, lectores, oyentes o televidentes huyeran espantados de la miseria para lanzarse en brazos de la abundancia.
Chivándose en directo de que los de Pablo Motos le habían chafado la entrevista, dejando la silla vacía y programando imágenes de ciervos en su lugar, Broncano ha emulado a su admirado (es broma) Donald Trump, haciendo de la necesidad virtud y hasta reivindicación.
Admitiendo que si El Hormiguero le quiere quitar un entrevistado se lo quita, yendo de víctima de un sistema que, insisto, tiene que conocer perfectamente desde que salió de la universidad, Broncano se presenta como lo que los americanos llaman un underdog. Y le sale bien. Sus fans empatizan con el supuesto débil y se lo premian con una oleada de solidaridad y de amor por Bambi.
La jugada es inteligente, pero me temo que no ayuda nada a sanear nuestra libertad de prensa, y sí a trasladar la polarización política y mediática al sofá de casa. A hooliganizar las audiencias, independientemente de la calidad objetiva de los contenidos. El medio es el mensaje: ¿estás con Motos o con Broncano? Y la conclusión es que, una vez elegido bando, tienes que mirar lo que te echen, sea lo que sea, y que hacer zapping al bando contrario te convierte en un traidor.
Ah, y saludos a los colegas de profesión que llevan toda la semana escribiendo de esto como si no hubieran visto nunca nada igual. A este paso, no va a hacer falta ni que los políticos mientan. Ya lo hacemos nosotros más y mejor.