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El oro y el moro catalán

Esto va a acabar como Illa siempre dijo que acabaría: con una lluvia de millones extra para Cataluña.

Esto va a acabar como Illa siempre dijo que acabaría: con una lluvia de millones extra para Cataluña.
El presidente de la Generalidad, Salvador Illa, a su llegada al Parlamento catalán. | EFE

La burguesía catalana es de las más famosas. No necesariamente de las más productivas. Hay honrosas excepciones individuales y familiares. Pero un vistazo desapasionado obliga a repensar el mito. ¿Dónde estarían o habrían estado algunos, de no ser por el chollo de que España no se presentó ni a la Primera Guerra Mundial ni a la Segunda? Es fácil vender lo que sea mientras todos los demás se están matando. En la práctica disfrutas de una especie de mágico arancel, de mercado dopado. Gran parte de la política catalana del siglo XX se entiende mejor así: como un intento de perpetuar la excepcionalidad en el tiempo y de acotarla en el espacio. Conseguir más que competir.

Tampoco es que la izquierda catalana se haya lucido nunca mucho, económicamente. Companys marchó al exilio con una mano rota delante y otra mano rota detrás, que es como siempre vivió. Y después de él malvivió Tarradellas, siempre a la última pregunta. Toni Comín no habría aguantado ni quince minutos. Todo ello mientras el gobierno vasco, también en el exilio, ataba los perros con morcillas. Era tan simple como que, a diferencia de los catalanes, no le quisieron dar un duro a Negrín para sufragar los estertores finales de la República (española). Ya todo el mundo apuntaba maneras. Eso sí, la versión oficial es que el dumping fiscal lo inventó Isabel Díaz Ayuso en Madrid.

Es verdad que Cataluña (al igual que Madrid y Valencia) hace el papel de Cenicienta en el régimen de financiación autonómica general. Ese que cuesta tanto reformar porque no hay manera de vestir un santo sin desvestir otro. Ríete de los intentos de rellenar vacantes en el Consejo General del Poder Judicial o en el Tribunal Supremo. También es verdad que, gestionando con los pies, no hay balanza fiscal que no se rompa ni dinero que alcance. Cataluña es la primera enchufada al Fondo de Liquidez Autonómica (FLA) y durante años su deuda pública era catalogada como basura por los mercados internacionales.

Con una burguesía malcriada y una izquierda gamberra, que en los últimos años nos ha instalado alegremente en la senda del decrecimiento y de las aleluyas pijookupas, el milagro es que Cataluña esté durando más que la URSS. Parte del secreto consiste en tener de tanto en tanto un gobernante que hace justo lo contrario de lo que dice. Véase Pujol, en sus buenos tiempos (hablo de su obra de gobierno, no de sus finanzas privadas). Véase Salvador Illa, un president nominalmente de izquierdas, que dice que sólo se plantea coaliciones progresistas. Veremos. En la práctica, y salvando algunas rencillas, se lleva mejor con los neoconvergentes (no confundir con la actual pomada de Junts: no es lo mismo cava que champán, ni Pepsi que Coca-Cola) que con nadie.

Illa no da puntada sin hilo. El mismo día que se inauguraba en Sevilla el 41 congreso del PSOE, él y su consellera de Economía, Alícia Romero, sacaron hueco en su agenda para asistir a la inauguración de la XXIX Trobada d’Economia a S’Agaró. Van casi treinta ediciones ya de unas jornadas de alto voltaje económico que siempre por estas fechas organiza la irreductible Anna Balletbò en uno de los sitios más bellos de la Costa Brava.

Este año era el lema era "crecer en sostenibilidad". Entre los ponentes, nombres como el de Luis de Guindos, vicepresidente del Banco Central Europeo; Soledad Núñez, subgobernadora del Banco de España; Nadia Calviño, presidenta del Banco Europeo de Inversiones; Iñigo Fernández de Mesa, vicepresidente de la CEOE y chairman of the Boad Rotschild & Co en España; Antonio Merino, director de estudios de Repsol, etc. Expertos financieros, en energías y en nuevas tecnologías, periodistas y académicos muy destacados se vieron las caras y los argumentos en unas jornadas que llamaban la atención sobre todo por dos cosas. Primera, la densidad nada complaciente de los debates. Dos, que estos debates parecían tener lugar en cualquier planeta, menos en el nuestro.

Por ejemplo, la transición energética. Si sumabas dos y dos, te daba cinco. Nos damos por ejemplo tanta prisa arrinconando el motor de combustión que no queremos ver cuánta energía fósil consumimos para fabricar la batería de un coche eléctrico. Perdonen mi atrevimiento, y más no siendo yo una experta, más que en usar mi sentido común: ¿Angela Merkel no cayó, entre otras cosas, por pasarse de lista renunciando a la energía nuclear y así depender angustiosamente del gas ruso de Putin? La apuesta española por las renovables, tan bonita sobre el papel, pero un carajal político y económico en la práctica, ¿no avanzaría sobre bases más firmes si le levantamos el veto ideológico a las nucleares?

Después de inaugurar S’Agaró, Salvador Illa se fue derecho a Sevilla, donde lejos de perder su silla le dieron butaca vip. El pacto de PSC y ERC para la "financiación catalana singular" pasó limpiamente el corte. No es raro porque lo que dice el papel lo puede suscribir cualquiera. Y además lo quieren todos. Ese ha sido el mecanismo habitual para reformar la financiación: los catalanes se desgastan pidiendo lo que a la chita callando acaban obteniendo muchos más. ¿Los cordones de la bolsa común? ¿La ruptura de la caja única? No lo verán esto más ojos que los de vascos y navarros. Esto va a acabar como Illa siempre dijo que acabaría: con una lluvia de millones extra para Cataluña —de algo tiene que servir tener amigos en la Moncloa— y con la creación de pomposos organismos de gestión tributaria que se llamarán "catalanes" pero estarán participados por el Estado. Y espérate que si ERC acaba autodestruyéndose, como sus dirigentes ponen todo de su parte para que ocurra, al final ni tantas explicaciones habrá que dar.

En Cataluña las cosas que funcionan siempre han funcionado así. Haciéndolas y no diciéndolas. Y las que se dicen, no funcionan. Como le pasa al friqui que me encuentro día sí, día también, en mitad de la plaça Sant Jaume, con una especie de capa de Superman de los chinos, con la cara de Puigdemont, y gritando como un poseso: "¡nunca conseguiréis hacernos españoles!". Ni falta que hace, buen hombre. Usted ya lo es. Como todos.

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