Menú

Ni 25 años de paz, ni 50 tranquilos

Aquí nos peleamos como perros por ver quién impone la mentira oficial más soez.

Aquí nos peleamos como perros por ver quién impone la mentira oficial más soez.
Europa Press

Ni en 1964 llevábamos 25 años de paz, por muy inteligentemente que así lo planteara Manuel Fraga en la mejor operación de marketing del desarrollismo franquista, ni en 2025 llevaremos 50 años respirando tranquilos, por mucho que se empeñe Pedro Sánchez. Que les pregunten a los chicos de S’Ha Acabat bárbaramente agredidos hace dos años en la UPF. El juez acaba de condenar a multas dosmileuristas —barato me parece— a los fanáticos independentistas que les tumbaron la carpa, les tiraron bombas de humo y casi le saltan un ojo a la actual diputada catalana de Vox Júlia Calvet. Los condenados, lejos de avergonzarse y de pedir perdón, van diciendo por ahí que esta sentencia "consagra que el fascismo es bienvenido en la universidad pública". La madre que los parió. A ellos y a las tibias autoridades universitarias que no se pusieron ni se ponen serias con estas cosas.

Se dice siempre que la Historia la escriben los vencedores. Y suele ser verdad…durante un tiempo. Lo más curioso de nuestra guerra civil y posterior dictadura es que, si en un primer momento la historiografía franquista, rancia, sofocante, triunfalista, impuso su relato de puertas adentro, fuera de España no se lo compraba nadie. Ni en el cénit del poder del Caudillo. No digamos luego. Hace ya bastante rato que la historiografía antifranquista ha tomado el relevo y así nos hemos ido de un extremo a otro. Del "glorioso alzamiento nacional" a espolvorear toneladas de azúcar sobre los comunistas y anarquistas españoles que pusieron casi tanto de su parte como Franco para cargarse la Segunda República. Hubo indudables héroes en aquellos terribles días. La mayoría acabaron peor que mal. En medio de los ciegos fanáticos, el tuerto no es el rey. Es el mártir.

Hace unos diez años, me invitaron a tomar la palabra en un acto público de Ciudadanos, partido entonces en ascenso, con el que yo simpatizaba, pero al que tardaría todavía en afiliarme, y del que, aunque este año me desafilié, profundamente decepcionada, nunca agradeceré bastante que me dieran la oportunidad de ser diputada en el Parlamento catalán y defender aquello en lo que creía y creo. O por lo menos intentarlo. El acto de hace diez años fue en una ciudad andaluza. Yo, pensando que jugaba en casa, ante un auditorio liberal y de centro, aproveché para:

—…y quiero rendir homenaje al gran Manuel Chaves…

Llegado este punto, se hizo un silencio desconcertado. Incómodo. Dándome cuenta de que nadie me seguía, me apresuré a acabar la frase:

—…al gran Manuel Chaves Nogales

Cuya figura glosé por encima, por si acaso quedaban despistados o dudosos de si estaba citando al expresidente socialista de la Junta o al gran periodista y escritor, muy conocido, leído y respetado antes de la guerra, pero que luego tuvo que irse al exilio y al olvido, del que a duras penas le han rescatado los desvelos de Andrés Trapiello. Demasiado de derechas para los de izquierdas. Demasiado de izquierdas para los de derechas. Demasiado humano para cómo las gastamos aquí.

En fin. No es que la reinvención de la propia Historia sea un atributo exclusivamente español. En todas partes cuecen habas. En Francia, por ejemplo, parece que la resistencia contra los nazis fue multitudinaria, cuando lo cierto es que sus miembros cabían casi todos en un taxi. En Reino Unido pretenden haber "civilizado" medio mundo cuando por ejemplo en China se aliaron con los traficantes de opio. Estados Unidos arrojó no una sino dos bombas atómicas sobre la población civil japonesa. Etc.

Pero en casi todos esos sitios, casi siempre, el relato colectivo oficial tiende a decantarse y a consensuarse. Si se engañan, se engañan todos a una. No como aquí, que nos peleamos como perros por ver quién impone la mentira oficial más soez, más descarada y más gorda. Y así nos va.

Por cierto, no me resisto a acabar este artículo sin reproducir un hallazgo que acabo de hacer y que me ha dejado atónita. ¿Se acuerdan ustedes de Martha Gellhorn, la periodista y escritora que fue esposa de Ernest Hemingway? Cubrieron juntos la guerra de España, algo que Martha siempre recordaría con intensa nostalgia. Ella era muy joven entonces, muy idealista, estaba muy enamorada de Hemingway… y de nosotros. Veía a los españoles como héroes casi químicamente puros. Percibió con aguda lucidez que nuestra guerra civil sería sólo el ensayo general de la europea. Estaba convencida de que, o se paraba el fascismo aquí, o se extendería rápidamente como un cáncer por toda la tierra.

Hay que decir que, en 1939, Martha ya tenía sus dudas sobre gente de los dos bandos. Atención a lo que en ese año escribió en una carta a Eleanor Roosevelt, escrita muy poco después de caer Barcelona en manos de Franco:

Lo de Barcelona es como tener una muerte en la familia, sólo que peor. Todos hemos estado escribiéndonos, telefoneándonos, pensando y tratando de entenderlo. Creo que el hambre tuvo mucho que ver, pero también creo que en parte fue culpa de los catalanes. Los catalanes, en mi opinión, mantienen con el resto de españoles la misma relación que un curandero con un gran científico: son una especie de falsos españoles. Ahora he oído que los mejores hombres, Líster, Paco Galán, Modesto y otros comandantes de división, aguantaron donde debían, mientras los catalanes huían por todos lados. Cuando me enteré por primera vez de que disparaban a los cobardes en el frente me sentí muy, cómo decirlo, quizás horrorizada. Ahora creo que es lo correcto. Los cobardes arriesgan o sacrifican la vida de los valientes. Esta vez parecen haberlo perdido todo. Pienso en Negrín todo el tiempo. Supongo que volará a Madrid cuando acabe en Cataluña y seguirá allí.

Temas

comentarios

Servicios

  • Radarbot
  • Libro
  • Curso
  • Alta Rentabilidad