
En el interrogatorio que me hicieron agentes de la Social en la DGS de Madrid sólo hubo un momento en que me quedé en blanco. Yo seguía las recomendaciones que me había dado otra estudiante que estaba en el mismo calabozo que yo. Ella, que tenía veteranía en detenciones, me dijo que no se me ocurriera decir una sola verdad, como había pensado hacer, y que debía negarlo todo, de arriba abajo. Así que yo dije con seguridad que no había ido a la asamblea y que, al llegar la policía, no había salido junto a Ernesto, también detenido, y que si Ernesto había dicho que yo iba con él —me enseñaron la declaración—, es que me había confundido con otra. Pero al interrogatorio se incorporó Billy el Niño, el social dedicado a perseguir a estudiantes. Se movía nervioso, impaciente, escuchando la letanía de preguntas y respuestas, y de pronto, con un giro por sorpresa, como diciendo ahora te voy a pillar, preguntó: "¿Con qué bando estaba tu abuelo?". Me entró el pánico. De aquella respuesta quizá dependía que me dejaran ir o que me llevaran a la cárcel de Yeserías, como me había avisado la veterana. Quería responder lo que había que responder ante aquella gente para salir libre, pero tenía un problema. No estaba segura de cómo llamaban "ellos" a su propio bando.
Por suerte, encontré la manera de escabullirme. Eran los años finales de la dictadura, pero nadie sabía que aquello se estaba acabando y la policía política seguía haciendo lo de siempre. Tampoco cambiaron cuando murió Franco. En noviembre de 1975, los que estábamos en la clandestinidad nos sumergimos más: cambiamos de piso, dejamos de ir adonde solíamos ir, tomamos medidas extras de seguridad. Las dictaduras tienden a ser más peligrosas en su tramo final. Fue todo lo contrario de lo que cree o dice creer Pedro Sánchez, que va a celebrar los 50 años de la muerte de Franco como los 50 años de "España en libertad". Va a celebrar que el dictador muriera en la cama, como dictador, y va a celebrar, qué ironía, ¡qué grotesco!, el fracaso de la oposición antifranquista que quería derrocarlo. Pero qué le importa la verdad histórica a Sánchez. Qué importa la verdad.
El Año de Franco de Pedro Sánchez no tendrá nada que ver con la historia. Ni siquiera con la memoria. Lo que va a montar Sánchez en su Año de Franco es una gran sala de interrogatorio por la que pasen todos los españoles para someterlos a la pregunta que me hizo Billy el Niño: ¿y tu abuelo en qué bando estuvo? Abuelo, bisabuelo, lo que sea. Y esperan encontrar a gente que diga que no ya su ancestro, del que poco saben, sino que ellos mismos están con Franco. El antifranquismo sobrevenido quiere un franquismo sobrevenido. Lo desea. Ha trabajado para que aparezca esa criatura, para que no sea sólo una criatura de su invención. La política de reconciliación que se empezó a hacer en la Transición era el camino adecuado para superar el trauma de una guerra civil. Pero hace veinte años, con Zapatero, ese camino se abandonó. Se tomó el contrario. Ha pasado tiempo suficiente para tener una visión desapasionada del pasado, pero la política socialista ha hecho del pasado una disputa continua, una lucha sin cuartel entre los bandos que reproduce cada día y, puntualmente, cada campaña electoral. En las próximas, ya se ve venir, Sánchez se presenta contra Franco. O el uno o el otro, no habrá más. Nos equivocamos. Lo de Sánchez no es un Frankenstein; es un Francostein.