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Habrá que hacerse franquista

Esta sobredosis de chorradas antifranquistas puede provocar el resultado opuesto al que persiguen todos estos fanáticos.

Esta sobredosis de chorradas antifranquistas puede provocar el resultado opuesto al que persiguen todos estos fanáticos.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. | EFE

El Franquismo debería ser como el reinado de Witiza, un asunto objeto de estudio de los historiadores, pero con el PSOE, estas cosas civilizadas tan habituales en otros lugares, en España resultan imposibles.

Zapatero decidió recuperar viejos rencores para deslegitimar a la mitad de España que no lo votaba; no por un resabio franquista, sino porque es un inútil redomado y un sujeto peligroso para la libertad como luego se demostró. El tipo decidió que sólo la izquierda tenía títulos para gobernar en democracia, a cuyo fin elevó a rango de ley la visión hemipléjica de la historia reciente, tan característica de los viejos carcamales comunistas. El sucesor de Franco a título de Rey la envió al BOE firmada y la derecha pepera se avino a celebrar también el bodrio, aprobando allí donde mandaba normas similares y dejando intacta toda la legislación zapateril cuando volvió al poder con la mayoría parlamentaria más apabullante de nuestra historia democrática. Así les va a unos y otros.

La ironía de todo este montaje propagandístico es que sus promotores proceden, en la inmensa mayoría de los casos, de familias acomodadas que hicieron durante el franquismo su fortuna. El grado de furia antifranquista de un progre es, de hecho, directamente proporcional a lo bien que vivieron sus padres y abuelos con el tío Paco, una ley de hierro que vertebra con carácter transversal la cosmovisión histórica de cualquier socialista. La gente de izquierdas que lo pasó realmente mal durante el franquismo es lo suficientemente civilizada como para pasar página y convivir perfectamente con personas que profesan ideas completamente distintas. Los nietos de los franquistas, en cambio, no lo soportan, pero es que ellos arrastran un grave problema psicológico: tienen mucho de lo que hacerse perdonar.

El carácter pendular de los movimientos sociológicos sugiere que las nuevas generaciones acabarán haciéndose franquistas, no por un sentido histórico o político, sino para fastidiar a los que están todo el día dándoles la matraca con el franquismo de los cojones, desde el colegio a la Universidad. Los profesores rabiosamente progres de los institutos ya están dando la voz de alarma, porque los jóvenes estudiantes oscilan entre los que hablan con naturalidad de los elementos más folclóricos del régimen de Franco para fastidiar y aquellos a los que, directamente, el franquismo se la sopla. Lo único en lo que coinciden todos es en el desprecio a Sánchez y a todo lo que representa, lo que no está nada mal.

Ahora nos van a endilgar 100 actos para denunciar que Franco murió en la cama, mientras los abuelos de todos ellos lloraban en la mesa camilla y temblaban por la incertidumbre de lo que vendría después. Pero esta sobredosis de chorradas antifranquistas puede provocar el resultado opuesto al que persiguen todos estos fanáticos, que con su propaganda para retrasados están haciendo que los jóvenes se declaren franquistas aunque ninguno sepa quién fue ese señor. Hacerse franquista será como ser punky en los ochenta, una respuesta contestataria al estatus quo imperante y un argumento muy potente para ligar.

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