
Los lobbies, grupos de presión o de influencia son legales, son legítimos y, en su día, el presidente Kennedy llegó a decir que le ayudaban a entender en diez minutos los problemas reales de la gente que sus asesores tardaban tres días en explicar. Suponiendo que se hubieran enterado de que existían. El poder político tiende a vivir encerrado en una burbuja hermética, irreal, que hay que pinchar de vez en cuando con una aguja grande, de las de hacer media.
En momentos como el que vivimos aquí ahora mismo, con un mapa político muy fragmentado, muy polarizado y con el Parlamento convertido en una guardería de minorías a cual más consentida y más ruidosa, es de prever que cada uno vaya a lo suyo y que los lobbies hagan su agosto. Impuesto a la banca, sí o no; reducción de la jornada laboral, adelante o atrás; nucleares arriba o abajo. Todo es susceptible de mercadeo. A veces mirando el interés más o menos particular o general, a veces simplemente pretendiendo marcar "paquete". Quien más concesiones arranca, más y mejor puede presumir de su influencia.
Una de las huellas más indelebles del nacionalismo catalán en la política nacional es el peix al cove, el pescado en el cesto. Que luego el pescado en cuestión podía ser un lenguado o podía ser una piraña. Hasta puede ser las dos cosas a la vez dependiendo de con quién hables. Jordi Pujol fue en tiempos muy aficionado a hacerse un traje a medida con las pieles de los osos que mataba. Él se iba a negociar, primero con Felipe, después con Aznar. Invariablemente lo que había conseguido, fuera lo que fuera, era "lo mejor que Cataluña ha obtenido nunca". Y así hasta el siguiente asalto.
Con el tiempo en Madrid le tomaron la medida y aprendieron que, más importante que lo que se negociaba en realidad, era cómo se "vendía". La foto antes que el hecho. Como el electorado tiende además a tener memoria de pez (no necesariamente al cove), echándole morro y arrojo podemos ver jugadas de un limpio trilerismo triunfal como el protagonizado por el PSOE de Pedro Sánchez cuando pacta con sus socios "de derechas" eliminar el impuesto a las energéticas, mientras promete a sus socios "de izquierdas" todo lo contrario. Llega el día de la votación. El PSOE vota en contra lo que sabe perfectamente que PP y Junts votarán a favor. El impuesto salta por los aires (misión cumplida) pero ni el más obstinado perroflauta de Sumar podrá acusar a los socialistas de no haber votado a favor de mantenerlo. ¿Jugada maestra?
Tendremos que darnos un tiempo para aquilatar y evaluar el resultado de estas interesantes votaciones donde Feijóo roza con los dedos el sueño de que los herederos de Pujol voten lo mismo que el PP. Soñar con que los díscolos vuelven al redil por Navidad es gratis. Pero yo creo que se equivocará todo aquel que considere plausible que Puigdemont abandone a Sánchez mientras este conserve el comodín de la amnistía. Hasta entonces, habrá más ruido que nueces. Con lo cual podemos asistir incluso a la interesante paradoja de que, cada vez que PP y Junts le ganan una votación al gobierno, en realidad le estén dando oxígeno y no zyklon b a la legislatura. Ayudándole a tener la fiesta en paz tanto con sus socios como con los lobbies.
Un último apunte. Los lobbies de toda la vida conocen perfectamente estas mecánicas y van a lo que van, sabiendo que las promesas de los políticos valen lo que valen, y que no es bueno regalarles "la foto" sin cobrarla por adelantado. De lo contrario te puede pasar lo que les ha pasado a los enfermos de ELA. En la legislatura pasada decayó una ley a favor de estos enfermos, propuesta por Ciudadanos, porque a pesar de estar aprobada por unanimidad de todos los grupos, una y otra vez se frenó su tramitación prorrogando de mala fe el plazo de enmiendas. Una variante particularmente pérfida del filibusterismo parlamentario. Finiquitada la legislatura, muerta la ley, desaparecido Ciudadanos, una serie de activistas, con el notorio Jordi Sabaté a la cabeza, obtuvieron la promesa de casi todos los partidos de sacar adelante, esta vez sí, una buena ley. Corrieron gozosos a hacerse la foto a las puertas del Congreso. Nadie se quiso fijar en detalles como que la ley no tenía memoria económica. Es decir, que era un brindis al sol sin recursos detrás. Si encima no hay presupuestos nuevos, el gobierno se lavará las manos y echará la culpa a la oposición. Y la oposición al gobierno. Y los enfermos seguirán muriendo miserablemente en sus casas. Se dice pronto.