
Como tantos ciudadanos que leen noticias a diario, sé casi todo lo que hay que saber sobre el recién juzgado caso Pelicot, el de un pervertido que sedaba a su mujer para ver cómo la violaban otros hombres. Sin embargo, de las violaciones masivas de niñas en el Reino Unido, suceso que acaba de lanzar Elon Musk al mundo de las redes, me constaban sólo noticias aisladas y antiguas. Esta situación, que sospecho comparten otros españoles que se consideran medianamente bien informados, tiene un motivo: la cobertura dada a este mayúsculo escándalo británico ha sido mínima y se remonta sobre todo al juicio de uno de los pocos casos que llegaron a investigarse. Pocos, sí, porque hablamos de un número de víctimas en los miles. Sólo en la ciudad de Rotherman, que ahí fue el caso juzgado que estalló en 2014, se estimaba en 1.400 las víctimas de las denominadas bandas o redes de "captación" de niñas vulnerables, en realidad bandas o redes para la violación y vejación de las menores.
Del caso Pelicot, como decía, hemos tenido información abundante y puntual, y nos habremos quedado con el mantra de que la mujer, Gisèle, se ha convertido en un icono del feminismo por no callarse y llevar las violaciones organizadas por su marido a los tribunales y al gran público. En contraste, de las niñas violadas de forma sistemática y brutal por cientos de hombres en el Reino Unido, un horror que se mantuvo durante décadas y aún se mantiene (lo reconoce una información del Gobierno británico de mayo del 2024), no sabemos sus nombres, salvo por unos pocos nombres de pila en columnas periodísticas, y no han pasado a ser iconos de nada, menos aún del feminismo. La hipótesis para explicar esta diferencia en el trato informativo, reflejo del trato en la política, se resume en que el violador Pelicot y su víctima eran franceses blancos, mientras que la mayoría de los violadores británicos eran de origen paquistaní y la mayor parte de sus víctimas eran niñas inglesas blancas.
La intervención de Musk y sus acusaciones al primer ministro británico, que antes fue fiscal, y a miembros de su gabinete, se han respondido imputándole desinformación y una campaña de acoso y derribo al Gobierno laborista. O diciendo que este escándalo es agua pasada y que la "etnicidad" no es factor relevante en los abusos sexuales en el Reino Unido ni en ninguna otra parte. Pero los hechos son los que son y no porque Musk o yo lo digamos. El fiscal jefe de la región Noroeste de Inglaterra entre 2011 y 2015, Nazir Afzal, él mismo de origen paquistaní, dijo entonces: "No hay forma de eludir el hecho de que hay bandas de paquistaníes captando a niñas vulnerables". Lo cierto, si a eso vamos, es que sí hubo formas de eludirlo. Y que las sigue habiendo. Más aún, fue el factor "etnicidad" el que motivó que autoridades policiales y políticas, incluidos miembros destacados del Parlamento, trataran de echar tierra a la explotación sexual de menores por esas bandas.
En los detalles horripilantes de los abusos no voy a entrar. Hielan la sangre. La cuestión política a considerar es si las autoridades miraron para otro lado, como se acusa. Porque no estaríamos ante simple ineptitud. Enfrentadas al dilema de investigar las violaciones de niñas o mantener la paz multicultural, policías y políticos optaron muchas veces por sacrificar la justicia y la verdad para evitar "tensiones raciales", como ha dicho la diputada conservadora Lucy Allan, a la que presionaron para que no removiera la porquería. En el mejor de los casos, esas autoridades tomaban a los británicos blancos por bárbaros que iban a reaccionar violentamente contra los de origen paquistaní u otros similares. Así que era mejor ocultar lo que pasaba mientras fuera posible. Por el supuesto interés de la comunidad y de la convivencia, aquellas niñas vulnerables tenían que pagar el precio de ser violadas y torturadas. Eran la ofrenda a entregar para que no estallara el polvorín. Claro que es así como termina llegando al estallido. Pero no importa, al contrario.
Cuando hay estallido, como ocurrió tras el asesinato de tres niñas en una clase de baile en Southport, se mete a los que estallan en el negro saco de la extrema derecha y asunto resuelto: ¿Lo véis? ¡Ahí están los racistas de extrema derecha de los que hablamos todo el tiempo! Y el progresismo en pie clama contra la extrema derecha lo que no clama contra esos tipos que violan a niñas blancas porque para ellos, las blancas, niñas o no, son todas putas. Esta es la espiral perversa en la que unos llevan tiempo y hacia la que otros, paso a paso, van de camino.