La censura somos todos. Cuando le dices "qué guapo" al bebé horrendo de tu cuñada; cuando obvias comentar el espectacular aumento de peso o tremenda pérdida de pelo de alguien; cuando te preguntan qué tal todo y tú dices invariablemente que muy bien, sea cual sea el verdadero estado de la cuestión; cuando para llegar de la mañana a la noche con las mínimas bajas posibles finges no oír las burradas que oyes o lees sobre el feminismo, sobre Franco o sobre el Barça, te estás censurando y ayudando a censurar a otros. La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud, decía La Rochefoucauld. La censura es el homenaje que la verdad rinde a la necesidad de vivir en sociedad, no digamos en democracia, donde todas las opiniones valen legalmente lo mismo. Donde da lo mismo San Agustín que Lalachús.
Tampoco sé a qué viene rasgarse de repente las vestiduras porque en las redes sociales la gente mienta, ofenda e insulte. Nada nuevo bajo el sol desde que Quevedo y Góngora intercambiaban coplillas mutuamente difamatorias y calumniosas, bien es verdad que mucho mejor escritas que la mayoría de los tuits de hoy. Yo siempre he sido más fan de las redes sociales que de los patios de colegio o las corralas porque, aunque no siempre te alegran el día, por lo menos te enteras en tiempo real de cómo y por qué te ponen verde, y tienes opción a réplica más o menos inmediata.
Nunca entendí muy bien cómo funcionaba esto de los "verificadores". ¿Cómo vas a verificar un burdo rumor, no digamos un punto de vista? Los medios de comunicación serios tienen fact checkers, comprobadores de hechos. Y aun así luego pasa lo que pasa. Ejemplo: la economía va bien. Toma ya. Claro, depende de qué indicadores uses para verificar eso. Es como si yo, para verificar mi edad, sólo cuento los cumpleaños de los años bisiestos.
Contando bisiestos y no bisiestos, yo debo llevar unos diez años muy activa en redes. En todas las que se me ponen por delante. Y he visto de todo. Por ejemplo, que me censuraran por "pornográfico" un vídeo donde aparecía la portada de un libro de Richard Avedon. O que me censuraran otro vídeo sobre las matanzas de Hamás el 7 de Octubre… ¡que recopilaba imágenes grabadas y difundidas por la propia Hamás!
Pero lo más interesante es el tema de la ofensa. No sé cuántos amigos y conocidos tengo que a lo largo de estos diez años se me han quejado amargamente de que les habían cancelado cuentas por publicar "contenido ofensivo". Veías el contenido y pensabas, pues yo no creo que sea para tanto. Pero, ¿qué voy a saber yo, pobre de mí? Está claro que no entiendo de estas cosas porque, cada vez que he denunciado una cuenta desde la que se me llamaba puta o borracha, o incluso se me deseaba la muerte (uno escribió que ojalá yo fuera "la siguiente" después del asesinato del hermano de Begoña Villacís…), los señores verificadores o del algoritmo me han contestado que nada de eso era motivo de cancelación para ellos. Pues entonces, ¿qué?
El problema de los verificadores es: ¿quién les verifica a ellos? Siempre que se censura algo, se hace en función de un criterio. ¿Quién garantiza que ese criterio sea razonado y objetivo, o por lo menos de sentido común, y no un filtro ideológico? Hace tiempo que el wokerío se ha apalancado el monopolio, no ya de lo políticamente correcto, sino hasta de lo publicable y lo impublicable. Con un descaro y un desparpajo que ahora les choca que use la competencia. Yo no sé si Pablo Iglesias es el más indicado para criticar a Elon Musk.
Si al final es siempre lo mismo: la mejor censura es la que no existe, y la mejor "verificación" es la que hacemos todos y cada uno si en lugar de seguir al cencerro y al rebaño, afilamos el sentido crítico y el de la proporción, y aprendemos a distinguir entre lo fiable y lo no fiable. Ah, y también entre quien da la cara para expresar sus opiniones, sean estas las que sean, y quien cobardemente se esconde tras un perfil falso. No digamos tras miles de ellos. ¿De verdad creían que no nos dábamos cuenta?