Unos tuits del propietario de la red social X han puesto a varios gobiernos europeos al borde de un almodovariano ataque de nervios. Le acusan de interferir en los debates nacionales, porque, según parece, un extranjero no puede opinar sobre los asuntos de otro país. Le imputan una injerencia que ellos mismos hacen cuando hablan de otros países y condenan o apoyan a unos o a otros, pero que tendría prohibido hacer el dueño de X, de Tesla y del sistema Starlink que se ha usado para ayudar a Ucrania durante la guerra con Rusia. Ciertos gobiernos europeos parecen nerviosos ante la inminente segunda presidencia de Donald Trump y su nerviosismo produce ridiculeces.
Entre los ridículos no podía faltar el presidente del Gobierno español, que aprovechó una tontería de Macron para sumarse: "La internacional reaccionaria, como ha dicho el presidente Macron, liderada por el hombre más rico del planeta, está atacando abiertamente nuestras instituciones, incitando al odio y llamando abiertamente a apoyar a los herederos del nazismo en Alemania en las próximas elecciones". Sánchez, abiertamente especialista en brocha gorda. No falta de ná: la "internacional reaccionaria" (pensábamos que era la Socialista, pero bueno); "el hombre más rico del planeta" (y no gracias a la corrupción, qué mal); "atacando a las instituciones" (ahí compite Sánchez con ventaja); "incitando al odio" (criticar a gobernantes es odioso); "llamando a apoyar a los herederos del nazismo" (en vez de apoyar a los herederos del comunismo); y, en fin, hasta un Sánchez tiene que saber que en Alemania los partidos neonazis se prohíben, igual que debe recordar que insinuó que los nazis eran los cristianodemócratas de la CDU (lo hizo en el Parlamento europeo).
Las acusaciones de injerencia son real y superiormente ridículas. La opinión de un individuo, por muy dueño de una red social que sea, no es más que la opinión de un individuo. Si esa opinión influye, lo mismo pasa con otras. Los gobiernos, los medios, los partidos, los influencers, los usuarios de X, todos ellos y más están en el negocio de influir. ¿Fueron injerencias en nuestra política nacional los artículos del New York Times y de tantos otros apoyando a los separatistas catalanes en 2017? Pues claro que lo fueron, pero ¿y qué? O prohibes como las dictaduras o te fastidias y contrarrestas. Cosa distinta es que un Gobierno extranjero conspire con unos separatistas para romper un país. Musk ha dicho que apoya a cierto partido en las elecciones alemanas. Puede ser una mala opción, pero nadie acusó de injerencia a los políticos y medios europeos que apoyaron a Harris frente a Trump.
Los comentarios del dueño de X pueden ser gansadas o contener errores, pero, ¿cuántos comentarios de gobernantes y dirigentes de partido no caen en lo mismo o son deliberadamente engañosos? La mayor fuente de desinformación, y la más peligrosa, está en el poder político. La sobrerreacción a los tuits de Musk sobre asuntos británicos, alemanes (llamar "tonto incompetente" a Scholz, ¿no se puede?) o de otros países, muestra que los políticamente correctos quieren censurar a los que ponen medianamente en jaque su hegemonía. Cuando se reduce la política a un espectáculo de guiñol en el que sólo hay que saber quiénes son los buenos y quiénes son los malos, conviene incorporar a nuevos y peores villanos. Son figuras esenciales. Sin los malos malísimos sería más difícil la supervivencia política de los supuestos héroes que los mantienen a raya. Cuántas elecciones se ganan o casi metiendo miedo con los villanos. Sánchez tenía ya unos cuantos malos en cartera y ahora podrá pedir también el voto contra X.