Diez años después de la inesperada reapertura de relaciones diplomáticas con Cuba por parte del presidente Barack Obama, revocada por el presidente Donald Trump en 2017, algunos expertos están difundiendo su opinión sobre el legado del presidente Biden y piden un retorno a la fallida política de Obama. Ahora bien, para sustentar su afirmación de que el deshielo de 2014 fue un éxito, están omitiendo algunos hechos clave.
El difunto senador demócrata por Nueva York, Daniel Patrick Moynihan, observó que "todo el mundo tiene derecho a tener sus propias opiniones, pero no tiene derecho sobre sus propias decisiones". La observación también resulta cierta si se la aplica a la conversación acerca de la política de Estados Unidos sobre Cuba. Obama afirma que "el cambio en la relación de Estados Unidos con el pueblo de Cuba fue uno de los más significativos de nuestra política en más de cincuenta años". Pues bien, de este modo ignoraba las iniciativas de administraciones previas como las de Nixon, Ford, Carter y Clinton, que tenían el mismo objetivo.
La Habana respondió a las repetidas concesiones unilaterales y de buena fe realizadas por parte de Washington durante estas cuatro Presidencias, con acciones que afectaron negativamente a los intereses nacionales estadounidenses en Hispanoamérica, África y el propio territorio nacional de Estados Unidos. Estas iniciativas incluían facilitar la entrada de narcóticos en Estados Unidos, dar refugio, recursos y formación a terroristas —lo que tuvo como consecuencia la muerte de norteamericanos en suelo estadounidense en 1975—, así como participar directamente en acciones de terrorismo de Estado en el espacio aéreo internacional, lo que provocó la muerte de varios estadounidenses en 1996.
En 2015, el Departamento de Estado de Obama retiró a Cuba de la lista de Estados que patrocinan el terrorismo en respuesta a una exigencia pública de Raúl Castro según la cual el pleno restablecimiento de las relaciones diplomáticas debía estar supeditado a la retirada de Cuba de la lista.
Durante el deshielo de Obama con La Habana, aumentó la violencia contra los disidentes cubanos y el Gobierno cubano convirtió en un arma la emigración, con más de 120.000 cubanos entrando en Estados Unidos a través de América Central. Además, los diplomáticos norteamericanos en La Habana comenzaron a sufrir daños cerebrales en 2016, algo que la Administración Biden denominaría "incidentes anómalos de salud", pero que acabó siendo conocido como "síndrome de La Habana".
Además, los defensores de la política de Obama con Cuba no mencionan los desaires diplomáticos sufridos por el propio presidente Obama por parte de La Habana, como la presencia de Raúl Castro en un desfile militar el 2 de enero de 2017, donde los soldados cubanos se dedicaron a corear que dispararían a Obama en la cabeza hasta hacerle un sombrero de plomo.
A pesar de todo esto, en su despedida Obama hizo dos concesiones adicionales respondiendo de forma positiva a dos demandas muy antiguas de la dictadura cubana: poner fin a la llamada política Wet-Foot Dry-Foot, que permitía a los cubanos obtener un estatus legal si tocaban suelo estadounidense y el Programa de Permisos para Profesionales Médicos Cubanos (CMPP, por sus siglas en inglés), que permitía a personal médico cubano que se encontraba en terceros países (es, decir, que no estaban en Cuba ni Estados Unidos) solicitar permiso de ingreso en una embajada o consulado norteamericano. Estos cambios políticos perjudicaron a los cubanos de a pie y vinieron en ayuda de la dictadura cubana.
La Administración Trump no acabó del todo con al deshielo de los años de Obama, pero implementó una política que consistía en no proporcionar recursos a los militares cubanos y ofrecer a las víctimas de la dictadura una nueva vía de reparación.
Después de normalizar las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, el secretario de Estado de Obama, John Kerry, declaró en una entrevista el 9 de septiembre de 2020: "Es justo decir que todo el mundo se siente algo decepcionado con la vía que el Gobierno eligió tomar en Cuba". Y añadió: "De hecho, Cuba endureció su política después de que se dieran aquellos primeros pasos".
En la campaña electoral de 2020, Biden afirmó que quería recuperar la política aperturista de Obama, pero los hechos le obligaron a cambiar de rumbo. Las imágenes procedentes de Cuba en las que agentes del régimen golpeaban y mataban a tiros a manifestantes no violentos durante las protestas nacionales de julio de 2021, a lo que siguieron unas draconianas sentencias de prisión contra muchos de los manifestantes, hicieron políticamente insostenible cualquier acercamiento a la dictadura.
No obstante, el presidente Biden, diez meses después de las protestas y la represión de julio de 2021, hizo concesiones unilaterales a La Habana en lo que se describió eufemísticamente como "nuevas medidas de apoyo al pueblo cubano". En realidad, aquellas medidas incorporaban acciones concretas que reforzaban el poder de la dictadura. Por ejemplo, la ampliación de los intercambios educativos hizo caso omiso de las sospechas del FBI que preveía que La Habana utilizaría esas medidas aperturistas para reclutar espías y socavar la seguridad nacional de Estados Unidos. Esta política también relajó las restricciones de viaje.
Los militares cubanos, a través de su conglomerado Grupo de Administración Empresarial S.A. y su subentidad Gaviota, el brazo turístico de los militares, se beneficiaron de la ampliación de los viajes autorizados por las administraciones Obama y Biden, aunque el régimen castrista no pudo beneficiarse plenamente de esta ampliación debido a las malas decisiones que tomó La Habana.
En 2015, Moscú ofreció a La Habana 1.360 millones de dólares para reparar y construir nuevos generadores, pero los funcionarios cubanos no los aceptaron, ya que tenían otras prioridades. Mientras las infraestructuras cubanas se colapsan por falta de mantenimiento, la dictadura sigue construyendo hoteles de lujo por todo el país dotados de sus propios generadores de energía para los turistas, mientras millones de cubanos se quedan a oscuras. No tiene por qué ser así, y la responsabilidad, obviamente, es de La Habana, no de Washington.
La Unión Europea y Canadá siguen enviando millones de euros y dólares a la dictadura cubana. El jefe de la diplomacia de la Unión Europea, Josep Borrell, declaró en La Habana el 25 de mayo de 2023 que el bloque de 27 miembros sigue siendo el mayor socio comercial de Cuba y que está comprometido con el concepto de "respeto mutuo". Dijo que la UE representaba alrededor de un tercio del comercio exterior de la isla, "frente al 8 por ciento de China o el 8 por ciento de Rusia", según informó Euractiv el 26 de mayo de 2023.
Este compromiso económico no ha impedido que soldados cubanos vistan uniformes rusos y luchen por Vladímir Putin en Ucrania, que La Habana apoye abiertamente la invasión por parte de Rusia de su vecino europeo, o que agentes cubanos ayuden a Nicolás Maduro a socavar la democracia en Venezuela y torturar a los disidentes venezolanos.
De esta manera, los partidarios de recuperar la política de Obama están defendiendo que Estados Unidos se una a la política cómplice de la Unión Europea y de Canadá, una política que subvenciona con dinero de los contribuyentes una dictadura que lleva ya 66 años en el poder. Así se enriquece a una clase dirigente corrupta, mientras los cubanos de a pie siguen sufriendo un régimen opresivo. También se proporciona a La Habana recursos para ayudar a crear más "Nicaraguas" y más "Venezuelas" en Hispanoamérica, y, por si todo esto fuera poco, a patrocinar el terrorismo internacional.
John Suárez es director ejecutivo del Centro para una Cuba Libre y antiguo responsable de programas para América Latina en Freedom House
Una versión en inglés de este artículo se publicó en The Hill.