
El procedimiento judicial que investiga la contratación del hermano del presidente del Gobierno por la Diputación de Badajoz está ofreciendo un raro y casi inédito espectáculo. Las declaraciones del investigado y de parte de los testigos abren una ventana desde la que el espectador contempla, entre incrédulo y admirado, el despliegue de ineficiencia, falta de rigor y ausencia de controles que puede llegar a darse en el seno de una Administración, provincial en este caso. En el cuento del diablo cojuelo, un diablo agradecido lleva por el aire al estudiante que lo ha liberado de su encierro y levanta los tejados de las casas para que vea cómo es la gente cuando cree estar a salvo de las miradas de otros. Aquí, mutatis mutandis, pasa lo mismo. El caso de David Sánchez Pérez-Castejón, David Azagra de nombre artístico, está levantando los tejados de una Administración y nos muestra el marasmo y el caos que reinan dentro.
Que las Administraciones tienden a estar colonizadas por los partidos, unas más que otras, es algo sabido hace tiempo. Pero aquí estamos viendo algo más directo e impactante. Vemos que nadie sabe nada de lo que allí se hace o deja de hacer, que nadie es responsable de nada y que nadie recuerda nada. No, al menos, aquellos que, por su cargo, tenían que saber, tenían la responsabilidad y debían recordar. Se ha visto, por ejemplo, que hay una falta total de memoria sobre la entrevista personal que, como quedó anotado, fue decisiva para contratar al hermano del presidente. El primero que no recuerda lo que se le preguntó es el entrevistado, aunque imagina que le preguntaron lo que se pregunta en estas ocasiones. Pero es que tampoco recuerda nada la responsable que, según el acta, estaba en la entrevista. Claro que, de entrada, no recordaba haber estado.
Las razones por las que se creó el puesto directivo que ocuparía Sánchez y de quién partió la idea, lo desconocen personas que deberían saberlo. Un auténtico misterio para ellas. Si el investigado disponía o no de despacho y dónde se encontraba son cuestiones sobre las que tienen una idea vaga; obviamente no formaban parte de los asuntos de los que ocuparse. Puede ser que un cargo de gestión cultural no tuviera un despacho fijo, pero la impresión que dan es que apenas sabían nada de la actividad del que fue contratado para ser coordinador de Conservatorios y, luego, jefe de la oficina de Artes Escénicas. Como sabían tan poco, es natural que ignorasen por qué no se le sustituyó cuando pidió una baja. Aunque casi lo más raro de todo es que, no sabiendo casi nada de Azagra/Sánchez, lo conocieran.
Habrá a quien le parezca maravilloso. Una Administración contrata a alguien para un puesto directivo y nadie se mete en lo que hace o deja de hacer. Es más, nadie sabe si está o no está ni por dónde anda. Más todavía: no se reúnen con él y se comunican lo mínimo. Aunque aquí han desaparecido correos, ¡también aquí! Pero esta no es la imagen idílica de una suerte de paraíso del laissez faire. Es la imagen de una Administración donde no hay evaluaciones ni control de ninguna clase. Bien podemos imaginar por qué. Sea cual sea el resultado del procedimiento, ya vale su peso en oro por lo que nos está informando sobre cómo funcionan ciertos reductos de la Administración cuando un partido los pone a su servicio.