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Trump, Sánchez y la España amedrentada

El temor inducido cala en España, y cala porque España es desde hace años algo que no era: un país amedrentado.

El temor inducido cala en España, y cala porque España es desde hace años algo que no era: un país amedrentado.
Cordon Press

Vista la ceremonia de toma de posesión de Trump como presidente de los Estados Unidos de América, no queda más que quitarse el sombrero (no el que llevaba Melania, ése no se quita) ante la capacidad de los norteamericanos para mostrar que son el Hegemón del mundo. Sean cuales sean sus problemas internos y sus profundas divisiones, sus carencias y sus flancos débiles, lo primero que ponen en claro en las grandes ocasiones políticas es que su ambición de potencia global sigue intacta. Más aún, en la toma de posesión del presidente del "Make America Great Again". La base elemental de esa ambición es que se lo creen, pero estamos ante algo más que un sentimiento: tienen razones para creer. Aunque Estados Unidos ha sido siempre una nación misionera, como observaron Huntington y otros, la primera misión es la que tiene en casa. Empieza por el patriotismo, que representa la forma y la fuerza de unirse.

Después de asistir, a distancia, al espectáculo de renovación del poder en la democracia más poderosa del planeta, España se ve más pequeña, y es normal. Pero se ve más pequeña todavía si atendemos a los sentimientos medrosos que dominan en nuestro país cuando mira hacia la gran potencia y cuando mira, en general, al exterior. Y esto no entra en la normalidad. Ahora mismo, se ha infundido un miedo cerval a la nueva presidencia de Trump, a pesar de que no es un chico nuevo en el barrio, es decir, como si no hubiera habido ya una presidencia de Trump. Cierto que se trata de un temor inducido, primariamente por el Gobierno y en propio interés. Pero este temor inducido cala, y cala porque España es desde hace años algo que no era: un país amedrentado.

El siglo XXI es nuestro siglo del amedrentamiento y el retraimiento. No éramos así cuando la democracia española echó a andar con paso firme. A pesar de crisis y problemas, España estaba en el mundo con ambiciones. No sólo legítimas, también realistas. Unas ambiciones que no se limitaban a conseguir tales o cuales fondos europeos, que es a lo que ahora nos dedicamos. Pero la ambición de tener un papel en el mundo, ejercer influencia en los ámbitos que nos correspondían y tejer alianzas tanto con los grandes como con los de nuestro peso desapareció por completo a raíz del cambio de siglo, con los atentados del 11-S y más aún, con los que sufrimos el 11-M. Se caracteriza a la época de la dictadura franquista como el súmmum de nuestro aislamiento. Pero es que ahora nos da miedo asomarnos al exterior. Hay muchos interesados en que sea así. En que veamos el mundo como un lugar peligroso. En que no despuntemos, por lo que puede pasar. Y en que nos arrimemos a regímenes dudosos, huyendo de quién sabe qué peligros. En las décadas en que los españoles se han vuelto más cosmopolitas, el país se ha hecho más provinciano.

Nada más provinciano que el intento de Sánchez de meter miedo con Trump y el grupo de empresas tecnológicas que llama "tecnocasta". Resultaba ridículo cuando amedrentaba con "poderes oscuros" y denunciaba conjuras de las eléctricas —¡las eléctricas!— contra su Gobierno. Pero ponerse en plan alerta antifascista, como un agitador podemita, contra el presidente Trump —al que no nombra por si acaso— y los CEOs de las tecnológicas —hasta hace un cuarto de hora, estupendos tipos progresistas— pasa del ridículo al grotesco. Es como aquello de "España avisa por última vez al Kremlin" de un periódico bajo el franquismo. Si esta filípica les llegara a Bezos, a Musk, a Zuckerberg, a Cook, a Thiel y otros, lo primero que dirían es: ¿quién es Sánchez? Buena pregunta. Es el jefe de Gobierno de un país temeroso, aunque no temeroso de Dios, que basa su poder en el discurso del miedo. Mientras tanto, la gran potencia seguirá en cabeza de la innovación global y continuará aumentando su distancia respecto a Europa. Como señala Michael Beckley en El extraño triunfo de una América rota, en Foreign Affairs, las economías de Estados Unidos y la Eurozona tenían un tamaño equivalente en 2008 y hoy, la norteamericana duplica a la europea. Pero el que no quiere aprender, nunca aprende.

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