
España no es EEUU, pero los electores liberales y conservadores son muy parecidos en todas las partes del mundo. Conquistar su apoyo desde unas siglas políticas es, por tanto, una tarea que se puede emprender con similares elementos de convicción. El problema es que muchos de los argumentos que concitan el apoyo de esa mayoría silenciosa han sido colocados fuera de la democracia por la izquierda y los grandes medios de masas, que han dictaminado de lo que se puede o no hablar en la esfera pública.
La lucha contra la inmigración ilegal, el coñazo climático, la destrucción intencionada del sector primario o la ideología de género son cuatro batallas imprescindibles que debería estar dando a cada minuto el partido que pretenda arrebatar el poder a la izquierda gobernante. A Trump no le ha ido nada mal en EEUU, a pesar de que la izquierda estadounidense es mucho más civilizada que los radicales marxistas que gobiernan en España y otras partes de Europa. Allí, la gente se ha cansado de la matraca izquierdista y ha votado por el político que ha prometido fumigarla con napalm y sin la menor concesión, porque, como sostiene Milei, a un zurdo de m… no se le puede dar ni un centímetro porque te toma el brazo entero.
El PP no está, desde luego, en esas coordenadas políticas del trumpismo; más bien todo lo contrario. Su apuesta electoral en EEUU era Kamala Harris, una suerte de Rigoberta Menchú yanki que solo es capaz de balbucear consignas ultraizquierdistas con una risa estúpida, para que se vea el nivel de los referentes de la camarilla de Núñez Feijóo. Pero es que los populares prefieren seguir en la oposición a defender las ideas de sus votantes, porque lo que quieren es heredar los restos que deje el PSOE sin plantear una enmienda a la totalidad, no sea que los medios izquierdistas y sus intelectuales de referencia les retiren el carné de demócratas que, por otra parte, solo les expiden con carácter provisional y a cambio de una morterada abundante.
¿Y Vox? Pues no cabe duda de que es el partido que más se parece a la revolución trumpista puesta en marcha esta misma semana. Pero los de Abascal entran en los gobiernos autonómicos tras una larga travesía en el desierto con la promesa de mejorar la vida de todos los ciudadanos, y a los pocos meses huyen de esos mismos gobiernos por asuntos que nada tienen que ver con la gestión directa que se lleva a cabo en cada territorio. Será porque Vox quiere, a su vez, heredar al PP, cuya destrucción es el primer objetivo, si no el único, de su estrategia política.
Los dos partidos que se reparten el voto del centro-derecha están en sus guerras particulares, lo que deja un nicho ideológico del tamaño de la Fosa de las Marianas, como sugería Iván Espinosa de los Monteros ayer en esRadio. Y no parece que haya demasiado interés en ocupar ese espacio de manera consistente, con un programa político que ilusione a los votantes del centro derecha que incluya más objetivos que acabar con el sanchismo.
Porque echar a Sánchez está muy bien, pero si ponemos en su lugar a un tipo sin complejos que derogue las leyes izquierdistas y haga política liberal de verdad, sería ya la leche.
