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Trump, con la "tecnocasta"; Sánchez, con los proletarios de Davos

Nuestro problema no es la "tecnocasta". Es la "tecnocaspa", a la que tan bien representa el presidente español.

Nuestro problema no es la "tecnocasta". Es la "tecnocaspa", a la que tan bien representa el presidente español.
Davos (Suiza), 22/01/2025.- El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, interviene durante una sesión plenaria de la 55ª reunión anual del Foro Económico Mundial (FEM) en Davos, Suiza, el 22 de enero de 2025. La reunión anual del Foro Económico Mundial congrega a empresarios, científicos y líderes empresariales y políticos en Davos del 20 al 24 de enero. (España, Suiza) EFE/EPA/MICHAEL BUHOLZER | EFE

Ha causado escándalo moral en la opinión española que a la toma de posesión de Trump asistieran los jefes de las empresas tecnológicas. No está claro si escandaliza que esos tipos sean ricos o que sean exitosos directivos de las compañías más innovadoras del mundo. Su presencia ha opacado la de otros invitados que hubieran escandalizado de no haber estado allí los Musk, Zuckerberg, Cook y el resto. La cercanía de los del Silicon Valley con Trump, que no existió en su primer mandato, ha dado lugar a vaticinios tenebrosos sobre el fin del orden mundial que conocemos y el nuevo orden o desorden que van a instaurar mediante el control de las redes sociales.

Las profecías del fin del mundo son un género antiquísimo, pero siempre se renuevan y encuentran un público dispuesto a escuchar. En nuestro tiempo, son un género agradecido. Las profecías no tienen por qué cumplirse y nadie pide cuentas si fracasan —cuando se producen tantas, quién se acuerda de las que no se cumplen— y los profetas no tienen por qué estar bien informados. Al contrario. En su oficio, es mejor que la información no interfiera con la imaginación. Sólo así, no sabiendo, por ejemplo, qué es un algoritmo, se puede avistar en la bola de cristal que pronto estaremos bajo la férula de una dictadura del algoritmo.

No quisiera yo echar abajo los esfuerzos imaginativos, pero debe decirse que en las inauguraciones de los presidentes de los Estados Unidos es normal que haya magnates. Los hay, entre otros motivos, porque han sido donantes de las campañas o contribuyen a sufragar la ceremonia de toma de posesión, que no paga todo el Estado. Las inauguraciones, no lo dice un periódico de derechas, sino el New York Times, "atraen a corporaciones y donantes que quieren tener acceso a la administración entrante que va a supervisar sus industrias y sus intereses". Esto que en los Estado Unidos se hace a la luz, en España se hace también, pero en la oscuridad.

Alentado por el escándalo moral español, profundamente hipócrita, Sánchez ha llevado a Davos la profecía de los males por venir. Habló de un pequeño grupo que quiere hacerse con el poder político intoxicando, polarizando y socavando las instituciones democráticas, lo cual es prácticamente un autorretrato. Pero se refería a Musk y al resto, que hacen todo eso y más gracias a las redes y a los algoritmos —sí, mentó el algoritmo—. Esta nueva obsesión suya con las high tech americanas nos deja en una duda habitual: ¿no sabe nada de nada o no permite que la información interfiera con la fabricación? Sánchez se enreda con las redes. Si las tecnológicas son hoy clave para un Gobierno norteamericano no es por las redes sociales, hombre. Es por su importancia para la industria militar y la economía. Las redes sólo preocupan a los obsesos por controlarlas: cuando consiguen su control, son estupendas; cuando no, una amenaza.

Ahí estamos, en la payasada maniquea de toda la vida. En el lado oscuro, Trump con la millonaria "tecnocasta". En el lado luminoso, Sánchez con el millonario proletariado reunidos en Davos. Nuestro problema no es la "tecnocasta". Es la "tecnocaspa", a la que tan bien representa el presidente español.

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