
Un Ejecutivo intensamente preocupado por los pensionistas, por los afectados de Valencia y por los usuarios del abono de tren gratuito —que no es gratuito, señores, pagamos entre todos—, no hubiera hecho lo que ha hecho, que es meter en el decreto otros asuntos a sabiendas de que era improbable o imposible que así pasara la votación en el Congreso. O, ya que hizo lo que hizo, estaría separando ahora mismo unas cosas de otras para lograr que se aprobara lo de los pensionistas y los afectados más lo del abono gratuito que no es gratis. Pero el Gobierno de Sánchez, que hizo lo que hizo, consciente de lo que hacía, no está haciendo nada de eso. Está celebrando con palmas la "jugada maestra" de causar lo que él mismo llama dolor social para echarle la culpa a la Oposición.
Hay Gobiernos que cuando ven que el parlamento tumba sus iniciativas legislativas y perciben claramente que no disponen de una mayoría parlamentaria con la que pueden trabajar, cierran el chiringuito y convocan elecciones. Pero estamos experimentando otra clase de Gobierno. Es el que monta un partido con un apoyo insuficiente en las urnas, pero con la suficiente hambre de poder como para agenciarse los votos de partidos minoritarios que explotan y van a explotar su debilidad, y después, cuando ve que alguno de sus socios se desmarca y tumba sus decretos, se pone furibundo, aunque no con el socio desertor y prófugo. Se pone furibundo con la Oposición por votar como vota la Oposición y no votar como vota un buen amigo del Gobierno.
Sánchez está haciendo de sus dificultades para gobernar un arma propagandística más. No es sorpresa: es la especialidad. Lleva al parlamento los decretos sin contar con el apoyo de todos sus socios, a ver qué pasa, como quien va a jugar al casino a ver si pierde o gana. Más aún, seguro de que perderá. Como esta vez. Pero si transforma sus derrotas parlamentarias en éxitos en su pugna con la oposición, cree que no pierde nada o que sale ganando. Este incentivo perverso le está abriendo al Gobierno un apetito inmenso por la derrota.
Cuantas más derrotas, más se victimiza, más se erige en mártir, más alto clama que la Oposición deja cruelmente en la estacada a aquellos a los que el Gobierno iba a colmar de bienes. Sólo tiene que poner cara compungida. Para rasgarse las vestiduras está la ministra Montero. Con esta mascarada se quiere evitar que los ciudadanos identifiquen derrota parlamentaria con derrota gubernamental. Los ciudadanos han de pensar lo que se les dice que piensen: que son ellos los que han recibido la patada. La derrota parlamentaria da vueltas por los telediarios, por los titulares, por las sospechosas redes, constituida en juicio sumario a la oposición. Es un espectáculo indigno de una democracia y brutalmente antiestético. Es, ante todo, la exhibición de una escondida cobardía, la que rehúye reconocer la realidad para eludir la obvia consecuencia de que así no puede continuar.