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El Harvey Weinstein de Somosaguas

Sólo desde una relación con el sexo masculino indescriptiblemente tóxica se puede llegar a las conclusiones delirantes de nuestro feminismo institucional.

Sólo desde una relación con el sexo masculino indescriptiblemente tóxica se puede llegar a las conclusiones delirantes de nuestro feminismo institucional.
Juan Carlos Monedero en una imagen de archivo. | Europa Press

Se suma Juan Carlos Monedero a la larga nómina de aliados feministas que usaban su posición de poder para (presuntamente) meterle mano a jovencitas. Es algo igual de inesperado que el sol saliendo por el este, tan impactante como el agua mojando. Puede que llevemos lustro y medio leyendo que le obligaron a dejar la puerta abierta en las tutorías con sus alumnas; son los mismos años que llevamos escuchando historias parecidas de Pablo Iglesias y de Errejón. Los rumores siempre son más que discutibles, pero los hechos hasta ahora son tozudos. Todos los damnificados del #MeToo ibérico han sido periodistas y políticos de izquierdas. De extrema izquierda, generalmente. Década y media después del 15M todo lo que queda de aquel campamento primaveral con olor a sobaco y cannabis son unos tipos feos y rijosos usando la política para meterle cuello a veinteañeras y una ministra cuya ley estrella sirvió para sacar de la cárcel antes de tiempo a cientos de violadores y pederastas. Tremendo legado.

Pero como pasó con Errejón, el problema no es sólo que aparentemente Monedero tuviese las manos más largas que la dictadura de Fidel Castro; es que las feministas le encubrieron. "Muchas gracias por tu enorme trabajo y por haberte desvivido por la militancia", eso fue lo que escribió Ione Belarra hace año y medio cuando el profesor de la Complutense dejó sus cargos en Podemos. Quizás quería decir "desvestirse por la militancia".

En unas declaraciones tan cínicas que escandalizarían a Donald Trump puesto de Chetos, Irene Montero ha afirmado que no quisieron hacer público el escándalo para proteger a las víctimas, porque como todos sabemos Podemos se ha caracterizado durante esta última década por su discreción en todo lo relacionado con el feminismo y con denunciar agresiones reales o imaginarias. La que liaron cuando unos adolescentes de colegio mayor les gastaron una broma a sus amigas, y cómo callan cuando uno de los suyos le mete la zarpa debajo del sujetador a la primera chavalilla que se le cruza en el despacho.

Callaron por la misma razón por la que Sumar se calló con Errejón: porque les convenía. Pero no callaron en 2023, sino muchos años antes. La primera denuncia contra Monedero llegó a Podemos en 2016, y las medidas que se tomaron al respecto fueron un total de cero; exactamente lo mismo que sucedió la primera vez que alguien denunció públicamente a Errejón. Durante estos años hemos tenido que soportar a petardas insufribles desde el Ministerio de Igualdad y aledaños explicarnos lo malos que son los hombres, con esa dialéctica pomposa y ridícula de asamblea universitaria, y tenían el monstruo en casa. Porque el monstruo también son ellas. Ese montón de lerdas que se creyeron las consignas de carpeta de instituto de un puñado de profesores casposos y que apretaron los dientes para mantener la boca cerrada con la esperanza de ascender en el partido más feminista del planeta Tierra; esas periodistas súper comprometidas con la causa que jamás han dicho una sola palabra sobre todo esto hasta que ya era vox populi porque se quedaban sin comer. "Asaltar los cielos", decían, y lo que querían asaltar eran las bragas de Lola, la de los chacras, y ver que tenía debajo del sujetador Mariana, la de las pupus gordas.

Todos elaboramos una explicación del mundo en base a nuestra experiencia. Sólo desde una relación con el sexo masculino indescriptiblemente tóxica se pueden llegar a las conclusiones delirantes con las que el feminismo institucional nos ha asestado varazos en el lomo durante la última década. ¿Cómo no van a pensar las feministas que los hombres son unos cerdos si lo que tienen alrededor son al putero Ábalos, al manoseador Errejón, al sobón de Pablo Soto o a un tipo como Monedero, que tiene toda la pinta de decirle a sus alumnas nacidas en el siglo XXI que son muy maduras para su edad? ¿Cómo no creer que todos los hombres son violadores en potencia si para ascender en la organización hay que pasar por el Harvey Weinstein de Somosaguas?

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