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Neofachas Trumpistas-Putinistas

Llaman "paz" al sometimiento bélico a Putin y "una oferta que no podrás rechazar" a la explotación y la confiscación.

Llaman "paz" al sometimiento bélico a Putin y "una oferta que no podrás rechazar" a la explotación y la confiscación.
Donald Trump y Vladimir Putin, juntos en Helsinki | LD/Agencias

En los últimos años, ha surgido un fenómeno político que podemos denominar neofachismo trumpista-putinista. La afinidad entre los seguidores de Donald Trump y de Vladímir Putin es un síntoma de una corriente más profunda. Aunque Trump y Putin provienen de contextos históricos y culturales distintos, el ambiente mafioso del capitalismo tóxico neoyorquino y la atmósfera criminal soviética, tienen más en común de lo que pudiera parecer, con sus bases de apoyo compartiendo ciertas características que han culminado con esta sintonía entre disonantes: un rechazo al multilateralismo, una nostalgia por un pasado idealizado de poder nacional, y una retórica que exalta la fuerza sobre el consenso.

Tanto trumpistas como putinistas han consagrado un estilo matonista en lugar del talante por el acuerdo pacífico. En la dialéctica amigos y enemigos han elegido como aliados a los que hacen uso de la fuerza bruta hasta el asesinato, de Corea del Norte a Arabia Saudí, y como enemigos a los que tienen en común un compromiso con los valores del espíritu liberal occidental, a los que desprecian. Su promesa de "Make América Great Again" se corresponde con una visión aislacionista y solipsista que desconfía de instituciones fundadas según parámetros de la democracia liberal, el libre mercado y la defensa de los derechos humanos, como la OTAN o la Unión Europea.

Por otro lado, los trumpistas-putinistas admiran la mano dura del dictador ruso, su desafío a Occidente y su defensa de valores reaccionarios frente a lo que perciben como la decadencia liberal. Estos neofachas llaman despectivamente "liberalios" a los liberales y se burlan de los conservadores clásicos, la "derechita cobarde", ya que ellos son más del irascible y sarcástico Donoso Cortés que del irónico y apacible Chesterton.

La convergencia de estas posturas se ha hecho más evidente desde que Trump expresó en múltiples ocasiones su admiración por Putin, calificándolo de "fuerte" y "listo", mientras Putin ha elogiado la disrupción que Trump representa para el orden global liderado por Estados Unidos. Tanto monta, monta tanto, Vladimiro como Donaldo.

Los neofachas trumpistas-putinistas no solo comparten una retórica antiestablishment, sino también una admiración hacia tácticas autoritarias. La invasión rusa de Ucrania en 2022 y las ambivalentes respuestas de los trumpistas –que justificaron la encerrona de Trump a Zelenski en lo que han convertido en la Checa Blanca– han reforzado la percepción de que esta corriente busca un mundo donde el poderío militar y el unilateralismo reemplacen a las normas democráticas. En redes sociales y foros, no es raro encontrar a estos simpatizantes celebrando tanto las victorias electorales de Trump como las maniobras geopolíticas de Putin, a menudo bajo el pretexto de una supuesta lucha contra las élites globalistas. Como nos advirtió Orwell, manipulan el lenguaje de modo que ahora llaman "paz" al sometimiento bélico a Putin y "una oferta que no podrás rechazar" a la explotación y la confiscación.

Sin embargo, esta alianza de facto no está exenta de paradojas. Trump, un representante del capitalismo nihilista y extractivo, un ejemplar del financiero psicópata repeinado que describió Oliver Stone en Wall Street, y Putin, un exagente del KGB nostálgico del gulag y los planes quinquenales, representan en apariencia sistemas económicos y políticos opuestos. Sus seguidores, además, no forman un bloque monolítico: mientras algunos trumpistas rechazan a Putin por su pasado soviético, ciertos putinistas ven a Trump como un oportunista sin profundidad ideológica. Aun así, la percepción de una causa común persiste, alimentada por una desconfianza compartida en Trump y Putin hacia las instituciones liberales y un apetito común entre sus mesnadas por líderes que proyecten dominio sin concesiones y violencia sin límites. Si Chateaubriand los contemplase volvería a exclamar su célebre frase sobre el vicio apoyado en el crimen.

Los neofachas trumpistas-putinistas en su convergencia suponen una amenaza a los valores democráticos en su interpretación liberal porque suponen la consagración de la democracia en su vertiente populista, que describía Aristóteles como degeneración del gobierno del pueblo por ejercer una tiranía de la mayoría a través de líderes carismáticos sin escrúpulos. A medida que el mundo enfrenta crisis como la guerra en Ucrania o la debacle republicana en Estados Unidos, el ascenso de los trumpistas-putinistas desafiará cada vez más el mismo concepto de Estado de Derecho, la existencia de mercados libres y el intento de que las relaciones internacionales no colapsen en la ley del más fuerte.

En suma, los neofachas trumpistas-putinistas comparten la querencia por un nacionalismo agresivo, un autoritarismo personalista, un desprecio por las instituciones democráticas, el uso del chantaje como palanca de negociación y un antirracionalismo que es el reverso en la derecha del movimiento woke en la izquierda.

En España opera algo semejante a una escala más reducida pero no menos tóxica: el sanchismo-puigdemonismo. La cuestión es si en Estados Unidos resistirán las instituciones liberales, del Tribunal Supremo a la separación de poderes, el asalto del tsunami trumpista-putinista. En España lo veo mucho más difícil, por la falta de tradición y de ethos liberal, respecto al asalto conjunto de los socialistas y nacionalistas, ya que los primeros no creen en el imperio de la ley y los segundos detestan la misma noción de España. De nuevo, hay que imaginarse a Chateaubriand contemplando entre horrorizado y resignado a Sánchez y Puigdemont dando un golpe contra el sistema constitucional y la Nación española, ante el silencio cómplice de la mitad de España y el aplauso miserable de la mitad de Cataluña. Contra lo que suponía Fukuyama, no estamos ante el fin liberal de la historia, sino más bien en la historia del fin liberal.

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