Por primera vez en muchos años –aunque lo cierto es que es algo que ya ocurrió tiempo atrás– cientos de gazatíes han tenido la valentía de manifestarse públicamente en contra de Hamás.
Puede parecer una anécdota que salgan a las calles de la Franja unos cientos o unos pocos miles de entre una población de millones, pero nada más lejos de la realidad: esos valientes no sólo protestan en mitad de una guerra, sino que se enfrentan a una dictadura criminal de asesinos que no tienen ningún reparo en disparar contra su propio pueblo.
Estamos, por tanto, ante una prueba de que una parte significativa de los gazatíes están hartos de la falta absoluta de libertad y del coste que tiene para ellos el fanatismo enloquecido de los terroristas de Hamás, únicos culpables de una guerra en la que han perdido la vida miles de palestinos.
Y únicos culpables también, digan lo que digan la prensa y los políticos antisemitas de Occidente, de la situación de miseria en la que se vive en un territorio que ha recibido miles y miles de millones de euros en ayudas económicas que, en lugar de destinarse al bienestar de la población, se han dedicado a la compra de armas y a la construcción de infraestructuras militares como la inmensa red de túneles bajo la Franja.
Incluso en el opresivo y fanatizado ambiente de Gaza, una porción significativa de palestinos parece haberse dado cuenta de que lo único que les trae Hamás es sumisión, humillaciones, miseria y muerte; llama poderosamente la atención que tantos políticos y tantos periodistas europeos y norteamericanos sean incapaces de llegar a la misma conclusión obvia: que el futuro de ese territorio y en general de los palestinos no puede pasar de ningún modo por Hamás. De hecho, ya no es que la banda terrorista islamista deba ser alejada del poder, es que hay que acabar con ella, porque mientras siga existiendo seguirá amenazando la paz y masacrando a los propios palestinos.
Sólo el más fanático odio antisemita y el racismo más descarado te pueden llevar a defender a Hamás como ha hecho, entre otros, Pedro Sánchez: el antisemitismo de dar por bueno que algunos tiene derecho a matar judíos y el racismo de pensar que los palestinos no merecen un futuro de libertad y prosperidad.
Por desgracia, nada hace pensar que ninguno de los muchos que desde la comodidad de los países democráticos se envuelven en la bandera palestina a la mínima oportunidad vaya a mover un dedo por esos gazatíes que sí merecen nuestro apoyo y que quieren, como queremos todos, vivir en paz. Lo harían si les importase esa paz que dicen defender y, sobre todo, si les importasen lo más mínimo esos palestinos a los que tan sólo usan de carne de cañón de sus bajos instintos antisemitas.

