"Yo sí te creo, hermana, pero las juezas no te creerán"
El feminismo realmente existente no está para darles poder a las mujeres. Está para tener poder sobre las mujeres prometiendo ejercer poder sobre los hombres.
Finkielkraut lo clavó: las feministas son malas ganadoras. Lo decía en su Posliteratura, donde dedica tiempo al #Metoo, y los hechos le dan la razón. Tenemos un caso claro en las airadas condenas de la sentencia que absuelve de agresión sexual a Dani Alves. Condenas pronunciadas o vociferadas por ministras, diputadas, abogadas o abajofirmantes que se han apropiado en exclusiva y con éxito de la etiqueta feminista. Sí, con éxito. Por más que algunas bien intencionadas discutan el monopolio de las vociferantes, éstas son el feminismo realmente existente y por una razón poderosa: es el que tiene poder. Las bien intencionadas que disienten no lo tienen. Pero dejemos la discusión bizantina.
La más despepitada de las condenas de la absolución de Alves es la que mejor transparenta el problema de las malas ganadoras. Salió de Montero, María Jesús, que ahora manda más que Montero, Irene. ¿Y qué decía en su clamor? Decía que era una "vergüenza que todavía se cuestione el testimonio de una víctima y que se diga que la presunción de inocencia está por delante del testimonio de mujeres jóvenes, valientes, que deciden denunciar a los poderosos, a los grandes, a los famosos". Montero, M.J. rectificó luego su estridente ataque a la presunción de inocencia, a la vista del rechazo unánime de asociaciones judiciales, el CGPJ y muchos más. Pero mantuvo el fondo y ese fondo es un fondo común del feminismo realmente existente.
Veamos qué hace ese feminismo cuando hay sentencias que no salen a su gusto para entender por qué Finkielkraut tiene razón. Lo que hace es lo contrario de lo que podía hacer si fuera sensato y supiera ganar o apuntarse victorias. El feminismo podía anotarse como un triunfo suyo el hecho de que cada vez más las mujeres denuncian agresiones sexuales. No importa ahora si es verdaderamente triunfo suyo o no. Importa que en lugar de anotarse una victoria porque las mujeres denuncian mucho más, ese feminismo proclama que no sirve de nada denunciar. Lo que dice y grita es que los jueces y, no olvidemos, las juezas —eran mayoría en lo de Alves— no creen a las mujeres. Porque les falta "perspectiva de género" o, por lo que sea, pero no las creen. No sólo no se anotan el triunfo; se derrotan ellas mismas.
El demoledor mensaje del feminismo realmente existente es que denunciar agresiones sexuales es inútil porque la Justicia no va a dar crédito a la mujer. De toda la vocinglería feminista contra los jueces y las juezas que no sentencian como les gusta, lo que queda, a efectos prácticos, es esto: no merece la pena pasar por los juzgados, porque no van a creer a la denunciante. Tenemos una contradicción insalvable. Instan, llaman, impulsan a las mujeres a denunciar y, a la vez, pregonan que denunciar es perder el tiempo. Hay que suponer que algunas, alguna habrá, son conscientes de que hacen por un lado lo que deshacen por otro. Pero ahí entramos en otra película. La de cuáles son los objetivos de ese feminismo. ¿Es ir consiguiendo poco a poco? ¿Son las mejoras graduales? No hay que ser tan cándido como para pensar que todos los que dicen querer mejoras para cierto grupo, quieren mejoras para ese grupo. Los hay que buscan sólo —¡sólo!— poder. Poder para ellos mismos. El feminismo realmente existente no está para darles poder a las mujeres. Está para tener poder sobre las mujeres. Para tener poder sobre las mujeres prometiendo ejercer poder contra los hombres. Si no se entiende eso, no se entiende nada.
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