El pasado, ese lobo para el hombre
El ser humano es el único animal que no sólo no acepta su propia muerte, sino que no quiere aceptar la de todo lo demás, ya sean especies premitológicas que dan miedo o industrias nacionales obsoletas.
Unos científicos han conseguido desextinguir a los lobos gigantes, desaparecidos de la faz de la tierra hace 13.000 años. Naturalmente, al leer la noticia yo he pensado en los aranceles de Trump. El ser humano es el único animal que no sólo no acepta su propia muerte, sino que no quiere aceptar la de todo lo demás —ya sean especies premitológicas que dan miedito o industrias nacionales obsoletas—; y que está dispuesto a arriesgar la seguridad global con tal de enmendar el razonable, inevitable y necesario desarrollo natural de los acontecimientos, con lo sabia que es la naturaleza, en general.
Colossal Biosciences, que así se llama la empresa biotecnológica que ha conseguido revertir la evolución, ha comunicado como próximo objetivo desextinguir al mamut, al tigre de Tasmania y supongo que a otra buena variedad de bichos que favorezcan que quienes nos extingamos seamos nosotros. Es una cosa alentadora. La carrera por convertir en realidad distopías populares está tan reñida que el futuro de los humanos comienza a presentarse como una entretenidísima lucha triple: contra el Gran Hermano, contra los dinosaurios —quién sabe si dentro del universo de Mad Max— y contra Skynet, el sistema aquel que nos regaló el papel de Schwarzenegger en el que menos tuvo que actuar.
Pero bueno. El diablo, como siempre, se esconde en los detalles. Dos de las tres crías recién nacidas de lobo gigante han sido bautizadas como Rómulo y Remo, una coincidencia entrañable que a mí me lleva a pensar en el origen fratricida de Roma justo en el día en el que más analistas hablan de Trump como un Nerón sin lira pero con palos de golf. A la otra cría la han llamado Khaleesi, lo que tampoco ayuda, teniendo en cuenta que lo único que le falta a este cóctel es que el zumbado más poderoso del planeta aspire a tener a mano algún dragón con el que reducirnos a cenizas sin necesidad de apretar el botón nuclear.
En cualquier caso, el recurso de recordar a Nerón, tan repetido por tantos, puede sernos bastante útil. Es una forma como otra cualquiera de sugerir la esencia lampedusiana de nuestra historia. El eterno retorno del hombre, con sus ciclos políticos y económicos que se repiten. Las crisis que se solapan. Los imperios que colapsan. Las civilizaciones que se incendian. Pero en el fondo de la intrahistoria todo cambia para que todo siga igual. El matiz que le añade la resurrección forzada de los lobos gigantes —y donde dice lobos gigantes pueden leer mercantilismo, lo mismo da— es que esa pulsión de las catástrofes por regresar cada cierto tiempo es más bien un reflejo que les cedemos nosotros. En última instancia no hay mayor riesgo que el de la memoria humana, tan propensa a embellecer su pasado que se obliga a sí misma a volverlo a superar.
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