Menú

Qué coño tiene que pasar

Si estamos en una emergencia, el congreso de julio ha de ser un congreso de emergencia, sin adornos ni ideas felices de algún creativo desleído. Es casi un congreso de luto, de reconstrucción.

Si estamos en una emergencia, el congreso de julio ha de ser un congreso de emergencia, sin adornos ni ideas felices de algún creativo desleído. Es casi un congreso de luto, de reconstrucción.
El candidato a presidente del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo, durante el debate de investidura | Europa Press

La grosera acumulación de escándalos contra el gobierno de Pedro Sánchez empieza a ser insoportable. Tanto, que hasta se corre el riesgo de que, por hartazgo, decaiga el interés general contra la corrupción. Las aplicaciones cómicas de inteligencia artificial dan vida a un presidente que se ríe de todos nosotros y de las evidencias contra su esposa, su hermano, sus ministros o sus amigos. Gracioso, sin duda, pero reina una angustiosa sensación de impermeabilidad al delito.

Una vez más viene al caso recordar al Pedro Sánchez de la oposición cuando reclamó al presidente Mariano Rajoy, al que tildó de "indecente", que apareciera para dar la cara en público y "pisara el barro" tras unas crecidas del río Ebro sucedidas en 2015. "¿Qué coño tiene que pasar?", dijo un Sánchez todavía balbuceante. Hasta llegó a reclamar que se limpiaran los cauces para evitar daños mayores en riadas. Unos cuantos años después, el rey del fango, galgo de Paiporta, tuvo la oportunidad de mostrarse tal cual es. Inútil, cobarde y miserable.

Pero la pregunta sigue en el aire y ahora es más procedente que entonces, más procedente que nunca.

Tampoco conviene olvidar, por enésima vez, que una frase en una sentencia de un juez afín al PSOE —José Ricardo de Prada, patriarca del lawfare— se convirtió en moción de censura contra Mariano Rajoy. Fue apoyada por un partido que ya no existe y, vergonzosamente, el PP se dejó desalojar sin mostrar demasiado interés por España. El tiempo y varias sentencias y apercibimientos posteriores dejaron clara la delictiva maniobra judicial del PSOE: nada se juzgaba contra el presidente, ni siquiera contra su partido en aquella gürtel que todavía asfixia inexplicablemente al indeciso PP. Pero sigue siendo pertinente la pregunta de Sánchez en 2015 aunque ahora sea él el sujeto cuestionado.

La crisis provocada en España por el virus del ébola en 2014 se llevó la vida de Excalibur, un perro de una enfermera.

Hubo un único contagio, la citada enfermera, a partir de un misionero español repatriado desde Sierra Leona que falleció tras haber contraído allí la enfermedad. Pedro Sánchez volvió a hablar de "desgobierno", su término favorito, y reclamó comparecencias inmediatas. También años después, pudimos ver su forma de gestionar una pandemia que mermó la población.

Más allá del desastre, la ocultación del número de muertos, y los presuntos delitos por las mascarillas, el presidente no acudió a la morgue instalada en el Palacio de Hielo de Madrid. Tampoco al hospital de campaña del IFEMA. Ni siquiera a la misa funeral en la catedral de la Almudena. ¿Y qué coño tenía que pasar entonces? Ya no importaba, claro.

Cualquier escándalo pasado empequeñece ante el catálogo de inmundicias de este PSOE que parasita con ayuda de seis partidos el gobierno de España. Desde opacas operaciones multimillonarias de rescate hasta fraudes y enriquecimientos ilícitos aprovechando una pandemia, pasando por falsificación de concursos u oposiciones para colocar a familiares, creación de puestos sin título habilitante, tráfico de influencias, cohechos, malversaciones varias. Y putas y orgías y coca. Y coches y maletines. No tiene fin. Es bochornoso soportar tal imagen de España.

A diario los vemos evadirse, excusarse y mentir. Cambiaron las reglas del partido para que no les afectaran cuando les alcanzara la corrupción: ¿Expulsión en caso de apertura de juicio oral? Salvo que sea una imputación instrumentalizada, sospechosa de obedecer a una motivación política. Así que Miguel Ángel Gallardo, el colocador del hermanísimo, se libra de una sanción interna salvo que sea condenado… que ya se vería.

Gallardo es el que dijo que jamás recurriría a un aforamiento porque se interpretaría como una huida. Pues por ahí se le ve, corriendo como una liebre perseguida por el galgo.

¿Qué hace falta en la oposición?

Y al recordar todo ello es inevitable pensar en que lo que de verdad falta para echar al peor presidente de la democracia es un partido que asuma de veras esa misión. Y entonces alguien ha de dar la vuelta a la pregunta y dirigirla hacia sus propias filas.

Tras el desastre de la sucesión de Rajoy, el PP de Alberto Núñez Feijóo ha ido navegando aguas mansas y bravas con desigual fortuna. Lo cierto es que suyo es el poder territorial, todavía pendiente de algún capricho de Vox y del manojo de complejos que mantiene en Valencia a Carlos Mazón. Madrid, Andalucía y Galicia tiran de un carro de mayorías absolutas que podrían extenderse a Castilla y León, Aragón, Murcia o Baleares. Pero unas elecciones generales son otra cosa: hace falta ilusionar a muchos con un proyecto creíble. Se supone que para llegar a eso el PP ha convocado a los suyos a un Congreso Nacional, el congreso de Feijóo. Con lo que de ahí salga se enfrentarán al impermeable sanchismo gobernante.

Por descontado, en los pasillos del principal partido de la derecha ya se cuchichea y se escudriñan los pedigrís de las familias, las sensibilidades y los diversos pepés que suelen acabar decepcionando al votante… que sigue formulándose la exclamativa pregunta del millón: "¡qué coño hace falta!" para que la derecha despierte con cordura, sin aspavientos.

Cabe esperar poco de las ponencias que se debatan en ese congreso porque el armazón ideológico del PP hace tiempo que quedó colgado de una percha y envuelto en plástico. Hay poco recurso al fondo doctrinal del liberalismo o el conservadurismo, dañado por la mediocridad del tardorajoyismo y el letal casadismo, crueles burlas a la trayectoria liberal del PP. La profesionalización de la política ha dañado enormemente la ideología hasta el punto de perder por completo la orientación: ¿sabe el PP qué piensa sobre los temas que preocupan? ¿Tiene valor para defenderlo en público o seguirá midiendo a la izquierda y a Vox antes de pensar de forma autónoma? Energías, clima, Israel, guerra civil española, feminismo, políticas de género y diversidad sexual, libertad comercial, aborto, impuestos, inmigración… ¿Hay un PP capaz de responder preguntas a sabiendas de que las respuestas no gustarán a todos?

Si estamos en una emergencia, el congreso de julio ha de ser un congreso de emergencia, sin adornos ni ideas felices de algún creativo desleído. Es casi un congreso de luto, de reconstrucción. Hay un enemigo claro, el PSOE de Sánchez y sus partidos andamio, pero también hay un adversario, Vox, que todavía no saben gestionar. Si el congreso concentra su estrategia en personalidades políticas fuertes y da ejemplo de gestión allí donde gobierna, Vox será un partido que podrá ayudar en una eventual suma, no una salida de emergencia a la desesperación del votante.

El PP decide en julio si quiere gobernar. Alguien tiene que pagar sacrificios para que eso sea posible. Pedro Sánchez, esa desgracia, es lo que tiene que pasar, lo que pasa, para que el PP cambie y represente por fin al votante de centro derecha.

Temas

En España

    0
    comentarios

    Servicios

    • Radarbot
    • Curso
    • Inversión
    • Securitas
    • Buena Vida
    • Reloj Durcal