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Descorramos tupidos velos

No se trata de arrancar velos por el gusto de arrancarlos sino de proteger de verdad a las mujeres que hay debajo de esos velos.

No se trata de arrancar velos por el gusto de arrancarlos sino de proteger de verdad a las mujeres que hay debajo de esos velos.
Orriols quiere prohibir el velo islámico en Ripoll. | Europa Press

Vuelve a estar todo el mundo muy nervioso a cuenta de la oportunista propuesta de Junts de prohibir el velo islámico en los centros escolares. Digo oportunista porque se nota mucho que sólo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena, y de la penetración del islam en nuestra cultura cuando lo capitaliza la Aliança Catalana de Sílvia Orriols. Dicho esto, el debate es tan legítimo como delicado y peligroso de frivolizar.

No me haría falta ni ser mujer, me bastaría con ser persona, para entender perfectamente la indignación de esas "feministas exmusulmanas" (así se proclamó la escritora Najat El Hachmi en una reciente y muy picada tertulia con Ricard Ustrell, en Catalunya Ràdio) cuando ven que lo suyo es una especie de pelota de ping pong que rebota entre el irresponsable buenismo folklórico de la izquierda wokepidérmica y la escalada xenófoba de la derecha más nacionalista y autoritaria. A mí me gusta mucho escuchar a Najat El Hachmi ponerlos a caldo a todos, como hizo en un brillante discurso en el Ayuntamiento de Barcelona, pidiendo no ser vista como una curiosidad de feria a "integrar" sino como una ciudadana de pleno derecho.

El problema es cómo se come eso. Ni podemos ignorar lo que la imposición del velo supone todavía para muchas mujeres no ya en el resto del mundo, sino a la vuelta de nuestras esquinas. Como no podemos obviar que prohibirlo y ya está puede ser más revanchista y efectista que efectivo. ¿Qué pasa con las feministas que todavía se consideran musulmanas, o con las musulmanas que viven aquí y, por lo que sea, no se fían del feminismo? ¿Las sacamos de la ecuación?

Prohibir el velo y ya está, igual que jalearlo como un símbolo identitario tan inofensivo como los mantones de San Isidro o las espardenyes de bailar sardanas, puede dar réditos políticos. Pero no nos va a sacar del lío en profundidad. No si eso no va acompañado de una seria, muy seria reflexión, sobre cómo regulamos el tráfico de símbolos en una sociedad que se proclama laica, pero donde las creencias vuelven a ser muy fuertes, mucho más fuertes e invasivas que la razón. Sin eso no se entiende por ejemplo que haya quien acusa a Israel de genocidio, a la vez que defiende echar a los judíos "del río al mar", o que ve normal salir en manifestación portando en una mano los símbolos de Hamás y en la otra la bandera LGTBI. Como si lo uno pudiera llegar a ser ni remotamente compatible con lo otro.

Yo siempre he defendido una escuela pública totalmente laica, sin ningún símbolo religioso —ni velos, ni crucifijos—, pero por eso mismo defiendo también que haya escuelas concertadas donde los credos religiosos mayoritarios en nuestra sociedad encuentren un razonable acomodo. Razonable quiere decir que también los cristianos, judíos, musulmanes, etc, que no son ricos puedan educar a sus hijos en sus valores, y que la Administración controle —pero controle en serio— que esa educación no se salga de los estándares de libertades que nuestro Estado de derecho debe garantizar y sí, también imponer si es preciso, a todos y cada uno de los ciudadanos. Creyentes o no creyentes.

Que oigan, hay creyentes en más cosas de lo que parece. Ningún laicismo es perfecto y el ateísmo puede funcionar como una religión más, si es lo suficientemente despectivo y agresivo. No vale cargar contra los abusos pedófilos en el seno de la Iglesia y luego mirar para otro lado cuando emergen los de la DGAIA. No se trata de arrancar velos por el gusto de arrancarlos sino de proteger de verdad a las mujeres que hay debajo de esos velos.

Si nos oponemos a que el Ramadán entre en las escuelas, ¿deberíamos cargarnos también las vacaciones de Navidad? ¿Y las procesiones de Semana Santa? ¿Qué es más peligroso para una niña de 13 años, que no la dejen salir de casa sin el velo, o que el Estado le permita "transicionar" de género y bloquearse la pubertad con menos control médico que ideológico, y sin contar con los padres? ¿Mutilarse en nombre del credo trans es tan distinto de la ablación de clítoris en nombre del islam?

Lo malo de estos choques religiosos y culturales es que ponen al trasluz las contradicciones y la agenda oculta de todos. No sólo de imanes y curas. Tan irresponsable y criminal es ignorar lo que pasa en algunos internados del Opus o en algunos focos de salafismo disfrazados de mezquitas "de buena fe" como pretender que "los hijos son del Estado", o que lo que yo creo va a misa y lo que creen los demás, a la hoguera.

Insisto, no hay atajos. Por un lado, tenemos que reforzar el Estado de derecho para adaptarlo a los nuevos tiempos y necesidades, estar mucho más vigilantes para que ningún abuso escape al radar. Por otro hay que dejar de confundir laicismo con anticlericalismo de parte (ya que no se opone a todos los cleros por igual…) y sentar las bases de un diálogo interreligioso e interpolítico donde las creencias tengan sitio…pero también pasen por el aro de la ciudadanía. Todos para uno, y uno para todos.

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