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Los ánsares que lloran

La fidelidad en el mundo animal

La fidelidad en el mundo animal
Cisnes en vuelo | Pixabay/CC/TheOtherKev

Interpretar la conducta de los animales según criterios de comparación con la de nosotros, los humanos, no es una regla recomendable para los científicos; se llama antropocentrismo, y aunque se haya utilizado con frecuencia en el mundo de la divulgación, con éxitos tan relevantes como los del llamado "modelo Disney", es preferible no caer en sus conclusiones.

Pero en algunas ocasiones los animales se comportan de manera tan asombrosamente humana, o viceversa, que no es fácil evitar que las emociones se impongan a las razones puramente científicas al valorar tales conductas. ¿Es cierto que los ánsares lloran cuando pierden a su pareja?

Muchas aves, casi el noventa por ciento, son monógamas, pero no nos referimos aquí a la monogamia sino a la fidelidad, al comportamiento, a veces asombroso, de los animales que, cuando pierden a su pareja, no vuelven jamás a aparearse.

Parece claro que, tras largos periodos de convivencia con su pareja, el superviviente ha almacenado en su cerebro "algo" que inhibe una nueva conducta instintiva tendente al apareamiento. ¿Qué es lo que ha quedado grabado, a veces de manera permanente?

Tras recordar la monogamia de las aves y tratando de encontrar en la conducta animal un reflejo de la nuestra, parece lógico recurrir a los grandes primates, queramos reconocerlo o no nuestros más próximos parientes en la escala zoológica

Eminentes primatólogas, como Fossey o Goodall, han encontrado en sus estudios de campo con gorilas y chimpancés comportamientos asombrosos, pero no exactamente fidelidad conyugal; apego a las crías muertas, amistades inquebrantables entre miembros del grupo; también enemistades, de todo un poco.

Pero es entre los gibones, también antropomorfos pero menos, donde parece que los lazos entre la pareja crean vínculos de mayor fortaleza: no se trata simplemente de comportamiento reproductor, sino de costumbres de acicalamiento, caricias, compañía… no sigamos porque de ninguna manera se trata aquí de humanizar el tema.

Para explicar las conductas de fidelidad entre las parejas animales tenían necesariamente que intervenir la etología y la neurobiología; la primera nos hace reflexionar sobre la eficacia de la permanencia de la unión entre ambos miembros; derivaría de la necesidad de cuidar durante un largo periodo de tiempo a las crías.

En las llamadas familias parentales, formadas por la pareja y las crías en conjunto, el tiempo necesario para que la prole alcance la posibilidad de sobrevivir tras la emancipación puede ser extenso y sólo se puede garantizar con la cooperación de la madre y el padre, pero la casuística es mucho más variada.

En otros casos es suficiente con la protección materna, y el macho puede convertirse en un peligro para las crías, como ocurre en las osas, que salen de la hibernación con sus oseznos y tienen que evitar encontrase con un macho solitario que trataría de eliminar a los cachorros: la casuística no puede ofrecer mayor variabilidad a lo largo de la escala zoológica.

Ante registro de conducta tan variable recurramos a lo registrado en el sistema nervioso de las parejas que han convivido durante largos periodos de tiempo: en estos registros neurológicos deberíamos encontrar algo que explique la inhibición para aparearse con otros individuos tras faltar uno de los miembros.

No busquemos aquí ni en aves con fama de fieles ni en primates de genoma próximo al humano: los pequeños y conocidos topillos ofrecen claves neurológicas interesantes.

Según estudios recientes los topillos presentan conexiones neuronales más complejas en determinados centros cerebrales cuando llevan tiempos prolongados en convivencia con un congénere que cuando hacen vida aislada. La mayor complicación de esas conexiones, llamadas sinapsis, parece indicar que "algo queda", que la vida en pareja se refleja en el sistema nervioso.

Desde los comienzos de la neurología se sospechaba que muchos animales registran los actos más complejos de su conducta en centros cerebrales relacionados con tales actividades: la reacción ante la música u otras artes, las relaciones afectivas o la fidelidad figurarían entre ellos.

Volvamos a esas aves que jamás vuelven a buscar pareja tras enviudar: algunos ornitólogos han abandonado el terreno de la etología para pasar el emocional, al observar el abatimiento de los ánsares cuando pierden a su pareja. Llegan a decir que observan en sus ojos algo que es difícil no relacionar con las lágrimas. ¿Realmente lloran los ánsares al enviudar?

Soy biólogo y sé que no es cierto, que muchas aves y también los reptiles eliminan sal mediante las glándulas lagrimales, de manera que concluimos que los ánsares no lloran, pero si languidecen al perder a su pareja; no digamos que están deprimidos, pero sí, al menos, abatidos.

A veces, también les ocurre a los humanos que, además, sí lloramos.

A mi querida esposa María Teresa, repentinamente fallecida el pasado doce de mayo tras casi cincuenta años de feliz matrimonio.

In memoriam.

Miguel del Pino

En Tecnociencia

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