
Los menos insultantemente jóvenes del lugar recordarán aquellos tiempos en que la alta velocidad ferroviaria sólo comunicaba Madrid y Sevilla. Costó agonía y media que el AVE comunicara Madrid y Barcelona. Los catalanes, que como es sabido siempre dormimos con un ojo abierto por si alguien nos tiene manía, nos preguntábamos si tanto delay obedecía a criterios técnicos, a ganas de fastidiar o a un intento de ponerle un respirador artificial al puente aéreo de Iberia…
Personas ingenuas podrían pensar que las grandes infraestructuras, como los planes hidrológicos, como las redes eléctricas, son ciencias exactas: se necesitan o no se necesitan, funcionan o no funcionan. En la práctica, aquí no se puede construir ni una desaladora sin que a alguien le suba el azúcar.
Activistas y adanistas ideológicos se atreven a plantar cara a técnicos e ingenieros. Imagínese usted que en plena ola de calor le vienen a instalar el aire acondicionado en casa, y en cuanto abre la puerta, en lugar del operario, se encuentra a Greta Thunberg con un Botijo Molotov. Quien dice Greta Thunberg, dice Ada Colau, justo ahora que ¡por fin! nos han prometido ampliar el aeropuerto del Prat…
Lo más importante del acuerdo con AENA solemnizado y anunciado por el presidente de la Generalitat, Salvador Illa, es el reconocimiento de que la Tierra es redonda, los aviones vuelan y los patos se comen. Falta mucho para que una ampliación que hace tanto que clama al cielo se acerque ni siquiera a tomar cuerpo. Entre la burocracia feroz y entre que al propio Illa ya le va bien que esto vaya despacio para no sulfurar en demasía a ERC y Comuns -que no pueden parar la ampliación en el Parlament, pero sí poner plomo en las alas de futuros presupuestos o ampliaciones de crédito…-, el Prat seguirá siendo un aeropuerto de la señorita Pepis por lo menos cinco años más. Tanto es así que cuando lo inauguren, igual ya será un aeropuerto de Mary Poppins y habrá que volver a empezar a ampliarlo…
Es igual. Lo importante, insisto, es que desde el máximo nivel político se está por la labor de dejar de negar la evidencia. De que la Barcelona real, la economía real y los problemas de la gente real, incluso el ecologismo real, el que no es una gretathunberguería, merecen reconocimiento y acuse de recibo.
Lo que no lo es (de recibo) es que cosas tan serias, con tanto impacto en la vida de tanta gente, puedan estar sujetas a terraplanismos políticos y a feroces, soterradas luchas de poder, que convierten a todos los usuarios de las infraestructuras en rehenes de uno u de otro. Algo que pasa con una alarmante frecuencia, nos demos cuenta o no.
Mencionaba hace un momento el sospechoso retraso en llevar el AVE a cualquier sitio que no fuese Sevilla. Seguro que no hace falta que les recuerde qué pasó el día del apagón. Seguimos. ¿Y el día del robo de cobre que dejó panza arriba no sé cuántos trenes? A mí me pilló, ya es mala pata, viajando en tren de Barcelona a Sevilla para ir a la Feria de Abril. Seis horas de trayecto, agravadas por tres horitas de retraso de las que el operador (la compañía Iryo) te iba informando (o no) con cuentagotas.
Algo me temía yo cuando, al llegar ese día a Sants, la persona que me comprobó el billete en el control de acceso me dijo, compasiva: "Ay, viaja usted en el tren de la paciencia…". Comentario ominoso y, peor aún, profético, porque efectivamente todos los trenes iban saliendo más o menos a su hora, menos este. Como si alguien hubiera decidido concentrar todos los retrasos, todo el castigo, en un único convoy.
¿Se estarán matando Adif y Iryo, como hace nada se mataban Red Eléctrica, Endesa e Iberdrola?, malpensé yo. ¿Se estaba "vengando" alguien de algo dando a los viajeros de Iryo más mala vida que a los de Renfe?
Pero es que unos días después, de nuevo viajando en Iryo -sin retrasos esta vez-, cerraron el vagón restaurante (dejando a mucha gente sin posibilidad de comer ni de beber nada, porque el carrito ni siquiera intentaba dar abasto…) alegando razones de "seguridad". Pues era una "seguridad" muy sospechosa y hasta olorosa. De la cafetería cerrada salía más que un olor, un hedor, que encima no era nuevo; yo ya tuve ocasión de inhalarlo en un viaje anterior, con el mismo origen (vagón restaurante), aunque aquella vez no llegaron a cerrar el servicio de restauración.
Misma peste, mismo tren, misma parte del tren, con semanas de diferencia: ¿a usted no le llama la atención? Más cuando, al pedir a un empleado de Iryo una hoja de reclamaciones, va el hombre y me entrega no una, sino tres, tres hojas de reclamaciones con el membrete de la Comunidad de Madrid…y ya con el nombre de la entidad reclamada amablemente impresa. Sólo que no era el de la compañía Iryo sino la de Gate Gourmet (…), la que provee el catering en esos trenes.
-Oiga, ¿me toma usted el pelo? -le afeé esta larga cambiada al empleado de Iryo. Preguntándome si era inepto, malicioso o ambas cosas.
Picada ya más como periodista que como viajera, contrasté con una empleada de Gate Gourmet. La versión de esta señora es que todos los incidentes descritos tienen que ver con "tuberías del tren que funcionan mal" o que están "pendientes de mantenimiento"…
En resumen: si tienen que viajar a cualquier parte, por cualquier medio de transporte, público o privado, no den nunca por hecho que los partidarios de hacer las cosas bien tienen mayoría. Ni en los gobiernos, ni en los Parlamentos, ni en las empresas. Estén atentos. Pónganse firmes. No se dejen engañar ni lavar el cerebro ni se crean que ya lo tienen todo hecho. ¿De verdad queremos que nos amplíen el aeropuerto del Prat? Pues abrochémonos los cinturones y no bajemos la guardia.
