Con Santos en la cárcel, se acabó lo de pedir perdón
La entrada en la cárcel de Cerdán cambia tanto las cosas que los muertos vivientes han subido la apuesta.
El grupo de los muertos vivientes está convencido de que el ingreso de Santos Cerdán en la prisión de Soto del Real no cambia nada. No habría alteración, sino aliteración, mero sonido repetido. Será por eso que los sonidos que han emitido al calor del acontecimiento los que juraban hasta ayer por la integridad del ex número tres del partido son de una tonalidad más aguda. Y más fuerte. Mucho más. El presidente del Gobierno sólo se molesta en decir que ya actuó y que eso es más de lo que hacen otros. Pero la número dos, M. J. Montero, ha dado el nuevo tono de forma más explícita, como suele: "Esto es un asunto de una persona que no tiene que ver con el PSOE". Un do de pecho.
En esta partitura, Santos Cerdán está fuera y lo está tanto que no ha estado dentro nunca. Tiene menos que ver con el partido de Sánchez que un turista extranjero elegido al azar. Al recluso no se le puede nombrar y nadie lo nombra. No es Santos Cerdán, ni mucho menos Santos, el amigo del alma con el que todos se solidarizaban frente al acoso y las mentiras, sino "una persona" o "esa persona". Pronto, ni eso, porque será borrado. Lo están borrando de la foto, se mueva o no, y vemos, minuto a minuto, cómo se difumina su figura. La instantánea del cuarteto de gira en la primarias, con los tres compinches esperando a que Pedro, su inversión, terminara de lucir palmito, quedará en los archivos, pero como vestigio descolorido sin conexión ni significado.
La entrada en la cárcel de Cerdán cambia tanto las cosas que los muertos vivientes han subido la apuesta. Están dejando de parecer compungidos y lo de pedir perdón, se ha acabado. Con una sesión, basta y sobra. Ahora quieren demostrar su poder. Su fortaleza. Su arrogancia. En su mundo, cumplir reglas, rendir cuentas, asumir responsabilidades es propio de débiles. Actuar como gobernantes civilizados, respetuosos con la democracia y con su espíritu de fair play, encarnado en la disposición a renunciar al poder, lo ven de tontos y blandengues. Contra cualquier tentación democrática, han decidido apostar por la exhibición de poder más descarada. Que se vea que tienen el poder de decretar, en pleno día, que es de noche y de arrastrar a medio pais y a uno de esos delirios que, hasta hace poco, sólo era capaz de montarse el separatismo catalán. Quieren que se vea que están fuertes y que nada de lo que ocurre y nada de lo que pueda ocurrir va a sacarlos del poder. Porque saben que la entrada en la cárcel de Santos debilita más al muerto viviente, levantan el puño del poder escayolado.
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