
Bernie Sanders es ese octogenario socialista norteamericano con pinta de entrañable profesor jubilado al que jamás ha votado ni un solo obrero yanqui en ninguna de las innumerables campañas electorales en que ha participado a lo largo de su vida. Nunca. Jamás. Ni uno. Y es que los obreros norteamericanos, los obreros auténticos, los de verdad, esos que llevan cascos de plástico reforzado en la cabeza, visten monos de trabajo de color azul y calzan botas chirucas, ahora se alinean por norma con la extrema derecha. Algo que, con la muy significativa excepción española, igual hacen ya la mayoría de sus colegas a este lado del Atlántico.
Pero resulta que el candidato de Bernie, un "inmigrante" orgullosamente musulmán llamado Zohran Mamdani, acaba de imponerse en las primarias del Partido Demócrata para la Alcaldía de Nueva York. Y esas comillas vienen muy a cuento porque el "inmigrante" ha resultado ser hijo de una reputada directora de cine casada con un profesor de la Universidad de Columbia. Vaya, el típico perfil familiar de quien arriba en una patera a Occidente. Pero la gracia del asunto radica en quiénes han votado por ese airado musulmán izquierdista; o más bien, en quiénes no le han votado. Porque no le han votado los viejos ( viejo significa mayor de 50), tampoco los trabajadores manuales ni los negros de los barrios deprimidos.
Así, resulta que al iconoclasta Mamdani le han votado los hipsters blancos y ricos de las áreas muy caras y gentrificadas de Nueva York, por un lado, y los inmigrantes musulmanes muy pobres, por otro. Los esnobs de muy arriba y los desgraciados de muy abajo. Ninguno de ellos neoyorquino autóctono, con raíces en la ciudad. En todas las grandes metrópolis desarrolladas ocurre ahora lo mismo: los precios inmobiliarios expulsan a los locales. Y los sustituyen muy ricos y muy pobres, todos foráneos. En Londres, otro ayuntamiento dirigido por un musulmán practicante, ya ha pasado. París y Barcelona tienen todo los números para ser las próximas de la lista. Asistimos a una transición histórica. Y apenas hemos visto el principio.
