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El virus caníbal

Sánchez ha extinguido toda herencia del pensamiento europeo de altura y ha hecho que el poder sea la medida de todas las cosas, de las que son y de las que no son.

Sánchez ha extinguido toda herencia del pensamiento europeo de altura y ha hecho que el poder sea la medida de todas las cosas, de las que son y de las que no son.
El presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, espera la llegada del rey Abdullah II de Jordania, con quien se ha reunido este jueves en Moncloa. | EFE

Socialistas sanchistas, comunistas y separatistas tienen en común el envenenamiento producido por un virus trágico que tiene unos efectos perniciosos, no sólo para su integridad mental sino, sobre todo su interacción social y su capacidad de convivencia. Elaborado por convicciones supremacistas, "científicas", craneales, raciales o morales, su resultado es el mismo: los diferentes deben ser dominados y reducidos a la marginalidad política y si es preciso devorarlos, alegóricamente o no, para asumir sus energías o disuadirlos de alzamientos, pues se devoran.

Ya he dicho en otra reflexión que mi amigo Carlos R. Estacio ha llamado "La tribu caníbal" a esos grupos nacionalistas vascos que, contagiados de un narcisismo cateto, fanático e irracional, se creen álguienes por encima del bien y del mal, por encima de la historia y la costumbre y naturalmente, por encima de toda ley que no sea la legendaria de una fantasiosa tribu original. Casi mil españoles fueron devorados, miles fueron heridos y centenas de miles exiliados por esta pandemia criminal. Su antecedente inmediato fue la II República y luego la Guerra Civil.

En sus reflexiones sobre el crimen perfecto, Baudrillard nos considera "víctimas, y en absoluto alegóricamente, de un virus destructor de la alteridad… se puede aventurar que ninguna ciencia sabrá protegernos de esta patología viral que, a fuerza de anticuerpos y de estrategias inmunitarias, apunta a la extinción pura y simple del otro." Ese es, sí, el virus caníbal. O algo así. Destruir al otro por no ser como uno.

Una de las grandes enseñanzas de la Iglesia Católica es que ni siquiera la fe puede ser suficiente para sustentar la creencia. Es preciso, además, acompañar lo que se cree de un aparato conceptual racional que permita defender que lo que se cree está amparado por los hechos comprobados interpretados a la luz de una red de conceptos lógicamente relacionados. Es la herencia de Agustín de Hipona y Tomás de Aquino.

Tras aquel acopio de razón y argumentos, se llegó a concebir la tolerancia con el oponente como consecuencias de las matanzas impropias de una religión del amor y la concordia. Ya fue hora. Aquel salto cualitativo y superior de la evolución de la civilización occidental, fue ignorado, despreciado y perseguido, no por el Islam, que también, sino por aquellos ilustrados que querían hacernos felices a su modo a base de guillotina y tiranía. Triste destino.

¿Cómo nos va a extrañar que el idealismo europeo bebiera de aquellas masacres y que tratara de justificar la destrucción con la supuesta creación de un hombre nuevo? ¿Hombre nuevo? ¿Y quién tiene esa formula mágica? ¿Quién fue iluminado y por qué divinidad con esa visión? Pues ya lo saben: los herederos del marxismo y el leninismo y los borrachos de las naciones abstractas.

Todos ellos coinciden en la obsesión compulsiva por la destrucción del otro y por la predisposición a obligar a todo quien sea diferente a aceptar sus reglas. Pueden disfrazarse un tiempo de demócratas y pueden encontrar a algunos incautos que los crean, pero al final el virus destructor que incuban desde el origen aniquila las razones, las pruebas, los argumentos, la verdad y lo que sea. Una vez hecho esto, el otro es canibalizable.

El socialismo español que, en principio, no tenía que sufrir los síntomas de un contagio no previsible porque su mancia era otra aunque caníbal también, ha devenido en cómplice ya innegable e irreparable, del nacionalismo más lejano a la consideración lógica y racional de la realidad que se recuerda en Europa desde los tiempos de Hitler Mussolini. Sánchez ha extinguido toda herencia del pensamiento europeo de altura y ha hecho que el poder sea la medida de todas las cosas, de las que son y de las que no son.

Vean ustedes a esos millones de votantes a los que ningún hecho cierto, ningún argumento, ninguna verdad, ninguna lógica o evidencia, harán dudar de que son depositarios de una ciencia "superior" y de que son beneficiarios de una virtud inasequible a cualquier infiel. O vean a esos diputados que, a pesar de tragarse sapos como montañas, no alterarán su voto para dar paso a una censura razonada de alguien que está llevando a España al abismo.

El problema es que este virus, caníbal o destructor del otro, llámese como se llame, no tiene más cura que la recuperación de la vacuna contra la estupidez que suministran la filosofía y la ciencia y su aceptación del liberal principio de la refutabilidad para el diálogo entre diferentes. Pero esos hábitos han huido de la educación y de la convivencia. O sea, que no, que no hay remedio. Creímos haberlo erradicado en 1978, pero quiá.

¿Qué adonde nos lleva? Repasen la Historia, no la de las memorias orwellianas, y ya lo verán.

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