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El matrimonio igualitario y los que no saben ganar

No hay más que ver el tono de las celebraciones del Orgullo. Poco queda de lo que fueron en origen. Hoy destilan sectarismo y fanatismo.

No hay más que ver el tono de las celebraciones del Orgullo. Poco queda de lo que fueron en origen. Hoy destilan sectarismo y fanatismo.
Participantes en la manifestación del Orgullo | LD/Agencias

La rehabilitación del expresidente Zapatero es un fenómeno sorprendente de los últimos años. Después de un segundo mandato abreviado que dejó a su partido en una situación crítica, no era una figura a reivindicar, sino a olvidar piadosamente. Durante mucho tiempo fue, más que un jarrón chino, un juguete roto, pero en vísperas de las elecciones repentinas de 2023, reapareció como un defensor a ultranza de Sánchez y fue acogido ahí como un héroe. Desde entonces, dispone de una influencia inusual en el entorno del Gobierno, participa en campañas y mítines - en uno vitoreó a "Súper Santos Cerdán" - y está con frecuencia en los medios, donde declama sus frases y alardea de sus logros como presidente.

En una aparición reciente presumió de haber aprobado el matrimonio homosexual, del que se cumplen ahora 20 años, y habló en términos muy despectivos de la oposición que había tenido que aguantar, refiriéndose a las manifestaciones contrarias que se celebraron y al rechazo del PP. Ni siquiera veinte años después puede Zapatero contener su bilis. Su bilis y su pulsión divisiva, que es la misma que le llevó a impulsar la ley del matrimonio igualitario sin intentar disipar las dudas o inquietudes que despertaba en una parte notable de la sociedad española.

En contraste con aquella forma de hacer las cosas, por pura imposición de una mayoría parlamentaria, en otros países las leyes para el matrimonio igualitario se aprobaron después años de debate que permitieron convencer a muchos de los que no lo estaban. Pero el partido de los socialistas españoles, al menos desde Zapatero, no actúa así. No quiere convencer, sino vencer. No quiere consensuar, sino dividir. Elige como bandera asuntos e iniciativas que provocan disensión en la sociedad, porque vive mejor de la confrontación que de la persuasión y el acuerdo. La gradualidad no les gusta, no les conviene. Imponen lo suyo, se jactan de poner a España "en la vanguardia" - igual con la nefasta ley del sólo sí es sí - y ridiculizan a los que se oponen como grotescos carcas de la caverna.

La estrategia de confrontar, imponer y aplastar la disensión es la que han adoptado también los activistas que llevan hoy las riendas de lo que fue el movimiento de gays y lesbianas. Lejos del espíritu inicial, centrado en la igualdad de derechos y el respeto mutuo, se han radicalizado y han perdido el norte, como sostiene en un importante artículo Andrew Sullivan, periodista y autor que participó en la campaña a favor del matrimonio igualitario en los Estados Unidos. Una campaña, por cierto, con la que lograron persuadir a muchos conservadores y moderados. Pero después de aquella victoria, el rumbo se torció. No supieron ganar. Igual que el activismo feminista.

Los nuevos activistas despreciaron el camino abierto por sus antecesores y se hicieron fanáticos de una "nueva y radical revolución de género" que niega las distinciones entre hombre y mujer y reemplaza el sexo biológico por la identidad de género. El resultado visible es una pérdida de apoyo en la opinión pública, pero también una pérdida de libertad dentro de un movimiento que se caracterizó por defenderla. La atmósfera que predomina ahora en ese espacio es "extremadamente intolerante e iliberal", dice Sullivan. Se exige "total uniformidad de pensamiento".

Igual aquí, en nuestro país. No hay más que ver el tono de las celebraciones del Orgullo. Poco queda de lo que fueron en origen. Hoy destilan sectarismo y fanatismo. En el pregón de este año en Madrid se atacó al gobierno autonómico al grito de "¡nazis de mierda!". Y en Chueca ni los residentes gays pueden levantar la voz contra los excesos de un delirio colectivo, que ya no debemos llamar fiesta, sin que los condenen por homófobos. Los derechos que ahí se reivindican incluyen, por lo visto, los de llenar el barrio de orines y basura, tener sexo en la vía pública y hacer imposible la convivencia. Hay movimientos reivindicativos que, en algún punto de inflexión, dejan de ser lo que parecía que eran. No quieren igualdad ni libertad. Quieren ejercer una dictadura sobre el resto.

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