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Pedro de Tena

Il Centro è mobile cual piuma al vento

La demolición nacional en marcha debe ser detenida con la ayuda de muchos para reconstruir una nación española en la que los que la odian tanto como odian la democracia no manden nunca más en  ningún gobierno.

El centro es una mala metáfora en los tiempos que corren. Tal vez en aquella casi liquidada época de la Transición, la imagen de un centro equidistante de los extremos de un segmento político figurado tuviera una cierta función hermenéutica sobre la realidad de un proyecto que quería simbolizar lejanía de todo enfrentamiento, esto es, el punto histórico exacto de una Constitución como marco de la nueva democracia surgida de la buena muerte de una dictadura. Sólo la Constitución era el centro y ya ha dejado de serlo.

Sí, eso del centro no es hoy una buena idea. La geometría lo explica. No lo es porque el centro no tiene entidad en sí mismo. En una circunferencia, el centro es puro y los radios que parten de él distan lo mismo de su envolvente. Pero si la circunferencia se deforma hacia cualquiera de sus puntos cardinales (para formar una elipse o una parábola), el centro se mueve y ya no distará lo mismo de su envolvente. Igual ocurre si elegimos un cuadrado como referencia. Si se alarga o se acorta formando un rectángulo el centro se moverá. Igual ocurre con un cubo, con un cono, o con la figura que elijamos.

Dicho de otro modo, el centro es móvil y su posición siempre depende de referencias exteriores. O sea, no es nada esencialmente. Es un punto sin extensión. Para Euclides, en el comienzo mismo de sus Elementos, el punto se sienta axiomáticamente como una entidad indivisible y sin dimensiones. Esto es, en sí no es nada, aunque imaginándolo unido a otros puntos originan figuras que ya nada tienen que ver con el "centro" en sí. Las figuras son lo importante, no la inanidad vacía de su centro.

No hace falta mucho más razonamiento para mostrar a todo el que quiera entender que ser centro, del centro, reformista o paralítico, centrista, centrado o centrosférico no define nada. En todo caso, y regurgitando a Aristóteles, es una actitud que quiere representar en el gran teatro de la política el justo medio entre el exceso y el defecto y presentarse como virtud pública moderada. O sea, es propaganda hueca, no idea, no proyecto, no meta, no intención porque depende de qué pretenda demediar. Y, ¿qué hay en el centro de una obsesión DesConstituyente y una voluntad ReConstituyente?

Ya entre nosotros, Federico, hace muchos años, subrayó aquel centrismo de la nada en una reflexión en la que se preguntaba por qué la derecha española, la postfranquista y la antifranquista, estaban tan obsesionadas por llegar a la tierra soñada centrista. Y citaba al bueno de Eugenio Nasarre, un democristiano de manual, para asociar el centrismo a una vacuna social y civil contra una fractura como las vividas en la historia de España. Sí, pero, ¿para hacer qué?

No se hizo casi nada entonces de lo trascendental (regeneración democrática, independencia judicial, reducción de la presión fiscal, investigaciones imparciales parlamentarias y judiciales, reforma educativa, definición de competencias exclusivas del Estado, planes de vertebración desde el agua a la comunicación, etc.) salvo una mejor gestión de las finanzas públicas y una mejor administración nacional. Insuficiente.

Desde 2004, España ha empeorado notablemente, en buena medida gracias a un PP acéfalo y complaciente con derivas peligrosas. Hoy el problema no es equidistar entre una supuesta extrema derecha inventada por la izquierda y los separatismos y una supuesta extrema izquierda, que ya es toda la izquierda desde la ocupación frankensteinana del poder por Pedro Sánchez. Eso no es más que centrismo de saldo para publicistas a sueldo.

El problema ya era muy otro en el año 2001 – unión de la izquierda y del nacionalismo frente una alternativa constitucional consolidada en el País Vasco ahora metastatizada -, y es definitivamente otro mucho más grave hoy. Jaime Mayor Oreja, Federico, Agapito Maestre, García Domínguez, Elorza, Savater, Albiac, Caño y tantos otros, incluso viejos socialistas que ahora se han hecho conscientes de los males a los que contribuyeron, subrayan la realidad del abismo. ¿Qué significa el centrismo en un momento como el nuestro?

Si con ello se pretende decir que se va a reformar de la mejor manera lo que haya que reformar para impedir la dictadura de las minorías antiespañolas que encabeza el sanchismo y revitalizar el espíritu de la Constitución, vale si se revierte, se deroga, se anula lo que es preciso, que no es poco. Pero si centrismo es ni fú ni fá y venga gatopardo para que todo siga igual, el daño a la inmensa mayoría de la Nación será irreversible.

La demolición nacional en marcha debe ser detenida con la ayuda de muchos para reconstruir una nación española en la que los que la odian tanto como odian la democracia no manden nunca más en ningún gobierno. Eso es algo que el PP no podrá hacer solo, pero parece que no lo entiende. Con un soplo de esperanza y de buen juicio, los españoles podrían conceder a ese proyecto más escaños de los que logró Felipe González en 1982. Pero hay que decir con claridad qué se va a hacer y con quiénes, sin complejos, a lo Meloni, y sin PSOE state of mind. Otra cosa seguirá siendo el camino de un centro è mobile hacia la nada.

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