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El parasitismo, enfermedad terminal del separatismo

Cuando una región quiere ser sinceramente independiente, promueve una separación en toda regla de la nación a la que está ligada y asume todas sus responsabilidades.

Uno de los errores más graves de la gran mayoría de los ciudadanos españoles es creer que los separatistas catalanes y vascos, y los demás que vengan, son realmente separatistas o independentistas. Tal cuento forma parte del separatismo imaginario, esto es, la trola que se cuenta a los creyentes y a los paganos y que muchos ingenuos han terminado por aceptar. No, no es verdad. Quieren liberarse de sus obligaciones y quedarse sólo con sus beneficios, pero quieren seguir viviendo en la misma casa nacional para que los demás paguemos los gastos.

Cuando una región quiere ser sinceramente independiente, promueve una separación en toda regla de la nación a la que está ligada y asume todas sus responsabilidades. No sólo bandera y gobierno, sino impuestos, defensa, orden público, seguridad social, salud, pensiones, infraestructuras, mantenimientos, exportaciones e importaciones, ciencia, educación, comercio…

Naturalmente, la separación exige una negociación sobre los bienes "gananciales" con que el común de las demás regiones haya contribuido en el tiempo que duró la unión y una liquidación justa de los mismos. Cuando el Reino Unido se retiró de la Unión Europea, recuérdese el famoso "brexit", acordaron pagar una cantidad próxima a los 50.000 millones de euros en concepto de divorce Bill. Se habían unido el 1 de enero de 1973 a la antigua CEE, apenas 47 años y un mes enlazados.

Imaginen el panorama que sobrevendría sobre País Vasco y Cataluña, que llevan en el seno de España la historia entera, si se tuviera que valorar qué hemos puesto todos los demás españoles en el desarrollo y bienestar de ambas regiones a lo largo de los siglos y qué cantidades saldrían a devolver. Habría que echar cuentas, que a lo mejor conviene a esta "puta España" a la que prostituye a la fuerza el rufián más felón que hemos conocido.

Hace casi dos siglos el poeta Espronceda, extremeño y diputado por Almería, ya se quejaba desde la tribuna de oradores del Congreso del trato preferente que se daba a la industria algodonera de Cataluña y se oponía a los fueros vascongados-navarros:

"Señores, la industria algodonera en Cataluña está protegida por leyes exclusivas y un sistema prohibitivo de comercio desde el tiempo de Carlos III... Cataluña, sin embargo, no ha podido presentar productos comparables (a los ingleses)..." (Sesión del 8 de abril de 1842 en Las Cortes Generales).

Desde el sacrificio de pagar a precios altos lo que podía comprarse a precios bajos al esfuerzo humano de trasladarse a trabajar en Cataluña, pasando por ser el principal mercado para los productos catalanes y vascos, ¿cuánto le correspondería a la España que quede en una hipotética factura de divorcio por su inversión y cooperación global en ambas regiones durante siglos?

¿O es que se quiere hacer lo que desde el Talmud se considera la conducta del impío: "Lo mío es mío y lo tuyo también es mío"? Esto es, ¿robar a manos llenas a los tontos que siempre creyeron, creímos, que para una nación digna de tal nombre "lo mío es tuyo y lo tuyo es mío"? Pero, claro, ¿cómo no ceder a la tentación cuando se encuentra a un presidente del gobierno dispuesto a ceder lo que sea y cómo sea con tal de mantenerse en el poder?[i]

No, no, no. Si se habla de confederación plurinacional - se habló mucho antes de federalismo asimétrico y luego, hace años, de España como nación de naciones, pero, al final, son dos, siempre las mismas, Cataluña y País Vasco, con la Galicia caníbal en la puerta de servicio -, es porque de lo que se trata es de que se imponga una República confederal de la que formen parte tres o cuatro "naciones" (la puta España, sea, el resto de la vieja nación, Cataluña, País Vasco y tal vez Galicia, o no). Nada de separatismo y nada de independencia de verdad.

La soberanía no estaría en la Confederación y mucho menos en su gobierno sino en cada una de las naciones componentes y de lo que se trataría es de que las entidades menores, en potencia económica, en habitantes, en territorio y en expectativas de futuro, se aprovecharan de un mercado común y de una defensa, militar y social, pagada por los más, impidiendo que pudiera competirse con sus empresas e intereses.

Vamos, lo mismo que en el siglo XVIII y siguientes. El resto de España, que no es nación, claro, sería exprimida para beneficio de las naciones "superiores" y "supremacistas". Esto es parasitismo, enfermedad terminal del separatismo. Ectoparasitismo, para ser preciso. Parásitos externos a la España de la que se alimentarán.

Leyendo la digresión de Thomas de Quincey sobre el Iscariote - en su visión Judas vendió a Jesús no por traición sino para darle un motivo para desencadenar su mesianismo -, se me ha ocurrido que tal vez Pedro Sánchez nos está traicionando de esta manera infame para que los españoles nos atrevamos a rebelarnos de una vez por todas contra quienes han convertido una democracia esperanzadora en una cloaca miserable, corrupta y putera.

No es más que una ocurrencia cómica, claro, pero a lo mejor, sin pretenderlo, su canallada lo consigue y España, también la vasca y la catalana, que existen y de qué modo, se levantan contra sus agresores de una puta vez. Si no lo hacemos – juristas, dígannos cómo -, nos mereceremos la indignidad de tal destino.


[i] Nuestro Ignacio Gómez de Liaño lo explicó así hace años: "Cuando el nacionalismo no se proclama abiertamente independentista, es, o porque no le conviene electoralmente, o porque se hace la ilusión de que un día, gracias al entreguismo de la izquierda y la debilidad de la derecha, tendrá a España sometida a una especie de colonialismo o vasallaje, como queda patente en el sistema de los conciertos y en el nuevo Estatuto de Cataluña, que viene a decir a España: «Todo lo mío es mío y sólo mío, y lo tuyo es tuyo y también mío, y me reservo el derecho de decidir lo que, en cada caso, debes entender como tuyo». En virtud del estatuto, el gobierno catalán podrá intervenir activamente en el Consejo General del Poder Judicial, los altos tribunales y otras importantes instituciones españolas, pero rechaza (eso es el «federalismo asimétrico») que España en su conjunto pueda hacer lo mismo en sus consejos e instituciones regionales. Mucho mejor les habría ido a los españoles y, en particular, a los padres de la Constitución si hubieran hecho caso a don Manuel Azaña cuando decía: «Lo mejor de los políticos catalanes es no tratarlos». (Recuperar la democracia, Siruela, 2008)

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