El único error de Montoro

Hay personas inocentes, hay personas muy inocentes y hay personas asombrosamente inocentes. Después, ya solo quedan los capaces de atribuir a la simple casualidad que un asunto como el de los negocietes calabreses de Montoro, tras siete infinitos años de instrucción a cámara lenta y contumaz paso de tortuga, salpique de estiércol al partido de la oposición justo en medio de un vendaval crepuscular de acusaciones de corrupción contra el Gobierno. El problema de sustituir la crítica política por los ventiladores de basura, estrategia casi exclusiva en la que han incurrido el PP y su entorno para tratar de desgastar al Ejecutivo ya desde la primera investidura de Sánchez, es que la dirección del aire así viciado te puede cambiar en el momento más inoportuno.

Y lo peor es que ese súbito mutar en la dirección de los hedores pestilentes no va a acarrear como secuencia que el PSOE consiga empatar el partido en el último minuto de la prórroga, tal como tantas voces indocumentadas andan predicando ahora mismo. Porque la gran beneficiaria política de la nueva tormenta fétida va a ser la extrema derecha con su demagógica letanía antipolítica, no el Gobierno. Igual que el Podemos germinal consiguió explotar en monopolio aquel estúpido y suicida discurso antisistema que dio en difundir el propio establishment tras el estallido de la burbuja inmobiliaria, ahora serán Vox y ese quinqui de tercera regional, Alvise, los que pesquen en el río revuelto del consabido "todos los políticos son iguales".

Por lo demás, el único error del emprendedor Montoro fue no adelantarse a su tiempo, adoptando una estrategia de generosidad transversal y multipartidista a la hora de seleccionar su equipo de compinches. Ahí, en el déficit de la pluralidad interna, ese fatal olvido de poner una vela a todos los santos dentro de su despacho, la miope renuncia a repartir juego que tan caro le puede acabar saliendo, sembró acaso el germen de su desventura. Tanto expediente brillante, tanto currículum, tanta cátedra, tanta experiencia, tanta altiva arrogancia… Y todo para que le acabe dando una lección magistral José Blanco.