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Israel y nosotros

Palestina jamás sale del top 3 de "causas que deben ser defendidas". Y supongo que a estas alturas todos podemos intuir por qué.

Palestina jamás sale del top 3 de "causas que deben ser defendidas". Y supongo que a estas alturas todos podemos intuir por qué.
Un avión lanza ayuda humanitaria desde el aire sobre la zona de Al-Mawasi, en el sur de la franja de Gaza. | EFE

Según la Carretera Transafricana se interna en el sur de Túnez, el paisaje cambia lenta pero visiblemente. El bullicio caótico de la capital deja paso a un infinito horizonte de olivares tachonado de minaretes y pueblecitos. Más allá de El Djem, la ciudad polvorienta y ruinosa que custodia el anfiteatro más grande y bello de África, se extiende un páramo desolado, un yermo de plantas rodadoras en el que la carretera atraviesa localidades cada vez más pequeñas, donde la arquitectura informal de los edificios de viviendas hace juego con la pobreza de las mezquitas. Entre los pueblos bereberes y el lago salado de Chott-el-Jerid hay únicamente cien kilómetros de nada y de dunas saharianas habitadas por nómadas en tiendas de campaña. Al otro lado del salar desértico está la ciudad de Tozeur, destino de los trenes fronterizos de los que hablaba Franco Battiato en la canción que presentó a Eurovisión hace cuarenta años. Todos estos lugares, pueblos decadentes, ciudades vibrantes, poblados chabolistas, aldeas de casas de adobe, resorts turísticos; todos tienen dos cosas en común absolutamente ubicuas: controles policiales y banderas palestinas. Las mismas de las que están llenas ventanas y balcones en Estambul o Sarajevo.

El día que se cumplían tres décadas de la caída de Srebrenica en manos serbias se celebró en la capital de Bosnia una manifestación en memoria de los más de ocho mil civiles musulmanes asesinados por los hombres de Ratko Mladic. En un parque del centro de la ciudad se reunieron miles de personas con banderas palestinas e iraníes, gritando consignas contra Israel en inglés y que Alá es grande en árabe. "No permitamos que se repita", decían las pancartas. Entre los manifestantes, docenas de chicas y mujeres vestidas con el Niqab, esa antesala del burka, negro como la noche oscura del alma, y que únicamente permite que se atisben los ojos femeninos a través de una minúscula abertura en la tela. Junto a ellas, sus maridos, padres, hermanos e hijos, con pantalones cortos, polos de marca, chándales de mercadillo o camisetas de la selección palestina de fútbol.

La carretera de Sarajevo a Srebrenica es sinuosa como una serpiente en plena danza, deslizándose entre los valles y montañas de la República Srpska, la entidad que agrupa a los serbios de Bosnia, y cuyo primer presidente, Radovan Karadžić, se pudre en una cárcel británica cumpliendo cadena perpetua por el genocidio. Su sucesora, Biljana Plavšić, estuvo ocho años en una prisión para mujeres de Suecia tras ser igualmente condenada por crímenes contra la humanidad. Cuando fue liberada en 2009, el gobierno serbobosnio envió un avión privado a Estocolmo para recogerla, y después le otorgó una pensión, que disfruta en su casa de Belgrado.

En el memorial del genocidio de Srebrenica hay enterradas casi siete mil personas, identificadas a lo largo de tres décadas de trabajo de equipos científicos internacionales. Cada tumba está marcada con un obelisco de mármol blanco de algo más de un metro de alto. Desde Bratunac, el pueblo más cercano, hay cuatro kilómetros de carretera prácticamente recta. Treinta años exactos después del día en el que se iniciaron las matanzas la calzada aparecía flanqueada por centenares y centenares de pequeños carteles clavados en las cunetas o sostenidos en las verjas de las casas y negocios, mostrando los rostros anónimos en blanco y negro de hombres cuyas vidas se desvanecieron décadas atrás. Bajo ellos, las letras en cirílico dejan claro que no se trata de bosnios, sino de serbios. El gobierno de la República Srpska y el ayuntamiento de Bratunac organizaron una exposición de fotografías y dibujos de militares y civiles serbios muertos y desaparecidos durante los combates en la región. Y no encontraron ningún lugar ni momento mejores para hacerlo que esos cuatro kilómetros de carretera, la semana en la que se cumplían tres décadas de la mayor masacre de civiles en Europa desde la segunda guerra mundial.

Los musulmanes y los árabes apoyan la causa palestina no necesariamente porque sea justa, sino porque los palestinos son de los suyos. Los serbios, al menos los serbios de Bosnia, consideran que la limpieza étnica y el genocidio que se cometió contra los musulmanes del país no existió y también que estaba justificado. Lo hicieron los suyos, gente que hablaba su idioma y rezaba a su mismo dios. Es una postura igual de común entre los árabes y musulmanes respecto a las matanzas del 7 de octubre de 2023. Es difícil encontrar voces en el mundo musulmán críticas con el terrorismo palestino, o que admitan el derecho de Israel no ya a defenderse, sino simplemente a existir, como es imposible encontrar serbios en la República Srpska que no se consideren víctimas de una terrible injusticia cometida por los bosnios, los croatas y la comunidad internacional.

Y así llego al título: nosotros. Los nuestros. Los ucranianos invadidos por Putin tienen la simpatía de la inmensa mayoría de los europeos y, con ella, toneladas de armas y de dinero, pero es extremadamente sencillo encontrar sectores enteros de la sociedad, representantes políticos y hasta gobiernos nacionales favorables a Moscú, incluso sin estar a sueldo del Kremlin. En el caso palestino, la opinión pública europea oscila entre la neutralidad incómoda de la mayoría del centro del espectro político, y el encastillamiento en posturas abiertamente favorables al terrorismo islamista de Hamás, en sus extremos. Netanyahu definitivamente no se lo pone fácil a sus partidarios, pero la realidad es que estas posturas tienen ya décadas de antigüedad.

Ucrania no es necesariamente de "los nuestros" e Israel nunca lo ha sido porque, en primer lugar, está por ver que exista un "nosotros", un sustrato común a occidente, o al menos a la Europa democrática y liberal en cualquiera de los sentidos del término. Aquí los israelíes cuentan con el apoyo de unos cuantos gobiernos y la hostilidad manifiesta de bastantes más; pero en el resto del mundo y descontando a Estados Unidos, Israel está fundamentalmente solo. En la opinión pública del resto del planeta Ucrania está en la misma liga de importancia que la República Democrática del Congo, pero en Europa no pasa una semana sin manifestaciones a favor de Palestina y en contra de Israel. Exceptuando antiguas colonias ocupadas por Rusia como las Repúblicas Bálticas o Polonia, la invasión de Ucrania ha despertado varios órdenes de magnitud de indignación menos que la guerra de Gaza, que era inevitable desde la misma mañana del 7 de octubre. No es nuevo. Lleva siendo así décadas. Palestina jamás sale del top 3 de "causas que deben ser defendidas". Y supongo que a estas alturas todos podemos intuir por qué.

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