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Bomba nuclear

Es necesario que le sigamos dando vueltas racionales y morales a lo que ocurrió.

Es necesario que le sigamos dando vueltas racionales y morales a lo que ocurrió.
Cordon Press

Han pasado 80 años desde que el presidente Truman, el "tendero de Misuri" como le llamó desdeñosamente Stalin, dio la orden de lanzar la primera bomba atómica de la historia sobre Japón. Se arrojó sobre Hiroshima porque en Kioto, antigua capital del imperio, pasó su luna de miel el secretario de Guerra de EEUU, Henry Stimson. Así de frívolas son algunas de las decisiones que se toman con la consecuencia de decenas de miles de muertos en un instante y centenares de miles en menos de un año.

La segunda, quizás la más inexplicable y pavorosa, se dejó caer sobre la ciudad de Nagasaki porque en la elegida, Kokura, una población con suerte, las nubes y el humo, casualidad o táctica, no dejaban ver al bombardero B-29 que llevaba la muerte en su interior. Tras tres vueltas sobre ella, decidió dirigirse a Nagasaki, la ciudad por la que entró el cristianismo en Japón y en la que estuvo San Francisco Javier. (1)

Ya sé que hay razones, argumentos, lógicas y discursos a favor y en contra de aquella tenebrosa decisión que cambió la historia humana para siempre. Ello no sólo no molesta, sino que enriquece de reflexiones y realidades la propia opinión sobre aquellos días de agosto de 1945. Es necesario que le sigamos dando vueltas racionales y morales a lo que ocurrió. Lo que es más incómodo es la hipocresía barata, la que oculta verdades, olvida lo que conviene y tortura los hechos.

¿Acaso fue la bomba atómica de uranio o plutonio la razón última de tanta muerte? Se sabe que durante la Gran Purga de Stalin (1936-1938) se ejecutaron entre 700.000 y 1.200.000 personas. En los Gulag, 18 millones cuando menos fueron confinados y de ellos murieron más de 1,5 millones y en las hambrunas soviéticas, desde 1932 en Ucrania y Kazajistán a las últimas de 1946-47 en las mismas zonas y algunas más, murieron más de 6 millones de personas. Eso, sin bomba atómica de por medio.

No, no fue la bomba atómica ni lo son las armas, por masivas y aniquiladoras que sean. La verdadera bomba nuclear que amenaza a la Humanidad desde su aparición en la Tierra es la presencia en sus formas de gobiernos de individuos desalmados, una rufianocracia, sin condiciones intelectuales ni éticas, para dirigir naciones y uniones de naciones.

Tal desgracia es posible, ciertamente, porque en el interior de cada uno de nosotros hay una opción posible por el exterminio del adversario o el enemigo y, menos evidente pero igualmente real, otra disposición al entendimiento y el diálogo. Desafortunadamente, la primera se desarrolla más fácilmente que la segunda en lo que parece ser una inclinación fatal.

Cuando llegó la onda expansiva de la Razón a Europa y desde ella al mundo entero, se creyó alcanzado el momento de la extensión definitiva de la paz perpetua. Pero la mayor cantidad de muertos causados por guerras, holocaustos y holodomors, lo fueron durante el "racional y culto" siglo XX. Sí, la Razón produce monstruos, al parecer de mayor tamaño y maldad que los creados por la ignorancia, las tiranías y las tradiciones.

Voy a cumplir 74 años y desde mi nacimiento en 1951, la guerra nacional declarada y sus padecimientos, me han sido ajenos. Es decir, muy pronto hará 90 años del fin de la última guerra sufrida por España. Ha sido una suerte, pero no podemos olvidar que la guerra no siempre se declara, sino que demasiadas veces es consecuencia de una agresión inesperada de un vecino, un enemigo o un amigo traidor, como ya sabía el salmista (2). Desgraciadamente hay que estar preparados para la defensa si uno desea sobrevivir como es: persona, familia, nación, civilización.

Desde la dictadura de Franco, que las evitó (pudiendo haber fabricado bombas atómicas, a lo que él mismo se negó) hasta ahora, no hemos conocido guerra en el territorio nacional. Cuando la Marcha Verde, España miró para otro lado y ahora ni mira. Pero mal que bien, con más o menos dignidad y prudencia, hay cuatro generaciones españolas que no han conocido el dolor infinito de la guerra.

Pero que tal concurrencia de circunstancias nos haya permitido eludir la barbarie de la guerra, no significa que esa "madre de todas las cosas" de Heráclito no esté potencialmente presente entre nosotros. José María Aznar se ha referido a las palabras que le dijo Hasán II en una visita de Estado: "Marruecos todavía no va a declarar la guerra a España por Ceuta y Melilla". Es textual.

"Todavía", tómese nota. Atómicas o no, termonucleares o no, las guerras existen y siempre hay alguien que prepara o diseña alguna. Para evitarla, necesitamos gobernantes prudentes con la estatura moral suficiente para, si es posible, evitarla y si no, ganarla. No me dirán que no sienten miedo cerval cuando examinan la rufianesca y errática conducta de los que nos dirigen en estas horas débiles de la nación española, precisamente las horas que suelen elegirse para desencadenar toda ofensiva decisiva.

Han pasado 80 años desde el estallido de la primera bomba atómica. Pero no han hecho falta tales armas aniquiladoras para que la guerra, con otros medios, nos haya ido acompañando día a día. Desde 1945 hasta hoy no ha habido ningún día de paz en el mundo. Haríamos bien en tenerlo presente y no mentirnos absurda y beatamente sobre la realidad en la que vivimos.

De todo lo necesario, lo fundamental es elegir a gobernantes que ni animen ni se inclinen ante quienes no esconden su deseo de guerra, bien con las armas de siempre, bien con el vientre de sus mujeres, como dijo en la misma ONU, Huari Bumedián, presidente argelino, en ¡1974!, bien con cualquier otra munición. La paz perpetua es un sueño de la razón que también produce monstruos. Uno de ellos es el buenismo suicida que nos infecta.


(1) A pesar de las persecuciones y el martirio de cristianos desde 1596, en 1910, según Thomas Kennedy existían en la gran provincia de Nagasaki casi 50.000 cristianos, un obispo, 26 clérigos, 67 iglesias, un seminario con 31 seminaristas, seis escuelas, tres hospitales y multitud de otros centros asistenciales (leproserías, internados de señoritas, asilos...).

(2) "Si mi enemigo me injuriase, | lo aguantaría; | si mi adversario se alzase contra mí, | me escondería de él; pero eres tú, mi compañero, | mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad: | juntos íbamos entre el bullicio por la casa de Dios." Salmos, 55, BAC.

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