
"Si quieres tener un amigo en Washington, cómprate un perro". Cuentan que esa frase es el primer consejo que invariablemente reciben los políticos bisoños que acaban de aterrizar en la capital del Imperio por parte de sus compañeros veteranos. En los despachos del poder de Estados Unidos y sus alrededores, nadie conoce a nadie. Y en Madrid ocurre exactamente lo mismo, tampoco nadie conoce a nadie. Siempre ha sido así y siempre será así. En las alturas, es sabido, todo el mundo va con un cuchillo en la boca. De ahí que no proceda una lectura inocente del hecho de que el Muy Honorable Illa y el presidente Sánchez compartan veraneo e intimidades en La Mareta.
Creer que esas complicidades en apariencia privadas responden a una sintonía fruto de la afinidad personal, la lectura naíf de sus vacaciones concurrentes, es desconocer cómo funciona por dentro el negocio de la política. Igual que Franco armaba y desarmaba gobiernos enteros mientras cazaba ciervos y corzos los fines de semana, Illa y Sánchez andan diseñando al alimón la fecha de caducidad de la legislatura entre chapuzón y chapuzón. ¿Por qué Illa y no otro? Bueno, primero porque Illa ocupa en la España de hoy un puesto que quedó vacante desde que murió Tarradellas, a saber: el del catalán bueno, una figura muy apreciada en Madrid al tratarse de una rara especie en extinción.
Pero, amén de encarnar al catalán bueno, Illa es lo único con cara y ojos que tendría el PSOE para encabezar las listas en ausencia de Sánchez. Ahora mismo, las elecciones están perdidas. Y sólo con un Presupuesto muy social y muy expansivo, mucho, la izquierda tendría alguna posibilidad de conservar el poder. Sin Presupuesto, no hay nada que hacer. Por eso se lo van a jugar todo a esa carta. Si Puigdemont y Junqueras bloquean esa última vía de escape, Sánchez disolverá y el Gobierno catalán caerá acto seguido a instancias de Esquerra. Entonces, ya defenestrado en Barcelona y en la cola del paro, Illa aceptaría el bastón de mando en Ferraz. De eso hablan en La Mareta.
