
Como ya he dicho alguna vez, incluso a los que pensamos que el Estado debe ser lo más pequeño posible y limitarse a unas pocas labores esenciales, nos es difícil negar su papel en los momentos de crisis. Cuando la naturaleza nos golpea con alguna catástrofe, por ejemplo, si hay alguna alerta médica o en aquellos accidentes que superan con mucho lo habitual y hacen necesario emplear más recursos.
También, al menos parece –al menos me lo parece a mí– tiene un papel en la protección de los más débiles, pero de los más débiles de verdad: los niños que no tienen familia, los que sufren enfermedades muy graves…
Lo terrible del asunto es que, al menos en España, el Estado viene fracasando en todas estas tareas que parecen las más propicias para él: no hace falta que les recuerde el desastre espantoso que fue la epidemia; la Dana ha sido también un despliegue terrible de impotencia e ineficacia antes, durante y después de las lluvias; y ahora vemos como tampoco estamos preparados para los incendios y eso que todos sabíamos que, después de una primavera muy húmeda, la situación iba a ser peligrosa.
Es más, en este bendito país nuestro el Estado es incapaz de trasladar a una docena de menas de Canarias a la península si la semana correspondiente tiene sólo cuatro días laborables, y por supuesto, ni se les ocurra pensar en algo que a cualquiera se le podría antojar tan básico como controlar la propia frontera.
Finalmente, si hablamos de atender a los más débiles ahí tienen ustedes lo que ha ocurrido a tantos niños en el sistema público de custodia y, por poner el que seguramente es el ejemplo más claro, a los enfermos de ELA, a los que el Gobierno no es que haya abandonado, sino que ya podemos hablar de que les están humillando. Algo verdaderamente inhumano, lamentable y vergonzoso.
Eso sí, hay una cosa en la que este Estado sí es muy eficaz: crear una estructura política llena de personajes enfermizamente sectarios, cuya única capacidad de gestión es tirarse a la cara unos a otros las catástrofes y los muertos, a la espera que arañar cuatro míseros votos.
Probablemente muchos de ustedes pensarán que todo esto es la consecuencia lógica del proceso de degradación de una clase política que cada día está peor preparada y es más inútil. No les diré que no, pero yo creo que el asunto tiene una razón mucho más profunda: el problema es que no puede haber Estado si no hay Nación. Y este Gobierno lleva años despreciándola, desmontándola, quitándole todo el valor, borrando cualquier sentido de pertenencia.
Por mucho que se piense que no tiene nada que ver, la realidad es que el Estado sólo funciona un poco y adquiere cierto sentido cuando es la herramienta de una Nación que cree en sí misma, que se respeta a sí misma como un todo y no sale corriendo cuando las circunstancias o las personas le demandan que actúe.
Y España no es, al menos a día de hoy, ese tipo de nación.
